El pasado viernes 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Este hito, que fue instaurado por la ONU hace más de 40 años, marcó el inicio de 16 días de activismo en torno a esta causa que hasta hoy sigue siendo una problemática que trasciende fronteras geográficas, sociales, étnicas, y que afecta a mujeres de todas las edades en prácticamente todas las esferas de la vida.

Si bien en un comienzo la violencia de género se asociaba principalmente a las agresiones físicas —sobre todo en el ámbito doméstico y de la violencia intrafamiliar— y a las agresiones sexuales, hoy sabemos que existen otras manifestaciones de violencia contra la mujer. Muchas de ellas no físicas y, por ende, sus secuelas no son visibles a los ojos. Pero no por eso son menos realeas ni permanentes.

Y es que, junto con una sociedad que avanza y mujeres que ocupan nuevos roles y espacios dentro de ella, se abren nuevos potenciales escenarios para la violencia de género. Uno de ellos es el universo digital que pareciera volverse cada día un lugar más hostil. Especialmente para niñas y adolescentes.

Catalina Rufs, Ingeniera Comercial de la Universidad de Chile y Magíster en Sociología Cofundadora del Observatorio de Datos y Estadísticas de Género e Interseccionalidades (ODEGI) explica que las formas de violencia contra la mujer no son dinámicas aisladas sino parte de un continuo dentro de la etructura patriarcal en la que vivimos. Y los espacios digitales también se rigen por este principio. “Los espacios digitales son una extensión de nuestra realidad física y, por lo tanto, la violencia de género que cotidianamente enfrentamos las mujeres en ámbitos offline o fuera de línea, se manifiesta también a través de la violencia digital de género”, explica Catalina.

Según un estudio realizado por The Economist en 2020, internet representa un arma de doble filo para las mujeres porque según explica la publicación, por una parte entrega la posibilidad de expresión y oportunidades para ellas pero, por otra, es un vehículo para abusadores que tienen a las mujeres en la mira. Catalina Rufs explica que, dado que desenvolverse en el mundo virtual es hoy la norma y no la excepción, usar herramientas digitales como forma de agresión es un mecanismo cada vez más prevalente en nuestra sociedad. “Esta forma de violencia es una problemática creciente en nuestras sociedades producto de la aceleración del uso de tecnologías y la migración a plataformas digitales que se profundizó en pandemia”. Y los resultados de la investigación de The Economist avalan esta tesis: Un 85% de las mujeres consultadas por la publicación habían sido testigos de acoso y violencia digital.

Y este acoso y violencia digital ataca usando diferentes armas. Una de las más comunes es el propio cuerpo y la imagen de las mujeres que son víctimas.

Daniela Moyano es Magíster en Sociología UC y otra de las co fundadoras ODEGI. Explica que según el informe The Economist Intelligence Unite, a nivel mundial, un 57% de las mujeres que han sufrido violencia digital online, la ha vivido a través de la exposición de imágenes privadas sin su consentimiento. “Esta es una forma clara y explícita de hacer uso no consentido del cuerpo de una mujer para humillarla y vulnerarla mediante esta agresión”, explica Daniela. “Además, como vivimos en una sociedad donde la objetivación de nuestros cuerpos establece una norma implícita de que estos son para el goce de otros y no nos pertenecen, hay una tendencia a la culpabilización de las mujeres que sufren esta violencia y no del agresor que la cometió”.

A comienzos de este año Netflix estrenó una mini serie documental titulada El hombre más odiado de internet. El programa seguía la historia de una madre que peleó en tribunales contra el creador de Is Anyone up?, Hunter Moore. Moore, un norteamericano de 36 años —quien fue sentenciado a dos años de cárcel— fue el ideólogo detrás del sitio web de revenge porn más grande del que tenga registro. Se trataba de un concepto inédito hasta entonces. Consistía en la posibilidad que le daba a usuarios anónimos de publicar fotos íntimas de mujeres obtenidas de forma maliciosa junto a su información personal, nombres y cuentas de redes sociales. Esto permitía que los seguidores del sitio pudiesen rastrearlas y acosarlas en sus perfiles personales.

Situaciones como esta dan cuenta de la libertad con la que por mucho tiempo se ha hecho uso de la imagen de mujeres sin su consentimiento de forma impune para ejercer violencia de género. Sin ningún tipo de reproche ni sanción social. Mucho menos consecuencias legales. “En una sociedad patriarcal como la que vivimos, históricamente se ha intentado ejercer control de los cuerpos de las mujeres como herramienta de dominación masculina”, explica Daniela Moyano.

Y si bien se trata de un uso del cuerpo que no necesariamente lo violenta y agrede desde una perspectiva física, eso no implica que no se trate de una forma de violencia contra la mujer. Valentina Valli, psicóloga clínica y especialista en terapia con perspectiva de género, explica que si bien la agresión física y la no física producen daños distintos, una no es más o menos válida que otra. “Definitivamente son daños distintos. La violencia que pasa por el cuerpo directamente es una violencia que tiene efectos psicológicos distintos a la violencia que se recibe o se vivencia a partir de lo digital. Las experiencias y los relatos son distintos pero no por eso menos graves”, aclara. La especialista agrega que la violencia digital solía ser un tema que se tendía a subvalorar y que sus efectos no se consideraban como algo potencialmente tan serio como otros tipos de violencia. “En lo digital también pueden ocurrir experiencias que configuren traumas. Pueden llegar a tener un alcance de la salud mental igual de grave en ambos casos”. Porque transgredir un límite tan íntimo como el cuerpo de una mujer y usar su propia imagen para acosar, hostigar y amedrentar a través de internet —un espacio que además no permite el olvido y donde lo que se comparte perdura y se propaga sin control— puede ser una de las formas de violación más traumáticas para cualquier persona.

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