A las ocho semanas de su primer embarazo, Alejandra (39) se realizó un examen de sangre que arrojó niveles altos de insulina. Tras ver los resultados, su ginecóloga le envió un mensaje que la dejó en el piso. En el audio, la especialista usó una voz dulce para expresar un mensaje contundente: querida, o cerramos la boca o el embarazo no continúa. “He sido gorda toda mi vida. Nací en una familia de gordos, con un estigma muy fuerte al respecto. Durante mi adolescencia y en la época universitaria muchas veces hice dietas extremas, tomé medicamentos para bajar de peso con un terrible efecto rebote”, dice.
Con el fantasma de los kilos, Alejandra se preparó para ser madre durante dos años. Su médico, sin embargo, le advirtió que debía bajar de peso desde el primer momento. “Mi mente obsesiva se puso a pensar en cómo bajar. Siempre sus comentarios eran referentes a la salud, no a la estética. Decía que era por mí”, cuenta.
Su ginecóloga era conocida porque a sus pacientes les prometía un “regalo” que consistía en sacar la piel que sobraba durante la cesárea. Era un premio, recuerda Alejandra, para quienes lograran no subir de peso. Ella, que se embarazó pesando 76 kilos, tenía un gran camino por recorrer.
Fue el comienzo de un proceso marcado por los llantos, la angustia y las restricciones. También por el lenguaje hiriente que utilizaba su médico en cada consulta, en cada instrucción.
“Me recomendaron prácticamente que me alimentara de agua. Me dijo: con la grasa que tienes te alcanza para alimentar mellizos”, cuenta. “Llegué a tal nivel de obsesión, que lloraba sentada en la mesa por no poder comer nada. En cada control pararme en la pesa me daba susto. Comencé a bajar y bajar. Sentía que lo estaba haciendo súper bien, pero eso significaba que iba a reuniones familiares y no podía comer nada. Me encerré en la casa comiendo mi nada y celebrando las bajas de peso en vez de disfrutar mi embarazo”, dice.
Llegó al parto pesando 74,9 kilos, lo que su ginecóloga celebró como un triunfo y llenó de orgullo a Alejandra. Pero un año después, ya lejos de la consulta, se dio cuenta de que estaba inmersa en una depresión profunda que se había ido gestando lentamente durante el embarazo.
“Mala madre”
El caso de Alejandra no es único. Tratos así se extienden por todo el sistema médico y sobre todo hacia mujeres que se encuentran en edad fértil. Así lo explica Daniela Sanhueza, psicóloga Magíster en Psicología Clínica, y activista por los derechos de las mujeres.
En Chile, la mayoría de la población femenina vive con sobrepeso, explica Sanhueza, por lo que es común que las mujeres lleguen a un embarazo con un índice de masa muscular más alto de lo considerado normal. Pero a mujeres como Alejandra, que han lidiado toda la vida con el estigma del peso, se les presiona aún más por vigilarlo.
“Incluso se les obliga a subir muy poco o nada durante el embarazo porque ‘ya tienen kilos de más’”, dice Sanhueza. Y recuerda el caso de una mujer que por órdenes de sus médicos tuvo una dieta muy restrictiva durante el embarazo. “Tenía sobrepeso, ni siquiera obesidad y la asustaban constantemente de que si subía de peso, ella y su bebé podrían enfermarse. Vivió un embarazo muy estresante y le generó un trastorno de ansiedad por considerarse una ‘mala madre’”, dice.
El sobrepeso antes y durante el embarazo puede aumentar el riesgo de distintas complicaciones, como la diabetes gestacional, los trastornos de la presión arterial y la necesidad de una cesárea y parto prematuro. Pero las mujeres gestantes con sobrepeso tienen que lidiar no solo con el estrés de los posibles riesgos, sino también con tratos discriminatorios en donde se asume que su imagen es reflejo de una falta de cuidado y preocupación.
“Todos entendemos que existen factores de riesgo en gestantes con sobrepeso, pero eso no significa que esa mujer deba soportar maltrato por intentar ser madre. Atribuir todo lo que le pase durante el embarazo a su sobrepeso es violento”, dice Sanhueza.
A la influencer Emma Emiliana (30) le habían advertido hace años que le sería sumamente difícil embarazarse por una serie de problemas hormonales. Ella ya tenía asumido que para intentar ser madre tendría que someterse a tratamientos y a una preparación para perder peso.
“Llevaba cinco años sin cuidarme con mi pareja. Pesaba 160 kilos cuando me embaracé de la nada, algo que no busqué, pero que sí fue muy deseado. Todos a mi alrededor se asustaron por mi peso. Muchos de mis seguidores y no tan seguidores empezaron a decirme que cómo se me ocurría quedarme embarazada si estaba tan gorda”, dice.
Cuenta que aunque tenía cinco pruebas de embarazos positivas y dos exámenes de sangre que demostraban su estado, no la quisieron ingresar a un Cesfam porque aún no tenía una ecografía en donde se viera el embrión. Cuenta que tras un sangrado corrió muy asustada al hospital pero allí la trataron como si no estuviera embarazada. “Al momento de hacer la ecografía me dijeron prácticamente que estaba abortando. Usaron palabras muy duras, diciéndome que no me ilusionara”, dice.
Comenzó a recibir además constantes mensajes relacionados con su embarazo a través de sus redes sociales. La mayoría, eran escritos en un tono de falsa preocupación que para la influencer iban cargados de agresividad: Emma no es odio pero deberías cuidarte; Emma no es por ser mala onda pero deberías preocuparte de tu salud y dar un buen ejemplo; Emma, no deberías haberte embarazado.
“Tengo un espejo y vivo conmigo misma. Sé que estoy gorda y también sé que podría afectar a mi guagua. Créanme, hago todo lo posible para que no sea así y que mi embarazo vaya súper bien”, dice.
Maltrato encubierto
La violencia obstétrica hacia personas con sobrepeso es una practica bastante frecuente, explica Sanhueza, y no comienza solo con el embarazo, sino durante su búsqueda. En muchos casos se les instruye a las mujeres que deben bajar de peso incluso sin considerar sus exámenes de sangre y controles. Y en algunos casos se utiliza un lenguaje que puede ser muy perjudicial para la salud mental.
“Se les pide que suban lo menos posible porque ya ‘están gorditas’ y en los controles, el tema del peso es constante. Reciben comentarios incómodos como que su ecografía será difícil de realizar o que no se ve claramente su bebé ‘por la grasita que tiene’. Esto genera mucha presión en ellas, lo que sumado al resto de los síntomas, cambios hormonales e inseguridades que puede vivir una mujer embarazada, puede ser el perfecto caldo de cultivo para una depresión preparto”, explica.
Karina Reyes (36), matrona y especializada en parto humanizado, trabaja en un hospital público de Santiago desde hace más de 10 años. Según su experiencia, existe un maltrato encubierto que aún no se ha logrado erradicar. “Ya no hay un maltrato directo porque se tiene mucho miedo a las demandas, también por la Ley Adriana. Pero sí hay algo más escondido, porque la paciente de talla grande que no cumple con este estándar de belleza que culturalmente tenemos impuesto, es una paciente que queda sola en las maternidades”, dice.
Un ejemplo, explica Reyes, es la falta de estructuras adecuadas para tratar a estas pacientes. “No hay camas ni sillas de ruedas adecuadas. Hay una discriminación por parte de la infraestructura que no está adaptada. Y esto lo vamos a seguir viendo porque es cada vez más común que haya pacientes de talla grande”, dice. “Ningún profesional de la salud quiere ejercer violencia obstétrica. Pero es intrínseca, está impregnada. Creo que tiene que ver con nuestros propios miedos y temores”, dice.
Según Andrea Ocampo, escritora y activista, la gordofobia en nuestra sociedad sigue estando totalmente naturalizada y sobrevive a través de distintas figuras y estrategias de ataque. “Cuando emergen los movimientos body positive, el activismo gordo y de diversidad de los cuerpos, al mismo tiempo aparece el argumento de ‘promoción de la obesidad’, como si por el mero hecho de existir un cuerpo gordo, de vivir en un cuerpo gordo, fuera inmediatamente un gesto publicitario”, explica.
“Esto implica que para no ‘incentivar la obesidad’, la sociedad debe invisibilizar la diversidad corporal. Esto hace que de alguna manera no tengan derecho al desplazamiento, al uso del espacio público, a poder vestirse y atenderse en consultorios o en hospitales sin ser agredidos inmediatamente”, añade.
Más consciencia
Para la psicóloga clínica Daniela Sanhueza, es clave realizar una capacitación actualizada en el sistema de salud donde se le dé énfasis al daño psicológico que las personas viven al ser discriminadas por su cuerpo.
“Hay que entender que los malos tratos lo único que generan es que las personas que se han sentido violentadas en el pasado, probablemente van a tardar más en consultar por algún otro problema de salud por el miedo a experimentar la gordofobia nuevamente”, dice.
Según Reyes, hay una falta de entendimiento en torno a la obesidad. “Nos falta comprender que es multifactorial. Van a haber riesgos en todas las gestantes, pero no por eso las vamos a someter a más culpa, a más estrés del necesario. Merecen respeto como toda mujer”, dice.
“La obesidad tiene un componente emocional y parece irónico que siendo profesionales de la salud, solo pensemos que es un descuido, que esa persona no se quiso cuidar o que le gusta comer. Cuando entiendes que esto va mucho más allá, sabes como acercarte, darle la mano y felicitarla por su gestación”, asegura.