“Recuerdo que empecé a sentir curiosidad por los libros desde muy pequeña. Aprendí a leer a mis cuatro años, y comencé a escribir mis primeros diarios de vida un año más tarde. Los cuentos, historietas y escritos se transformaron con el tiempo en mi pasión y a la vez, en mi refugio: espacio de intimidad, en el cual la creatividad y libertad de expresión eran admitidas.
A mis diez años se me ocurrió comenzar a escribir cartas, y así fue como entre sobres, pegatinas y apostillas le escribí a Cristina, mi prima puertorriqueña a quien extrañaba, anhelando reencontrarme con ella en un futuro cercano. Recuerdo muy bien ese momento. Recibí de regalo una pluma, de esas antiguas, que se recargaban con cartuchos de tinta que, sin previo aviso, reventaban y había que empezar a escribir todo de nuevo. Una verdadera odisea y, reconozco también, obsesión.
Mi madre me ayudó a enviar la carta. Fue un momento de mucha emoción. Al cerrarla, timbrarla y depositarla en el correo, solo quedaba esperar. Imaginé su travesía, los lugares que recorrería antes de llegar a manos de mi prima y eventualmente recibir su respuesta. Sin embargo, pasaron las semanas, los meses y esa respuesta nunca llegó. Lo que se había presentado como un proyecto prometedor había terminado en una total pérdida de tinta y tiempo, además de una profunda desilusión.
Cerca de un año más tarde, sonó el timbre de mi casa. Era el servicio de correspondencia. Mi madre salió a recibir el paquete y, al entrar, me lo entregó diciendo que era para mí. Decidí ir a mi cuarto para leer la carta con total privacidad, como si se tratase de algún tipo de información secreta de La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio. Abriendo el correo, no encontré el nombre de mi prima. En el remitente se leía una dirección francesa, el nombre de Luis Del Río-Donoso, y un timbre de la Association Internationale “La Porte des Poètes” (Asociación Internacional “La Puerta de los Poetas”).
En un principio no entendí absolutamente nada, sin embargo, quedé fascinada. Con una elegante y delicada caligrafía, Luis Del Río-Donoso me explicaba que por esas contradicciones del correo chileno, mi carta se había extraviado, pero que no me preocupara ya que él se haría cargo de reenviarla a su destino original. Fue la primera vez que alguien leía alguno de mis escritos personales y además se tomaba el tiempo, de manera sensible, de responderme. Se podría decir que fue una de mis primeras correspondencias y superó con creces mis expectativas.
Nunca más supe de Luis Del Río-Donoso. Guardé su carta como una reliquia entre las hojas de alguno de mis diarios de vida y con el tiempo olvidé el asunto. Al egresar del colegio, entré a estudiar psicología clínica en la Universidad Católica. Posteriormente, continué mis estudios en neurociencias cursando un diplomado en Estados Unidos, y luego en psicoanálisis realizando un postítulo de ‘Clínica Psicoanalítica con Adultos’ en la Universidad de Chile.
A raíz de lo anterior, empecé a interesarme por el fenómeno de lo traumático desde diferentes perspectivas y en algún momento comencé a leer sobre trauma transgeneracional, y con ello sobre dictadura y exilio. Me acerqué a distintos autores y artistas que elaboran, desde la literatura y el arte, sus experiencias traumáticas.
Hace un par de semanas, a propósito de un cambio de casa, me vi ordenando mis antiguos diarios. Tomé uno de ellos, y al deslizar por las hojas, cayó al suelo la carta de Luis Del Río-Donoso. Esta vez ya no fue fascinación, sino desconcierto. Su nombre ya no me resultaba extraño, sino por el contrario, familiar. Caí en la cuenta de que es el autor al cual he estado leyendo desde hace un tiempo, especialmente su obra Antología Poética (2000) y las propuestas de Aurélie Perret en “Luis Del Río-Donoso y la poética del exilio” (2013).
¿Cuáles eran las probabilidades de que a mis diez años mi carta se perdiera por el mundo y llegara a casa de otro chileno, residente en Francia y escritor de poesía? ¿Cuáles eran las probabilidades de que me respondiera? ¿Cuáles eran las probabilidades de reencontrarme con él desde la escritura y literatura casi veinte años después? Probabilidades inferiores a la posibilidad de que durante una caminata por la calle me caiga un melón en la cabeza.
Más demorona que mi prima y con veinte años de retraso, decidí responderle. En formato físico -ya que solo cuento con su dirección-, le agradecí por su gesto y aproveché de preguntarle por sus poemas. En Correos de Chile cerré y timbré el sobre con el entusiasmo de mis diez años y primera carta. Una vez más, en esta serie de experiencias y correspondencias a veces inexplicables; quedo a la espera de su respuesta y posible integración a la Asociación Internacional de Poetas, que al día de hoy sigue vigente. Nadie sabe lo que puede pasar”.
*Andrea Molinari es psicóloga clínica, escritora y traductora. Tiene 29 años.