El autor norteamericano del best seller One Minute Manager y consultor de negocios Ken Blanchard, suele mencionar en sus charlas motivacionales la frase “ninguno de nosotros es tan inteligente como todos nosotros”. Y, aún cuando pareciera que la colaboración, el trabajo en equipo y el contribuir al éxito del grupo son la filosofía de moda, la formación y el discurso bajo el que la mayoría fue educado, es uno muy diferente. La competencia y ser el o la mejor en cada aspecto de la vida era el objetivo primordial. La meta con la que crecimos en mente. Porque ganar, es la forma de asegurar un éxito esquivo que solo algunos pueden alcanzar. Y es que, no hay lugar para todos en la cima. Solo para los ganadores. El resto, se queda en el camino.

Es así como, para evaluar dónde nos posicionamos en esta constante carrera de la vida, que nos comparamos permanentemente con nuestros pares. Y lo hacemos en todos los ámbitos posibles: el laboral, el académico, los logros personales, familiares, las relaciones de pareja, el éxito económico. Y, quizás uno de los más exacerbados en el último tiempo producto del uso de redes sociales: la apariencia física.

A pesar de que el discurso popular puede apelar a la colaboración y la sinergia como la fuerza que nos lleva al éxito, seguimos viviendo en una sociedad que promueve la competencia y el individualismo porque tiene a ambos como valores que forman parte de sus cimientos. De acuerdo con un estudio publicado por la Universidad de Illinois Weyland titulado Dos facetas de la competitividad, la competencia es un fenómeno que se encuentra tan integrado en nuestra idiosincracia y en nuestra forma de pensar que, muchas veces no podemos siquiera detectarla.

Mónica López Hernando, psicóloga especialista en felicidad y relaciones saludables y Directora del Instituto del Bienestar, explica que las personas competitivas tienden a poner dentro de sus prioridades vitales el lograr los objetivos que se proponen. Por esa razón hay una mayor asociación a que sean exitosas. Y, como consecuencia, ser competitivos —en la mayoría de los casos— lo percibimos como una cualidad positiva y la asociamos a una característica de la gente que obtiene buenos resultados en la vida. “Vivimos en una sociedad que valora el estar siempre buscando algo más. Ganar más, hacer más, tener más”, explica la especialista. “El detenerse se asocia a mediocridad, estancamiento, flojera. Se le da una connotación negativa sin darnos cuenta de que, muchas veces, parar puede ser el mayor avance que podamos hacer. Sobre todo en algunos momentos de nuestras vidas”.

Competir es parte de muchos aspectos de nuestra sociedad incluso hoy. En lo económico, los sistemas se han basado en la idea que, la innovación es posible precisamente gracias a que las empresas compiten unas contra otras. En lo educativo, los niños aprenden a competir por llegar a resolver problemas de forma individual y no de forma colaborativa como se espera que lo hagan en la adultez.

Incluso, para algunos especialistas, la competencia está tan engranada en los seres humanos, que tiene sus orígenes en la infancia y es una constante que nos acompaña durante toda la vida. El psicólogo austríaco Alfred Adler, contemporáneo a los reconocidos Carl Jung y Sigmund Freud, es el creador de la Psicología Individualista. Propone que, al nacer, los niños generan un sentimiento de inferioridad respecto de sus padres que se encuentran en un posición de poder sobre ellos. A partir de ese punto, crecen sintiéndose inferiores en algún aspecto de la vida en el que carecen de habilidades naturales o en el que perciben que tienen más dificultad que sus pares. Y por eso competimos. Para superar ese sentimiento de inferioridad.

Podríamos pensar entonces que, si quienes sufren lo hacen porque se sienten inferiores, las personas altamente competitivas, las que sí logran ocupar esos escasos puestos en la cima, son más felices que el resto. Pero asumir que ganar es equivalente a bienestar, es un gran error que muchos competidores tienden cometer durante la carrera. El libro The Courage To Be Disliked de los autores japoneses Ichiro Kishimi y Fumitake Koga, aborda las consecuencias de la competitividad excesiva y el daño que ésta puede causar a la salud mental de quienes se sienten perdedores, pero también, de los que se perciben como ganadores en la vida. “Incluso si no eres uno de los perdedores, si eres alguien que continua ganando […] nunca vas a tener un minuto de paz”, explican los escritores en el texto. “No quieres ser el perdedor así que debes continuar ganando constantemente. No puedes confiar en otras personas”. El problema para los ganadores según Kishimi y Koga, no es el sentimiento de inferioridad que sufren quienes sienten que pierden, sino la percepción de que el mundo es un lugar amenazante y peligroso, lleno de enemigos que quieren quitarles el puesto de privilegio que tanto esfuerzo les ha costado ganar.

Pero, además, la competitividad no solo genera sufrimiento emocional, sino que puede llegar a afectar la salud mental de las personas de forma profunda. De acuerdo con un estudio conducido por especialistas de la Unidad de Investigación de Salud Mental de la Universidad de Derby en el Reino Unido, existe un lado oscuro de la competencia. La investigación muestra que, a mayor grado de competitividad, existe una mayor vulnerabilidad a sufrir depresión, episodios de auto lesiones, ansiedad y estrés. La Directora del Instituto del Bienestar agrega que, las personas altamente competitivas tienden a padecer trastornos en el área del sueño, alimentación e imagen corporal. Tienen una mayor tendencia hacia el aislamiento social y a desarrollar adicciones como el alcohol, tabaco, drogas, pantallas, etc. “Suelen justificarlas y minimizarlas viéndolas como medios para liberar estrés. Además, tienden a tener un sistema inmune más debilitado debido al alto nivel de estrés al que se exponen sin espacios de autocuidado o recuperación suficientes”, comenta. La especialista agrega que, las personas que compiten de forma dañina, muchas veces enfocan su vida completa a lograr ciertos objetivos y descuidan la salud tanto mental como física.

“Quién supera a quién y de qué manera es bastante subjetivo”, comenta Mónica. “Estamos acá para ser felices y lo que más nos entrega felicidad son los vínculos de calidad. Podríamos evitar un montón de sufrimiento que viene con el hecho de sentirnos menos que otros, sentir que no somos suficientes”, explica. Y agrega que, si dejáramos de pensar en categorías de bueno o malo, correcto o incorrecto y si pensáramos en cambio que las elecciones de cada uno son más bien caminos distintos, no habría necesidad de comparar ni competir. Mark Twain ya lo había dicho hace más de un siglo: “la comparación es la muerte de la felicidad”.