Hay países en donde se prohíbe, en otros las leyes no lo nombran y algunos son conocidos por ser paraísos de mujeres gestantes o madres sustitutas. Si bien muchas veces se destacan los casos altruistas de quienes están dispuestas a cargar con el hijo de otros, también hay quienes se oponen tajantemente al vientre de alquiler por considerarlo una práctica abusiva hacia mujeres que engendran motivadas por una necesidad económica. Esta es una discusión en desarrollo que, en tiempos en que la libertad femenina es un tema que adquiere cada vez mayor importancia, se vuelve aún más difícil de zanjar.
Luz* tiene una hija en la universidad, un departamento arrendado, un trabajo como vendedora en el mall y, además, un anuncio en internet donde ofrece su útero por 50 mil soles peruanos, algo así como 10 millones de pesos chilenos. Ya tiene 37 años, por lo que sabe que no es la primera opción de las parejas que buscan mujeres dispuestas a gestar a sus hijos. Aun así, no se rinde: está convencida de que, con el dinero que cobraría por tener dentro suyo por nueve meses a una guagua, le alcanza para pagar los estudios de su hija y, tal vez, comprar alguna propiedad en Lima.
Su oferta no es la única. "Tengo 44 años, 4 hijos y estoy dispuesta a arrendar mi vientre. Soy de Santiago", se lee en Avisos Chile, justo arriba del de una mujer que promete ser sana, no beber alcohol ni consumir drogas. "Solo lo hago por problemas. Precio supereconómico", declara. ¿Cuánto cobra? 15 millones de pesos.
Sin embargo, a diferencia de Perú, en donde existe un vacío legal que permite hacer uso de los vientres de alquiler, en Chile no se puede. "El Código Civil establece que la maternidad se determina por el hecho del parto, acreditado a través de un certificado", explica la profesora en derecho de familia de la Universidad Católica, Carolina Salinas. Por lo tanto, la madre comitente -quien 'arrienda' el útero de otra mujer- no podría bajo ningún parámetro inscribir como suyo a aquel hijo, aun cuando genéticamente lo sea.
Para el caso de las técnicas humanas de reproducción asistida (THRA), como la ovodonación o fertilización in vitro, el padre y la madre del hijo serán el hombre y la mujer que se sometieron al procedimiento. La profesora considera que esto no es del todo claro, ya que se presta para hacerse preguntas del tipo ¿quiénes son los que se someten a las técnicas, la mujer que queda embarazada, el hombre que aporta sus espermatozoides o la mujer que dona sus óvulos? Y, dentro de ese contexto, ¿por qué se debería privilegiar a la madre gestante por sobre la mujer que donó el óvulo, o incluso por sobre quien lo gestó? Por otro lado, el Código Civil prohíbe comercializar partes del cuerpo y, por lo tanto, un contrato de arriendo de útero sería inválido.
Más allá de la normativa en nuestro país, el hecho es que alrededor del mundo no existe consenso. En Estados Unidos se permite solo en algunos estados, mientras en Francia y España está absolutamente prohibido. Un informe del Comité de Bioética español determina que debería regularse de manera internacional, ya que las leyes restrictivas solo hacen que las parejas se vayan a otros países más flexibles, como es el caso de chilenos que acuden a clínicas de fertilidad en Perú. El Gobierno español estima que, entre 2010 y 2016 se han registrado 979 niños españoles nacidos mediante esta técnica en países como México, Tailandia, Ucrania, Rusia, Grecia, Portugal y Sudáfrica.
"No existe la infertilidad absoluta", predica la página web de una clínica en Kiev. En este escenario, la capital de Ucrania se ha transformado en un verdadero paraíso para las parejas españolas -exclusivamente heterosexuales- que buscan madres subrogantes. El problema es que al no haber un consenso internacional, esos niños muchas veces quedan a la deriva, como es el caso de 80 recién nacidos en Ucrania que están a la espera de un pasaporte español desde febrero de este año, cuando el consulado del país europeo decidió no reconocerlos como ciudadanos debido a su controvertido origen. Esos 80 niños tampoco son ucranianos, ya que, genéticamente, sus padres son españoles.
¿Altruismo o mercado?
Es octubre de 2011 y Lindsay se encuentra en una clínica de Montreal, Canadá. No debería estar ahí, porque su parto estaba programado para dos semanas más, pero ese niño con el que no comparte ningún gen y que ha llevado por más de 8 meses quiere salir. Después de una cesárea, le dicen que sería bueno para el recién nacido que lo amamantara. No sabe si hacerlo o no, porque en la clínica de fertilidad lo tienen prohibido, pero los doctores insisten en que ese primer alimento le va a dar fuerzas e inmunidad al bebé. Lindsay decide llamar a Francia, donde le contesta el padre del recién nacido y le dice que sí, que lo haga. Y le avisa que la madre genética ya está arriba del avión camino a Canadá.
Dieciséis años antes, Lindsay estaba recortando revistas para hacer un collage en su clase de arte. Entre fotos de modelos vio un aviso que, según recuerda, marcó su vida. "Era una clínica que pedía madres gestantes voluntarias". Estando en octavo básico decidió que cuando fuese adulta se embarazaría una vez para sí misma y luego todas las veces que pudiera para personas infértiles o parejas que no pudiesen tener hijos. Hasta ahora lo ha hecho dos veces, una en 2011 para un matrimonio francés y la segunda en 2016 para una pareja homosexual inglesa. "Cuando empecé los tratamientos fue la primera vez que mi hermano me dijo que estaba orgulloso de mí. Y la verdad es que es un orgullo para mí también", dice.
En Canadá solo se permite la subrogación altruista, es decir, las mujeres gestantes reciben un reembolso por los gastos médicos, pero no dinero extra por el embarazo. Por eso Lindsay cree que las mujeres de su país lo hacen por las "razones correctas". Sin embargo, sabe que no todo es color de rosas en otras partes del mundo. Según un informe del año pasado del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, están bien documentadas "las prácticas abusivas en el contexto de la gestación por sustitución", especialmente en países asiáticos como Tailandia, India y Nepal, donde existen verdaderas redes comerciales de mujeres embarazadas para luego entregar esos recién nacidos a padres europeos.
El debate se mueve más o menos en el mismo territorio que el que genera la prostitución: ¿Deberían las mujeres ser libres de decidir qué hacer con su cuerpo y, en este caso, poder disponer de su útero como se les plazca, o esa libertad no existe dentro de un contexto de pobreza, necesidad y escasas opciones económicas?
El Comité de Bioética de España lo propone de manera más tajante y se pregunta si la mujer portadora es "¿libre o esclava?", ya que no se puede arrendar solo una parte del cuerpo de alguien, sino que lo que se arrienda es a una mujer completa y su capacidad reproductiva, con todo lo que involucra. Según ese país, esa decisión solo podría considerarse realmente libre cuando no hay un contexto de vulnerabilidad y se da de manera altruista.
Leslie Power, psicóloga y activista de causas como el posnatal de seis meses y el aborto en tres causales, cree que existe un abuso hacia esa madre gestante, ya que no se le entrega información verídica, especialmente cuando se trata de mujeres de escasos niveles socioeconómicos que lo hacen por necesidad. "Las primeras víctimas son las mujeres que acceden a ser vientres de alquiler, luego ese niño que se gesta y, en tercer lugar, los arrendadores, que muchas veces no tienen idea de lo que están haciendo. Los victimarios serían los negociadores, las clínicas que ofrecen este servicio", enfatiza. Según ella, el embarazo se trata de un proceso que deja marcas tanto físicas como psicológicas. "Conlleva cambios gigantescos en el cuerpo, desde que te cambian las pechugas, las caderas, las posiciones en las que debes y puedes moverte. Pero además de eso la liberación de hormonas hace que esa mujer tenga de manera inconsciente un 'despliegue materno', en que de forma natural va a querer proteger y vincularse con ese recién nacido", explica.
El pediatra neonatólogo de la Clínica Las Condes Hernán Villalón llama a esto "hormonas que generan 'maternidad'", las cuales en un principio son administradas por la clínica de fertilidad a la mujer a la que se le va a implantar un óvulo fecundado. El cóctel de estrógenos, ocitocina y prolactina no solo contribuye a la generación de lactancia, sino que genera un ambiente apropiado para que exista apego entre ese feto y su madre gestante. "A través de mecanismos cognitivos, esa madre sustituta va a tratar de aminorar el duelo de entregar a una guagua que tuvo dentro suyo por 9 meses, con todas las incomodidades, náuseas y sensaciones que eso implica. Evidentemente se trata de un shock, porque a nivel inconsciente todas las señales que recibió desde el punto de vista hormonal le decían que venía un hijo en camino", explica el doctor. El dolor físico de la leche materna acumulada que no se libera y la retracción del útero después del parto se pueden paliar con medicamentos, pero no la ruptura abrupta del vínculo.
¿Pero qué pasa con aquellas mujeres que quieren ser madres y no pueden debido a problemas biológicos? ¿O con aquellas parejas homosexuales que desean hijos?
"Cuando una mujer no puede ser madre generalmente siente angustia y una fuerte sensación de injusticia. Les pasa también que sienten envidia culposa por sus cercanas embarazadas. Los muchos tratamientos, desde lo simple a lo más complejo, generan una enorme frustración", dice la psicóloga de medicina reproductiva de la Clínica Alemana Macarena Silva.
Francisca es de Concepción y en abril de este año publicó en el grupo de Facebook "vientres de alquiler" un mensaje preguntando si había alguna mujer disponible para tener a su hijo. Luego de sufrir una complicación debido a un embarazo ectópico que finalizó en un aborto, tiene miedo de intentar ser madre biológica de nuevo. Su petición tiene 16 respuestas en los comentarios, y finalmente se decidió por una argentina que ya ha alquilado su vientre antes. Acordaron que el próximo mes irán junto a su marido a una clínica en Rosario, donde Francisca pagará 500 mil pesos por el tratamiento de fertilización in vitro. No tiene claridad cómo funcionan las leyes allá, solo sabe que tiene que contratar a un abogado y que puede ser que la dejen inscribir a ese hijo como suyo, ya que en las leyes argentinas existe el concepto de "voluntad procreacional" cuando se trata de TRHA, es decir, la ley reconoce las ganas de querer engendrar a ese hijo. Sin embargo, dado que no existe regulación expresa sobre los vientres de alquiler, queda a criterio de la jurisprudencia.
¿Por qué no intentar adoptar? La psicóloga Macarena Silva explica que la mayoría de las pacientes a las que atiende no consideran la adopción como una alternativa de buenas a primeras. "En general todas quieren tener hijos con su carga genética y criar a su propia sangre. Con la adopción pasa muchas veces que las mujeres tienen la duda de cómo se cuidó esa madre, que no sabes cómo abandonaron al niño, qué tipo de problemas y traumas puede tener", dice. Es bien sabido que el camino hacia la adopción es largo y desgastante, pero, según la profesora Salinas, esta alternativa sí cumple con uno de los derechos humanos básico que los vientres de alquiler omiten: el derecho a la identidad. "Construida a lo largo de su vida, la identidad de las personas tiene ciertas certezas, como la identidad genética, biológica, psicológica e histórica. De alguna manera uno necesita saber de dónde viene, explicarse ciertos rasgos de carácter, de enfermedades. En los casos de adopción, esos hijos tienen derecho a averiguar quiénes fueron sus progenitores, cosa que no se puede cuando se trata de un vientre de alquiler", explica.
Es en esa misma línea que Leslie Power propone ponerle un "límite al narcisismo", ya que para una persona puede ser "tremendamente traumático haber sido constituida como en parte sujeto y en parte objeto. Es muy distinto tener en tu historia vital 'yo fui dado en adopción' y alguien me adoptó que 'yo fui gestado por una madre y luego comprado' o 'yo fui comprado por partes' o 'mi madre gestante me vendió'".
En la legislación chilena existe el derecho a formar familia, pero no el derecho a ser padre o madre específicamente. Tanto la psicóloga como la abogada coinciden en que llevar el deseo de ser padres al límite de pagar para que otra mujer lo geste es no considerar el interés superior de ese niño y, dejando de lado los casos como los de Lindsay, puede ser una práctica abusiva hacia las madres sustitutas.
Mientras su hija siga estudiando, Flor explica que mantendrá activa su oferta en internet. Pretende renunciar a su trabajo si es que alguien la contacta, desaparecer por nueve meses para que sus padres no sepan y, luego de entregar al niño o niña, cortar todo tipo de lazo con la futura familia, ya que admite que le daría "mucha nostalgia saber qué fue de ese bebé".
*A pedido de las entrevistadas, sus apellidos fueron omitidos.