Tenemos miedo a la soledad, al abandono, al fin del mundo, a no tener trabajo, a que nos asalten, a que nos ignoren y a que no nos amen. Sin embargo, el gran miedo de nuestra vida es la muerte; una emoción que nos paraliza, nos hace perder el control y nos agobia. Culturalmente no sabemos enfrentarla. Evitamos hablar de ella y, si lo hacemos, le cambiamos el nombre o bajamos la voz cuando la mencionamos.
El maestro zen Thich Nhaten señala en su libro Miedo que "el mayor de los miedos suele ser el conocimiento de que un buen día nuestro cuerpo dejará de funcionar. Creemos que para ser más felices debemos reprimir e ignorar ese miedo. Lo negamos porque nos incomoda pensar en las cosas que nos asustan. Pero por más que nos empeñemos en ignorarlo, sigue presente".
La sicóloga Loreto Gálvez, explica que el miedo a la muerte es parte de nuestro desarrollo. Una emoción que surge en la infancia y que se transforma en un tema importante para los niños. "Es una respuesta normal y adaptativa a amenazas que pueden ser reales o imaginarias; y preparan al organismo para reaccionar ante una situación percibida como riesgosa. Estos miedos son modulados por una experiencia, son transitorios, desaparecen a medida que el niño crece y no generan mayor malestar".
Sin embargo, cuando el miedo a la muerte es persistente en la vida y altera el normal funcionamiento de una persona -dejando de hacer cosas por ese temor-, se convierte en un problema. "Causa un malestar clínicamente significativo, un deterioro social o laboral y afecta el curso normal de la vida. Entonces se experimentan los temores con una ansiedad intensa e inmediata, pudiéndose transformar en una fobia", explica Loreto.
Cómo sanarlo
En su análisis sobre el miedo a la muerte, Thich señala que una de las formas de superar el dolor que causa esta emoción es la práctica de vivir en el presente. "La plena conciencia puede proporcionarnos el valor necesario para enfrentarnos a nuestros miedos sin vernos empujados ni arrastrados por ellos. Estar plenamente atento significa ver profundamente, conectar con nuestra verdadera naturaleza y reconocer que nunca hemos perdido nada", reflexiona.
Para dejar de sentir este miedo patológico, Loreto cree que es necesario explorar nuestro sistema de creencias para así modificarlo. "Nuestra cultura no nos prepara para la muerte ni para las pérdidas. Muy por el contrario, nos educa en la cultura del apego, lo que favorece el dolor y el miedo frente a ella. En México, por ejemplo, hay rituales y celebraciones del Día de los Muertos con ofrendas y altares que dan cuenta de que no se puede concebir la vida sin la muerte, y esa convivencia es parte de la naturaleza humana. En África también existe una manera diferente de experimentar la muerte, con ritos que buscan honrar a quien ha fallecido para que pueda pasar la frontera de esta vida. Finalmente, las culturas practicantes del budismo creen que la vida no termina con la muerte porque existe la reencarnación y cada vida es un aprendizaje para alcanzar mayor pureza espiritual. La muerte, por lo tanto, es el principio de una nueva existencia y la vida es eterna", cuenta.
Reeducar a las nuevas generaciones sobre el significado de la muerte en la vida es una tarea pendiente de nuestra sociedad. Por eso Loreto cree que es importante que los padres hablen del tema con los niños siempre en positivo, para así construir un nuevo sistema de creencias. "Si es necesario abordar la muerte de alguien significativo es importante comunicar la noticia lo antes posible de manera clara, teniendo en cuenta la edad del niño, el vínculo existente y considerando que un proceso de duelo tiene distintas fases por las que pasarán. Es importante estar disponibles para contenerlos y poner atención a sus reacciones", aconseja.