“Independiente del día, independiente del ánimo con el que esté, siento que se me descontroló de nuevo y me da susto perder los avances que había logrado en el último tiempo”, cuenta Nikol Olivares (25), quien tiende a arrancarse el pelo en momentos de mayor frustración y ansiedad desde que tiene 15 años, y a quien la pandemia le jugó una mala pasada. “Empecé a tener este problema sin saber lo que era. Recuerdo cuando estaba en clases tratando de resolver una guía de historia y me estaba tirando los pelos de la cabeza, hasta que una compañera me dijo “oye qué onda, teni lleno de pelos debajo de la mesa”. Me dio mucha vergüenza, de hecho, pedí permiso para ir al baño. Pasaron varios años en que me hice la loca”, recuerda. Nikol identifica ese día como el momento en el que se dio cuenta de que la costumbre que tenía era un problema. Sin embargo, no fue hasta cuatro años después cuando se enteró de que esta conducta tenía nombre, y que muchas personas, al igual que ella, lo padecían.
La tricotilomanía es un tema del que poco se sabe en Chile. Según Caterina Bruzzone, psicóloga clínica del centro Nuevo Norte Tricotilomanía, se trata de un trastorno de la ansiedad, específicamente de los TOC, que consiste en extraerse de forma repetitiva y constante el pelo de la cabeza, cejas, pestañas o, incluso, del pubis. Generalmente, se puede asociar a cuadros de estrés y ansiedad, pero también puede presentarse de forma aislada. “Las pacientes se sacan el pelo de una manera compulsiva, fuera de la voluntad, dejándose a veces pelones súper invalidantes para la vida cotidiana”, explica la especialista.
Un acompañante en el encierro
Si bien la tricotilomanía existe desde siempre, el confinamiento por la pandemia del Covid-19 ha deteriorado la salud mental de muchas personas a lo largo del mundo. Según la psicóloga Caterina Bruzzone, “lo que ocurre con la tricotilomanía es que muchos pacientes se sacan el pelo mayoritariamente en sus casas, en sus piezas, en contextos particulares. Y estando en cuarentena se genera ese escenario con mayor facilidad. De hecho, para la mayoría de los pacientes es un alivio salir a trabajar, porque saben que no se van a sacar el pelo”.
Lo que le pasa a Nikol Olivares es un claro ejemplo de que la pandemia ha deteriorado la salud mental de las personas y ha hecho que se acentúe este trastorno. Nikol vive sola en Santiago y trabaja en una agencia de publicidad hace un poco más de dos años. Si bien había logrado controlar la tricotilomanía, con el pasar de los meses en cuarentena comenzó a empeorar. “Llegando a junio me cambié de casa a un lugar que no me gustaba tanto, me sentí sola, y al mismo tiempo estaba enfrentando el estrés de la pega. No sé en qué momento pasé de solo tocarme el pelo, a arrancármelo”, afirma. “Me pasa sobre todo cuando estoy frustrada que al tiro me llevo las manos a la cabeza. Los primeros minutos me cuesta darme cuenta de que lo estoy haciendo, hasta que ya me saqué cuatro o cinco pelos y me empieza a doler. Ahí digo “basta” y trato de canalizar esa frustración en algo más”.
Algo similar le ocurre a Valentina Gutiérrez (24). La estudiante de terapia ocupacional vive con tricotilomanía desde alrededor de los siete años y cuenta que el encierro de la cuarentena le provocó mucha ansiedad. Valentina describe como “un trance” lo que le producía arrancarse el pelo. “Me daba satisfacción, hasta que me comenzaba a doler, y ahí le dije a mi familia que cada vez que me vieran con la mano en la cabeza, me dijeran algo y empecé a regularme a mí misma”.
El estrés y la ansiedad que provoca el contexto de pandemia también ha afectado a Paola Leiva (30), quien sufre de tricotilomanía desde los 16 años. “Sufro un alto grado de estrés, soy mamá soltera con dos niñitos y me mato trabajando todo el día. Con la pandemia estoy encerrada y no salgo a ningún lado, lo que me genera más estrés. Lo mismo cuando estoy con mucha carga laboral, sumado a las clases online con los niños”, afirma. Paola actualmente tiene una peluquería canina en su casa, por lo que pasa muchas horas al día trabajando con las manos ocupadas. Sin embargo, igual encuentra los momentos en su trabajo para llevarse las manos a la cabeza. “A veces, esperando que baje el calor de la cuchilla para seguir trabajando, me empiezo a sacar el pelo”.
“El estudio de mi examen de grado fue detonante para mi tricotilomanía, pero la pandemia la intensificó mucho más”, confiesa Constanza Espinoza (25), egresada de la carrera de Derecho. Constanza vive con tricotilomanía desde chica y asocia el aumento de la necesidad de arrancarse el pelo con el estrés de la pandemia. Tenía 10 años cuando sus padres se dieron cuenta de que tenía pelones en la cabeza. Según explica, “el trastorno va y viene, dependiendo de la situación en la que se está”, pero es algo con lo que tiene que vivir.
Vivir con tricotilomanía
“Todas las enfermedades mentales tienen asociado un estigma y por eso uno no lo habla abiertamente. La persona que sufre tricotilomanía sabe que es algo que se lleva en secreto y muy solitariamente”, afirma Constanza. “En un principio, mi relación con la trico era muy complicada, me avergonzaba mucho, lo que afecta en lo social porque uno siente mucha vergüenza de uno mismo”.
Según explica la psicóloga Caterina Bruzzone, “habitualmente se sacan el pelo a solas o sin que nadie las vea. Los pacientes a veces no le cuentan a nadie durante muchos años, hasta que la cosa se hace evidente”.
La carga social también ha sido un problema para Antonia Acuña (25), quien se arranca los pelos de las cejas desde que estudiaba en la universidad. “Lo que más me complica es que es en la cara, súper visible. Es una lucha que uno siempre tiene. Vas conociendo gente, vas generando confianza y hay que ir contando. No falta el que te pregunta ¿por qué tienes las cejas así?”, narra. Antonia afirma que durante el confinamiento se hizo el microblanding, una técnica de maquillaje en las cejas para reconstruir zonas sin pelo.
La culpa y remordimiento después de arrancarse el pelo son sentimientos muy comunes de quienes padecen este trastorno. Así lo confirma la psicóloga Caterina Bruzzone, “la sensación posterior cuando ves la cantidad de pelo que te has sacado, es una oscilación anímica espantosa”. En esa línea, Anaí Núñez, psicóloga y participante de Minka -red de psicólogas feministas-, explica que sacarse el pelo para las mujeres tiene una carga emocional fuerte debido a lo que socialmente significa el pelo. “Culturalmente nos han enseñado que nuestro pelo es una parte demasiado importante en relación con nuestra autoestima y auto confianza. Los estereotipos de género nos imponen ciertos cánones y un “deber ser”, y hacen que una mujer sienta que perdió su identidad al sacarse el pelo. Por eso es importante saber que el pelo no nos define”, explica la especialista.
¿Cómo sanar?
Un tratamiento para la salud mental que ha ido aumentando en popularidad es la meditación. En ese sentido, Núñez propone aplicar el mindfulness -técnica de meditación que consiste en conectar y concientizar con el presente- para aprender a conocer cuáles son las emociones que gatillan el arrancarse el pelo. “El contexto de cuarentena está como anillo al dedo para incorporar este tipo de práctica. Los médicos no están a mano, es difícil ir a la clínica. Cultivar el amor propio y la gratitud son herramientas que promueven la autoestima y ayudan a disminuir el sufrimiento por las cosas que provocan angustia y ansiedad”, afirma.
Por otro lado, la psicóloga Caterina Bruzzone cree que es beneficioso tratar la tricotilomanía de la misma forma con la que se trata una adicción. “Nos planteamos una evaluación de seis semanas y nuestro foco de esas semanas es detener la conducta rápidamente”. Para ella, es clave la participación de la familia en el proceso de sanación.
Ambas especialistas comparten una visión en común: hablar y expresar el tema siempre será mejor que llevarlo en solitario. Así lo confirma Valentina Gutiérrez, quien participa en grupos de apoyo de la fundación estadounidense The TLC Body-Focused Repetitive Behaviors. “Hace unos 3 años intenté raparme y no fue la solución. Y es que esto se trata de temas emocionales y por eso hay que atacar la tricotilomanía desde ese lugar”, dice.
Para ella, es crucial poder expresar lo que pasa al arrancarse el pelo. “Uno se guarda muchas emociones y se las quita a través de esto. Yo antes no lo hablaba, pero con el tiempo me he dado cuenta de que me ha servido harto contarlo. Hay gente a la que le da vergüenza, que no está preparada, pero con las personas que han llegado últimamente al grupo intento que cuenten su experiencia, que si se sienten mal en un momento, nos hablen. Al final estamos todos en las mismas, tenemos recaídas, pero se puede salir adelante”.