Cuando conversamos temas que nos importan, las personas nos movilizamos. Se remueven ciertas capas. Lo hemos visto en el Congreso, en los medios, en fiestas con cercanos. En el calor de esas discusiones -algunas más intensas que otras-, la voz delata. Proyecta, con sus vaivenes y matices, lo que pasa en el interior con nuestras emociones y nos ayuda a entender los límites que no debemos cruzar. Quién no haya alzado el tono en un debate, que lance la primera piedra. Sin embargo, en muchos casos -habitualmente en grupos minoritarios-, ese expresar se desacredita. “¿Por qué no lo dices más calmada?”, “Relájate y luego conversamos”, “No es necesario que te enojes”.
Esa práctica -tan común como irritante- tiene un nombre. Se denomina tone policing o vigilancia del tono, y alude a una táctica que invalida los mensajes que se entregan cuando se percibe que se dicen de una manera enojada, frustrada o cargada en términos emocionales. “Las personas con poder y privilegios a menudo usan la vigilancia del tono para evitar la discusión en cuestión y, en cambio, atacan el carácter, la emoción u otros atributos de la persona que presenta el argumento en lugar del argumento en sí”, sostiene un artículo publicado en el newsletter de la Universidad Johns Hopkins.
Como término, el tone policing tuvo una amplia difusión en los círculos activistas norteamericanos durante 2015, mediante un comic publicado en el sitio web Everyday Feminism. En dicha pieza gráfica, se recalca que la vigilancia del tono es una práctica que está lejos de ser inocente, pues no solo protege a ciertos grupos, sino que sugiere que las personas deben distanciarse de sus emociones para ser escuchadas. “Es parte de una serie de herramientas usadas por la gente que quiere mantener el privilegio, para prevenir que personas o grupos marginalizados compartan sus experiencias de opresión”.
La fonoaudióloga y académica de la Universidad del Desarrollo, Carolina Orellana (@fonoaudiologacarolinaorellana), coincide con esa idea y sostiene que eso sucede así porque hemos entendido, en términos sociales, que el tono tiene que ver con el poder. “Quienes han sido perseguidas por esto son las mujeres o minorías, porque la voz grave se asocia al autocontrol, mientras que la aguda se relaciona con el descontrol e histeria. Es incómoda para los hombres. Creo que esto viene normado por el patriarcado, que dicta esas pautas asociadas a la autoridad y seguridad”.
Como resultado, afirma la doctora en Filología y académica de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, Gloria Toledo, los y las hablantes se enfrentan a una comunicación más intrincada. “Porque quien es atacado va a tener que atender estos elementos extras. En otras palabras, tendrá que invertir más en lo que dice para poder ser tomado en cuenta. Nuestro país es muy discriminador porque, la forma en la que se habla dice mucho del grupo y posición social al que se pertenece”.
En su ensayo Sobre la Ira, el Silencio y la Injusticia Epistémica, la académica del departamento de Filosofía de la Universidad Estatal de Illinois, Alison Bailey, plantea que la vigilancia del tono no solo implica desacreditar atacando la forma en la que un hablante dice algo. Al contrario, es una táctica aún más profunda, que atribuye el enojo o la rabia a oradores que, incluso, se expresan en un registro vocal neutro o ‘tranquilo’. “Los oyentes implícitamente asignan ira a las palabras de los hablantes en función de su identidad social”, indica Bailey. Es decir, se percibe una rabia imaginada en un testimonio solo por el hecho de asumir que ciertos grupos se posicionan desde ese lugar y eso, escribe Bailey, es una práctica dañina para los hablantes marginalizados.
Primero, porque promueve la conveniencia de las personas que escuchan estos discursos versus la incomodidad de quienes los emiten, afirma en Medium, Chanda Prescod-Weinstein, física y miembro Facultad de Estudios de la Mujer en la Universidad de New Hampshire. “Cuando el tone police le dice a la gente que no puede o no quiere escuchar debido al tono, lo que realmente está comunicando es: No me importa tu experiencia con la opresión o cómo te hace sentir. Solo me importa lo desconcertante que me resulta escucharlo”, dice. Pero además, indica, para los hablantes esta experiencia puede ser muy frustrante porque se “está pidiendo a las personas enojadas que sufran en silencio”.
Para la psicóloga Pía Urrutia (@lapsicologafeminista), esta fiscalización de la forma en la que hablamos puede generar ansiedad, porque al menoscabar la posibilidad de tener una voz, se coarta la posibilidad de establecer límites. “Se nos exige mucho eso, pero al mismo tiempo, quedamos muy atrapadas porque si levantamos el tono para enojarnos, somos juzgadas. Entonces, las personas se vuelven hipervigilantes y no encuentran salida”, plantea.
Como decía Charles Darwin en El Origen de las Especies, el ser humano es una especie que se adapta a su ambiente para sobrevivir. En este caso, ha ocurrido lo mismo. Investigaciones demuestran que, con el tiempo, el perfil vocal de las mujeres en la historia se ha modificado para pasar hacia tonos más graves y profundos. Por ejemplo, la Universidad de Australia del Sur realizó un estudio vocal de dos grupos de mujeres, mediante el archivo de grabaciones tomadas en 1945, y luego en 1990. Como conclusión, los investigadores demostraron que la frecuencia disminuyó 23 Hertz en cinco décadas.
Un ejemplo más concreto de este fenómeno es lo que sucedió con la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, que cuando llegó al poder, contrató a un entrenador vocal para modificar su tono y bajarlo en 60 Hertz. Quien también hizo ese cambio fue Elizabeth Holmes, ex directora ejecutiva de Theranos, una startup de biotecnología que prometía detectar patologías -como el cáncer o la diabetes- con una muestra de sangre. Una promesa que resultó ser una estafa masiva. Para dar credibilidad a su relato, Holmes cambió su tono, utilizando una voz profunda y grave, que solo fue cuestionada cuando su imperio comenzó a caer en la década de 2010.
“Esa baja del tono es una respuesta para entrar en ciertos grupos y también luchar por poder. Aún persiste la idea de que hay solo un registro aceptado por la sociedad -que es aquel dictado por el patriarcado-. Sin embargo, creo que tenemos que empezar a generar espacios donde la voz sea diversa, al igual que el cuerpo o expresiones físicas. No podemos tener este molde que viene desde la antigüedad que nos obliga a querer parecernos. Con eso, se pierde una riqueza única que es la que viene dictada por nuestra propia voz”, finaliza la fonoaudióloga, Carolina Orellana.