“La ira no es mala, la ira la tiene todo el mundo. Lo que pasa es que tiene que estar controlada. El problema es verla, reconocerla. Si la reconoces, ya está, ya la puedes controlar. Yo ahora me controlo. Cuando me viene la ira, la controlo y te digo a ti: tiempo fuera, y me controlo. Pero para que eso pase, me tienes que ayudar”, le dice un hombre a su mujer. Ella responde: “¿Cómo?”. Y él dice: “Estando conmigo. Si estamos juntos yo puedo con todo, pero si no, no puedo hacer nada, cariño”.
Este diálogo es parte de la película española Te doy mis ojos, un drama social de 2003 dirigida por Icíar Bollaín, acerca de la violencia de género. En ella se cuenta la historia de Pilar, una mujer que huye en plena noche de su casa, situada en un barrio periférico y residencial de Toledo; lleva consigo a su hijo de unos ocho años. En su huida busca refugio en casa de su hermana.
Pilar es una víctima más de violencia de género, quien intenta rehacer su vida y empieza a trabajar como cajera de visitas turísticas. A través de su nuevo trabajo comienza a relacionarse con otras mujeres. Antonio, su marido, emprende su búsqueda y su recuperación, promete cambiar y busca ayuda en un psicólogo. Pilar le da otra oportunidad a su marido, con la oposición de su hermana, que es incapaz de entender su actitud. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de Antonio por seguir los consejos de la terapia, su personalidad violenta e inseguridades lo superan y acaba desnudando y humillando públicamente en un balcón a su mujer.
La película termina con un final abierto en el que Pilar, escoltada por sus compañeras de trabajo, recoge sus cosas del domicilio para emprender una nueva vida, mientras Antonio la mira pensativo. Según palabras del director, Bollaín: “Te doy mis ojos cuenta la historia de Pilar y Antonio, pero también de quienes los rodean, una madre que consiente, una hermana que no entiende, un hijo que mira y calla, unas amigas, una sociedad y una ciudad como Toledo que añade con su esplendor artístico y su peso histórico y religioso una dimensión más a esta historia de amor, de miedo, de control y de poder”.
Es este contexto y la personalidad de este personaje lo que usó el psicólogo y psicoterapeuta español Heinrich Geldschläger para hablar sobre la cultura de la violencia machista y la importancia de trabajar con los hombres que ejercen violencia de género en un webinar organizado por la Universidad Autónoma de Chile, hace algunas semanas. En él, Geldschläger habló sobre la relevancia de los programas de intervención psicológica en hombres y sus resultados en España y Europa. “¿Porqué trabajamos también con los hombres que maltratan y no solo con las mujeres maltratadas?”, se pregunta. Y contesta: “Son varias razones: primero porque las mujeres víctimas y supervivientes de la violencia de género lo reclaman; también para responsabilizar a los perpetradores de la violencia en la erradicación de ésta, pero principalmente porque muchas de estas mujeres no se separan de los hombres o vuelven con ellos y estos a su vez, siguen repitiendo patrones violentos en relaciones posteriores”.
Y también porque la legislación nacional e internacional obliga a hacerlo. “El convenio de Estambul: Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, que fue promulgado el 1 de agosto de 2014, en su articulo 16, obliga a los estados miembros a “crear o apoyar programas dirigidos a enseñar a quienes ejerzan la violencia doméstica a adoptar un comportamiento no violento en las relaciones interpersonales”. Además a “velar por que la seguridad, el apoyo y los derechos humanos de las víctimas sean una prioridad y que, en su caso, se creen y apliquen esos programas en estrecha coordinación con los servicios especializados en el apoyo a las víctimas”.
Pero más allá de un tema legal, hacer parte a los hombres implica tener una mirada más íntegra. El doctor Pablo Palma Soza, docente Centro de Atención Psicológica (CAPSI) de la Universidad Autónoma de Chile, donde se están desarrollando programas de intervención con hombres que ejercen violencia, explica que cuando se trata de hombres que no llegan a un femicidio o a un nivel de violencia que tenga una consecuencia penal, ese hombre va a volver a la calle y por tanto se hace necesario intervenir para que no se acerque nuevamente a la víctima o a otras posibles víctimas. “El trabajo que se hace con las mujeres de empoderamiento se queda corto si el victimario se acerca nuevamente, porque ocurre lo que en la película Te doy mis ojos se refleja muy bien; que es que el hombre promete que va a cambiar y la mujer cree en ello”, explica.
Pablo agrega que esto ocurre porque el machismo ha propiciado una cultura de la violencia. “Sin ningún ánimo de victimizar a los hombres, porque no es esa la idea, es necesario aclarar que esta cultura también afecta a los hombres que son criados en un ambiente de violencia y se les enseñó que esa es la forma de solucionar los problemas. Es tan así, que muchos de los hombres que entran a estos programas en un comienzo no logran comprender qué es lo que hicieron mal porque han visto desde sus abuelos o sus padres que esa es la manera normal de comportarse”, aclara Palma.
Dejando de lado casos extremos, como psicopatía o sociopatía, a un hombre mentalmente sano que ejerce violencia de género, pero que en otros ámbitos de la vida se logra adaptar normalmente, lo que le ocurre es que se les genera un conflicto psicológico por varios factores: la sociedad les ha enseñado que las mujeres son su posesión, pero al mismo tiempo entienden que la violencia no es lo correcto, por eso es que se disculpan y tratan de no volver a ejercerla. “El tema es que no tienen las herramientas para parar y por tanto se generan patologías asociadas al ánimo como depresión o ansiedad y eso genera más violencia. Como un círculo vicioso”, agrega el experto.
La importancia de la prevención
En Europa y España –uno de los países con peores cifras de violencia machista en el viejo continente– se comenzaron a hacer programas de intervención con hombres violentos hace un tiempo. “Allá la adherencia es mucho más exitosa que acá, porque hay una experiencia acumulada. Acá por mucho tiempo se ignoró este tema y no se hizo mucho con los hombres, básicamente por un tema de recursos. Habían pocos y se concentraban en la víctima, que es lo lógico. Y también porque en Chile no existe una cultura de terapia, no es bien visto ir al psicólogo, entonces los hombres que participan no cuentan o van escondidos. Pero de a poco vamos avanzando”, dice Pablo. Y señala que es relevante que se siga por ese camino porque el violentador tiene que tratarse.
Generalmente, hablamos de círculos de violencia que nacen varias generaciones atrás. Hombres que también fueron violentados o que se les enseñó a violentar. “Entender la historia de cada uno es relevante para avanzar en una terapia, al mismo tiempo que entregarles las herramientas para que no sigan ejerciendo violencia y en eso es importante trabajar sobre su percepción sobre la mujer: que no es de su propiedad y por tanto puede dejarlo o decirle que no”, explica Pablo. Y al mismo tiempo, ver la manera de seguir apoyando una vez que terminan, porque mientras están en el programa todas estas ideas se refuerzan, pero cuando salen vuelven a encontrarse en una sociedad donde la violencia está normalizada. “Muchos de sus amigos también la ejercen, quizás no al punto de cometer un delito, pero sí en lo cotidiano con violencia económica o psicológica”, agrega.
Desde ahí se hace necesaria la prevención. “No llegar al hombre que violenta, sino que a aquel niño que se está formando violentador desde kínder hacia arriba. Trabajar con la manera en que ven a las mujeres y cuáles son las herramientas con las que cuentan para resolver conflictos. Porque en los hombres la violencia está instaurada como una manera de resolver conflictos, incluso entre varones. Se nos enseña de chicos que si tenemos un problema con un amigo, nos pegamos combos. Y eso no puede ser. La prevención es la manera de ir cambiando la cultura, porque en trabajos de campo ha pasado que muchos hombres que han sido violentos de adultos, cuentan que cuando niños no podían abrazar a sus amigos porque les decían “maricón”. Tenemos un círculo de violencia patriarcal que viene desde muy pequeños y desde ahí se debe partir”, concluye.