Victoria de Gregorio y su taller de teatro en la cárcel: “Aquí las mujeres encuentran un espacio de libertad”
Después de ser parte del elenco de la teleserie 'La ley de Baltazar' de Mega en 2022, Victoria de Gregorio pasó un largo período sin encontrar un trabajo estable, lo que la llevó a una profunda depresión. Esa pausa la impulsó a explorar una faceta que hasta entonces no conocía. En agosto del año pasado, inició su primer taller de teatro en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, una experiencia que la conectó con la realidad y le ha significado un tremendo aprendizaje. “Ahora siento que no me puedo quedar de brazos cruzados frente a una sociedad tan injusta, que margina a tantas personas”, dice.
Antes de entrar a la televisión en 2022 como parte del elenco de la teleserie La ley de Baltazar de Mega, la actriz Victoria de Gregorio (33) tuvo un largo recorrido en el teatro. Por varios años, hizo talleres, y también impartió cursos de expresión oral en universidades y otros lugares. También se ganó una beca para estudiar en el extranjero, donde conoció a quien considera una de sus grandes maestras: Patsy Rodenburg, una profesora de canto, autora y directora de teatro británica, que en medio de una clase les contó sobre su experiencia impartiendo talleres en las cárceles. “Fue muy loco escuchar eso, que hacía por ejemplo Shakespeare en las cárceles o Hamlet con asesinos”, dice.
Una vez de vuelta en Chile, Victoria participó en la teleserie y después estuvo un buen tiempo sin que la llamaran para ningún proyecto. “El trabajo de la actriz siempre es inestable y estuve súper deprimida porque no encontraba trabajo”, afirma. Hasta que una persona cercana que trabaja en la Corporación Abriendo Puertas –que acompaña y capacita a mujeres privadas de libertad e inserta familiar, social y laboralmente a quienes han cumplido condena– le sugirió que hiciera un taller de teatro para mujeres privadas de libertad.
–Te va a hacer bien–, le dijo su amiga. Y Victoria le hizo caso.
“Para esto estudié”
Una de las primeras reflexiones que hizo al comenzar los talleres en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, es que se había acostumbrado a la vida de actriz: que la llamen, ir al camarín, que la maquillen, vivir actuando. “Era una vida un poco ajena, algo superficial, estar todo el tiempo interpretando un papel, sentía que me faltaba contacto con la realidad”, dice. Y se fue a meter a la más cruda de las realidades. “Esto es lo que nadie quiere ver, a mí las mujeres que son parte del taller me lo dicen; que les pareció chocante al principio que una persona que sale en la tele vaya por su propia voluntad a hacerles clases, no lo podían creer”, añade.
Fue además su primera vez como directora, por eso dice que también se puso a prueba ella misma con un elenco muy talentoso. De hecho, pidió ayuda a amigos actores y directores porque de a poco fue descubriendo qué era lo que el grupo necesitaba. “No es lo mismo trabajar con un elenco profesional, que con un elenco de mujeres que están encerradas”, dice. Y lo supo cuando en uno de los primeros ejercicios de improvisación se dio cuenta inmediatamente del nivel de violencia que viven ellas día a día; de cómo están acostumbradas a gritarse, que son personas que les cuesta mucho el silencio, la pausa. Por eso todo el primer semestre trabajaron el silencio y la escucha.
Así, en el primer taller, que comenzó en agosto y tuvo su presentación final en diciembre del año pasado, trabajaron una obra casi entera de danza, no hubo guión. Sí, un tema central: el desierto. “Ellas lo eligieron porque les gustaba, les llamaba la atención”, cuenta.
¿Aparecen sus propias historias en este espacio?
Yo siempre les digo que el taller no es terapia, pero sí es terapéutico, entonces no hablamos de temas personales a menos que sea algo puntual, que alguna esté muy mal y necesite hablar algo. Sin embargo, el teatro siempre atraviesa la vida personal. Para el montaje que estamos haciendo ahora, por ejemplo, cada una tenía que elegir a una mujer que haya hecho historia. Tenemos a Amy Winehouse, Gilda, Selena. Yo les digo a ellas que no son intérpretes sino creadoras, más que representar a estas mujeres la idea es que les hagan un homenaje, y en eso efectivamente se cruzan las historias de ellas porque las mujeres tenemos vivencias comunes y esto les sirve para interpretar.
¿Cómo terminan ellas después de cada taller?
Siempre nos damos un espacio para conversar. Les pido que conversemos de los ejercicios, que vayamos comentando qué les pasa con cada ejercicio, porque a veces en esos ejercicios pasan cosas; una llora, se emociona. Es importante hacer esa reflexión, que no sea solamente lo hice y no sé qué pasó, hay que ponerle palabras para entender el juego que estamos haciendo.
¿Hablan mucho del hecho de estar privadas de libertad?
No mucho. El espacio del taller es un espacio de libertad, entonces no hablamos tanto de lo de afuera, entramos y jugamos, y estamos en eso, y se nos pasan volando las dos horas…
Un espacio de libertad, suena paradójico.
Esa es la gracia, creo yo, que tiene el teatro: que es un juego. Entonces cuando ellas entran a la sala, jugamos a que estamos en otro lugar, igual siendo muy conscientes de que estamos jugando y de que estamos en una realidad que es que están encerradas.
¿Qué otros beneficios has visto en esto?
El teatro es aprender a estar con el otro, entonces ellas aprenden a escucharse, a mirarse, a respirar, a estar. Cuando una está hablando, las otras no están mirando el techo, la miran. Aprenden a estar en silencio, aprenden a habitar sus cuerpos.
Cuando partí con el taller vi cuerpos muy inquietos, cuerpos que no podían estar tranquilos, cuerpos que no estaban habitados, y ahora puedo hacer ejercicios y veo cuerpos tranquilos que saben respirar, saben estar. Porque son mujeres que viven con mucha ansiedad porque están lejos de su familia, lejos de sus hijos, lo único que hacen es pensar en sus hijos porque no están con ellos, entonces viven angustiadas. Y aquí tratamos de bajar un poquito esa angustia.
¿Cómo estás proyectando esto?
Mis sueño es armar una compañía de teatro de la cárcel, ojalá con un elenco estable. Es difícil, en la cárcel pasan muchas cosas, pero para mí es fundamental que ellas tengan esta oportunidad, es un crecimiento enorme y ellas aman el taller, les encanta. El año pasado después de presentar la obra terminamos todas llorando, fue muy muy bonito, el público también se emocionó. Y es que es darles un lugar, de alguna manera decirle ven acá con toda tu historia, no importa cuál sea; ven con todas sus cosas buenas y las malas, yo te acepto con toda tu vulnerabilidad. Trae todo eso a escena.
¿Agradecen eso?
Yo creo que lo que más agradecen es que las veamos. Porque estas mujeres están invisibilizadas, la sociedad las quiere tapar y acá, en cambio, les damos un escenario.
Y volviendo a ti, ¿cuáles han sido tus aprendizajes personales?
A mí me ha pasado que he aprendido un montón de ellas, yo antes tenía otra visión de las mujeres privadas de libertad y una vez en un ejercicio una de ellas me dijo “profe, acá somos todas iguales”, y claro, tiene toda la razón. Yo agradezco la vida, la suerte y los privilegios que tengo cada vez que salgo de la cárcel porque aunque jamás voy a justificar el delito, también es cierto que muchas de ellas lo único que conocen es el delito porque en su familia siempre han delinquido.
Por eso creo que nosotros también como actores y actrices tenemos una responsabilidad enorme como agentes de cambio. Yo siento que no me puedo quedar de brazos cruzados frente a una sociedad tan injusta, que margina a tantas personas.
Para mí el trabajar en la cárcel es la forma que tengo de retribuir lo que me enseñaron, poner en práctica mi oficio. O sea actuar también me produce mucho placer y goce, pero cuando veo cómo mis actrices gozan, yo digo para esto estudié.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.