"No me mueve el odio, sino el amor. Amor no es solo el que se siente por un hombre, por una pareja. En ese plano, a mí me ha ido muy mal. Hablo de amor a la humanidad", dice Verónica De Negri Quintana (73), madre de Rodrigo Rojas, el joven quemado vivo por una patrulla militar en julio de 1986, junto a Carmen Gloria Quintana, y abandonados luego en una zanja en Quilicura. Carmen sobrevivió con graves secuelas; Rodrigo murió tras agonizar durante 4 días.

A fines de marzo el juez Mario Carroza declaró culpables del homicidio de Rodrigo y del homicidio frustrado calificado de Carmen Gloria a 11 militares en retiro en un caso que tardó casi 33 años en resolverse y que es un símbolo de la crueldad y cobardía de la dictadura de Pinochet. Y aunque Verónica sintió mucha rabia por el fallo, que no tocó al capitán (r) Pedro Fernández Dittus, que comandaba la patrulla y al que la justicia militar condenó a una pena ridícula de 600 días de cárcel por "no haber prestado ayuda" a los jóvenes, agradece el trabajo del magistrado, el apoyo de "tanta gente buena" y se apronta a apelar el veredicto. Supone que Carmen Gloria Quintana también lo hará, por lo que el proceso podría extenderse por varios años más.

Rodrigo, quien hoy tendría 52, fue el mayor de sus tres hijos. Pablo Salvador, el segundo, vive en Washington DC, tiene 45 y nunca ha querido hacerla abuela. "Vieja, después de ver lo que has sufrido, no quiero tener hijos", le dijo un día. A ella la remeció oírlo; siente que "a Pablo también le destruyeron la vida" a partir del asesinato de Rodrigo. Christopher, de 26, es el menor. En 1994 lo encontró llorando y abandonado junto a su hermano menor en un parque, y logró adoptarlo tras años de lucha judicial. Sumar un niño con diagnóstico de autismo a sus infinitos problemas, la retrata. Ese trío de amores masculinos -sus hijos- explica su resiliencia, su tolerancia a la tortura, la superación de las ideas suicidas e incluso su humor, coquetería y gusto por el baile, aunque la impresión que transmite en los medios, donde aparece por noticias puntuales, es amarga y oscura. De negro. De Negri.

"Ese 2 de julio de 1986 supe que algo andaba mal porque se me perdieron las llaves. Esa siempre ha sido una mala señal. Llamé a un maestro para que abriera el auto, porque las llaves estaban dentro. Estuve dos horas en eso y luego partí a terreno. Yo trabajaba en el departamento de recursos humanos de una ciudad cercana a Washington. Cuando volví a la oficina había rumas de papeles rosados con llamadas desde Chile en mi escritorio. Rodrigo había viajado a Santiago por primera vez y hablábamos con cobro revertido cada dos días".

Corrió a su casa para llamar por larga distancia; entonces no había celulares. "Isabel Margarita, la viuda de Orlando Letelier, me llamó y me dijo que Rodrigo estaba en el hospital, que no me preocupara. Pero a mí se me había parado tres veces el corazón cuando estuve detenida durante las torturas, y supe que mi hijo no saldría vivo de ahí. Isabel Margarita me dijo: 'Ven para que organicemos tu ida a Chile'. Por esos días mi mamá, mi hermana y sus hijos que vivían en Canadá estaban de visita en mi casa. Eso fue bueno para Pablo, mi segundo hijo, que tenía 12 años. Si no, no sé que habría hecho con él".

Al llegar a Santiago supo que Rodrigo estaba quemado. "No entero, menos incluso que Carmen Gloria, pero cuando lo encendieron había aspirado fuego y tenía quemado el esófago y el pulmón izquierdo colapsado. No me querían dejar verlo, pero peleé. Enfrenté al director de la Posta, un 'doctor', que era de la CNI. No tuve miedo, solo quería darle fuerzas a mi hijo. Estar con él. Nombrarle a todos los que habían ido a dejarle algo, desde sangre hasta plata. Así sentía alivio".

Murió tras cuatro días de agonía, ¿qué hiciste entonces?

No quise hablar con nadie. Entré en un mutismo total. No quería ni respirar. Andaba con un abrigo de cachemira negra, me lo crucé y me puse su foto sobre el estómago y empecé una conversación con él. Un compañero, para darme valor, gritó: "¡Ha muerto un héroe!". Me indigné, quise pegarle. No creo en los héroes. Los héroes siempre son soldados, hechos para matar, participar en guerras, mirar al resto como enemigos. Mi hijo no era eso.

LLORANDO EN EL AVIÓN

Verónica De Negri Quintana ("Es pura coincidencia; no tenemos nada que ver con Carmen Gloria Quintana") es nieta de Pedro Domingo De Negri, un desertor italiano de la Primera Guerra Mundial, que se bajó en el puerto de Valparaíso, se casó y tuvo varios hijos. Uno de ellos era su padre, quien se afincó en Talca, donde nacieron ella y cinco de sus seis hermanos. "Mi familia paterna era desclasada. Despreciaban a mi mamá, la trataban de india. Ella era de una dignidad de oro. Yo heredé su resiliencia, su vocación de protestar y su capacidad de callar, porque, aunque muchos no lo crean, por no hacer daño yo callo mucho de lo que sé. Cuando mi mamá tenía 48 años él se 'infatuó', como decía mi abuela, y se fue con una mujer más joven. No supimos más de él. Tuvimos que ponernos a trabajar".

Verónica había estudiado muchas cosas. "Lo mío eran la arquitectura, las matemáticas, la política. Por esto, de joven, andaba siempre de violinista. A mis amigas les gustaban mis compañeros políticos y terminaban emparejadas y yo les tocaba el violín". Esos recuerdos son de Valparaíso, donde se instaló la familia sin el padre y ella dice haber vivido sus mejores años.

¿Militabas en algún partido?

En los años 60, en el Radical. Ahora le tengo asco; se derechizó. En 1963 conocí a Salvador Allende, a quien los jóvenes radicales apoyábamos, y fuimos la causa de que entonces se quebrara el partido. Allende se juntó con nosotros y nos retó. Nos dijo que las peleas políticas se daban dentro de los partidos, no por fuera. Lo admiro hasta el día de hoy. Me da mucha pena los hijos que tuvo. Tati se suicidó e Isabel me parece una traidora que no sigue el legado del padre. Vota más con la decé y la derecha. Me provoca la misma ira que Insulza y Lagos. Y la Bachelet me parece una cobarde. No cumplió ni un compromiso en su segundo gobierno. Dejó que se matara a los mapuches. Protegió a carabineros corruptos. Tuvo ministros de mierda.

¿Qué eres hoy políticamente?

Comunista a partir del 70 y hasta ahora. El papá de Rodrigo, Ramón Rojas Ruiz-Tagle, era decé. Quise a ese hombre por muchos años, pero fue muy animal. Me hizo sufrir. Cuando quedé embarazada de Rodrigo, a los 20 años, se paseaba delante mío con otras mujeres para convencerme de que abortara. Ninguno de nuestros padres aprobaba nuestra relación. Creo que él me quería a mí, pero no a Rodrigo. Nunca quiso criarlo ni estar con nosotros.

Verónica y su hijo Rodrigo vivían en la casa de su mamá en el pasaje Chopin, de Valparaíso, cuando se produjo el golpe en 1973. "Una casa antigua construida en 1989 que aún está en pie y queda un poco más abajo de La Sebastiana. La madrugada del 11 de septiembre sentí unos golpecitos. Unos compañeros venían a avisar que se había iniciado el golpe y que desocupáramos la casa. Esa noche se habían quedado unas cuarenta personas de la Jota durmiendo en ella, después de una larga reunión. A las 5 de la mañana ya no quedaba nadie. Poco después nos vinieron a allanar unos boinas negras armados y completamente dopados. Estábamos mi mamá, Rodrigo -que tenía 6 años y medio- y yo, que les dije que no era yo. Me negué a mí misma".

Aunque fue exonerada de su trabajo en el Ministerio de Obras Públicas, consiguió otro y tuvo una cierta tranquilidad. En el verano de 1976, justo cuando Rodrigo andaba de vacaciones en Canadá, donde vivían su abuela y su tía Nora, la detuvieron junto a otros miembros del Partido Comunista. Fue torturada, violada y separada de la guagua que había tenido en plena dictadura con Pablo Oyarzo, entonces militante de la Jota, quien murió hace unos años.

"Pablo, mi segundo hijo, tenía quince meses cuando nos embarcamos en un vuelo de Braniff rumbo a Dallas, Virginia del Norte, el 15 de abril de 1977. Yo era su mamá, pero él no me conocía, porque habíamos estado separados varios meses por mi detención. Recién ahí, en el avión, pude llorar y entender lo que significaba salir al exilio, dejar mi país a la fuerza, estar separada de Rodrigo, que seguía en Canadá, y empezar una nueva vida en calidad de asilada política, a prueba por dos años, en Estados Unidos, gracias a las gestiones de Edward Kennedy".

LLANTOS EN EL PARQUE

Lleva 42 años viviendo en Washington DC. "Me adapto a cualquier cosa. He hecho de todo para sobrevivir, menos prostituirme: camarera, vendedora, tejedora, banquetera, trabajadora social, estudiante de sicología, guía turística, que es en lo que trabajo ahora. He ganado harta plata, algunos dicen que 'boleteo', pero lo cierto es que soy pobre como una rata. Defender a mi hijo ha sido costoso. Viajar, venir para estar en las audiencias, dar esta batalla me ha costado caro, por eso no puedo volver a Chile; perdería mi seguro social en Estados Unidos, que es lo único que tengo".

Verónica y Pablo lograron reencontrarse con Rodrigo en Washington a fines de 1977, pero la vida no fue fácil. "Rodrigo adoraba a Pablo, quería que fuera un niño perfecto, pero tenían siete años de diferencia. Pablo no conocía a este hermano que llegaba a disputarle a su mamá, no hablaba el idioma. Era muy duro al comienzo. Tuve que buscar ayuda psicológica para no explotar, para no dañar a mis niños".

¿Cómo era tu relación con Rodrigo?

Buena y mala. Rodrigo a los 3 años leía, a los 6 tenía sus ideas propias, a los 11 llevó el maletín con todos los detalles del asesinato de Orlando Letelier a Saul Landau, autor de Assassination on Embassy Row, tal como se cuenta en la versión en inglés del libro. Era estudioso de la historia de Chile y el mundo, muy motivado. Les hacía traducciones a las compañeras de las agrupaciones de derechos humanos, pero políticamente se dejaba influenciar por la gente de los organismos internacionales de derechos humanos, con los que yo corté relaciones. Amnistía Internacional, Human Rights Watch y todas las demás se neoliberalizaron y empezaron a transar nuestras vidas. Rodrigo era ingenuo en algunas materias. En Estados Unidos nunca se enamoró, tuvo algo con una chica que ahora es periodista de la National Public Radio y que alguna vez me contactó. Por sus amigos fotógrafos supe que acá conoció a una niña en una actividad cultural en La Reina y que estaba muy ilusionado.

Así como Rodrigo padeció el desarraigo, su hijo Pablo es víctima del abandono. "Fue la mujer de un suboficial FACh, la señora Olga Guzmán, quien me lo cuidó cuando estuve detenida, antes de salir al exilio. Él era una guagua y se quedó sin su mamá y ella lo cuidó sin ser familia ni nada". En ese sentimiento explica su decisión de adoptar a las dos guaguas que encontró llorando cuando cruzaba el parque que queda cerca de su departamento. "Yo percibí la desesperación en esos llantos de un niño de apenas 18 días y de otro de un año y 5 días. Eran Michael y Christopher, mi hijo. Nadie se había detenido, nadie había llamado a los servicios de protección. Vivimos en una sociedad indolente. Yo los tomé y me fui a la Corte. Le pedí al juez que me diera su tuición. Le dije que era una persona ligada a los derechos humanos, le entregué mis datos. Y ahí empezó un proceso lleno de racismo y clasismo antilatino. Veo tanta inmoralidad, tantos niños mal cuidados y maltratados. Acá, en Chile, es cosa de ver lo que sucede en el Sename".

Me impresiona que con toda tu lucha judicial hayas querido adoptarlos.

Sentí que era el momento de pagar mi deuda con Olga Guzmán. La madre biológica de Christopher y de su hermano Michael, era pobre, vulnerable, detenida injustamente, porque la policía necesitaba un chivo expiatorio a quien culpar del crimen de un periodista. Sentí ciertas similitudes conmigo, aunque la madre de Christopher es una mujer que no sabe amar, una adicta. Tiene 6 hijos y no ha hecho nada por ninguno. Después de 7 años de batallar logré adoptar a Christopher, un niño mal diagnosticado de autismo, que resultó ser un superdotado intelectual. Hoy vive conmigo, y está luchando por independizarse. No ha sido nada de fácil. Pocos saben lo que sufre un niño adoptado, con síndrome de abandono, con un hermano menor, Michael, que hoy está preso, luego de ser adoptado y criado por 'una basura blanca'. Todo ha sido durísimo.

Tus males parecen no tener fin.

He tenido una vida trágica. He sido perseguida, abusada, violada, estafada, pero me siento agradecida de haber conocido la vida como es, no como la pintan. Yo hablo con la verdad, lucho por lo que es justo y soy afortunada de contar con el apoyo de la gente sencilla y buena de mi país. Los partidarios de la dictadura siempre supieron dividir para reinar, e hicieron una diferencia de trato entre Rodrigo y Carmen Gloria desde el comienzo. Así actuaban, para quebrarnos, pero yo no me rindo. A mí no me destruirán, porque soy una mujer que sabe amar.