Vivir sin agua: ¿Cómo la escasez hídrica profundiza las desigualdades de género en el mundo rural?
En Chile existen 383.204 viviendas que no cuentan con servicio de agua potable. Una problemática que se concentra mayoritariamente en el mundo rural y cuya solución ha recaído históricamente en las mujeres, que se han encargado de gestionar el suministro para el consumo familiar. Pero, ¿cuál es el precio de ser la encargada de un bien esencial en medio de una pandemia?
En la casa de Jazmín Alfaro (32), el agua cae por la llave sin fuerza, como un hilito que pronto se puede cortar. Como habitante de La Higuera, sector ubicado en la provincia de Petorca, Jazmín ha tenido que enfrentar la peor cara de la sequía que vive hoy el mundo rural. A veces, cuenta, no tiene cómo lavar la loza ni la ropa. Tampoco tiene la posibilidad de tomar agua de la llave. Mucho menos puede pensar en regar el jardín o darse una ducha larga y, hasta hace un par de meses, tenía que hervir el agua para poder bañar a su guagua de dos años. Una situación angustiante que solo pudo solucionar recolectando ese poquito todos los días, en un tarro junto a su hija mayor. Pero, muchas veces, ni eso alcanzaba. Cuando ya no caía agua de la llave, se tenía que ir de su casa a vivir donde su madre en la comuna de La Ligua.
“En un período entré en depresión porque me levantaba con mucho dolor. Tengo fibromialgia, y con mis niñas, que estaban más chicas, era muy complicado. A una la tenía que vestir y cambiarle los pañales, mientras que con la otra tenía que acarrear el agua del día. Miraba la loza acumulada y no quería levantarme porque sabía lo que se venía. Estaba angustiada y con eso me empeoraron los dolores”, recuerda.
A comienzos del 2020, con la pandemia encima, la situación no dio para más. Jazmín sabía que debía tener más litros de agua al día para evitar los contagios. Por eso, decidió comprarse un estanque, que le costó cerca de 200.000 pesos y que, hasta el minuto, ha sido la única solución para vivir más tranquila. “Con este estanque, ahora abro la llave y sale agua. Pero sigue siendo incierto porque puede que hoy se junte agua, pero no sabemos si mañana vamos a tener. Además, la calidad del agua es mala porque se acumula mucha tierra que no se puede limpiar. Al final, tenemos que vivir así no más”, dice.
Según datos del Censo de 2017, en Chile existen 383.204 viviendas que no cuentan con el servicio de agua potable. Una cifra que se concentra principalmente en el mundo rural y que da cuenta no solo de las consecuencias del cambio climático, sino también de las fuertes desigualdades estructurales del país. Así lo explica el informe Pobres de Agua, realizado por la Fundación Amulen en 2019, que afirma que las comunidades que no cuentan con servicios de agua ven afectado su desarrollo en áreas como economía, salud, educación y equidad de género.
Al respecto, el documento señala que, en dichas zonas, las mujeres son prácticamente las únicas encargadas de la administración y gestión del agua, cargando con el peso de asegurar día a día el suministro para el consumo familiar. Un hecho que coincide con lo expresado por Unicef. De acuerdo a datos obtenidos por la entidad, en 8 de cada 10 hogares donde no existe un abastecimiento formal de agua son las mujeres y niñas las responsables de realizar las labores de recolección. “Hay casos emblemáticos de mujeres que todos los días caminan cinco kilómetros con un balde para ir a buscar agua a un río. O sea, ¿en qué minuto pueden trabajar o tener una labor agrícola? Están tres o cuatro horas del día en la recolección de agua y cuando lo hacen, tampoco tienen una retribución monetaria”, manifiesta Rocío Espinoza, directora de la Fundación Amulén.
Y ese costo a nivel económico no solo lo viven las que tienen que ir a buscar el suministro a ríos o vertientes, sino también las que obtienen el agua a través de pozos o camiones aljibes. “Una mujer que tiene agua de pozo, por ejemplo, no puede poner un hostal o hacer repostería porque no tiene la resolución sanitaria que le permite operar. Si quisiera vender frutas, tampoco puede hacerlo porque no podría regarlas si no tiene agua potable. Entonces hay un segmento afectado que no puede trabajar, ni crecer profesionalmente y sigue en un estado invisible”, analiza Espinoza.
Así, no solo el desarrollo personal queda mermado al tener que hacerse cargo del abastecimiento del agua, sino que también se agudiza la sobrecarga de tareas domésticas, un rol que históricamente ha sido asignado a las mujeres, sobre todo en el mundo rural. “Muchas cosas se suman a la carga de una mujer por responsabilizarse del resguardo del consumo humano de agua. Ahí tenemos una deuda país porque ese trabajo no es reconocido, se piensa que la dueña de casa no tiene labores. Y aquí estamos cargándoles y desgastándolas. Pasamos el límite de la vulneración”, dice Bárbara Astudillo, ecofeminista y activista ambiental de Petorca.
A nivel nacional, de acuerdo a la información del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales, las mujeres destinan casi nueve horas más que sus pares a las tareas del hogar. Sin embargo, en las zonas con déficit hídrico, esta cantidad puede llegar a ser muy superior por el tiempo que supone repensar las labores sin tener un suministro estable de agua potable. “Aparte de buscar el agua, hay que pensar como multiplicarla. Por ejemplo, regar las plantas con el agua que quedó de la loza. Hay gente que no lava con lavadora, sino que lo hace a mano y eso también es más tiempo. Entonces la calidad de vida se disminuye”, analiza Gloria Alvarado, presidenta de la Federación Nacional de Agua Potable Rural.
“Hay que hacer magia con el agua. Además de tener que reutilizarla y administrarla con cuidado, hay que estar disponible para recibirla”, explica la antropóloga social y académica de la Universidad de Chile, Anahí Urquiza. Esto implica estar pendiente, de manera constante, a la llegada del camión aljibe o al retiro del suministro de los estanques comunitarios. Así, se genera una especie de ‘régimen horario fijo’ que limita la realización de otras actividades. “Eso no es menor porque hay mujeres que habían logrado avanzar y tener fuentes de ingreso afuera, pero con la sequía, se hizo más complejo de compatibilizar porque alguien tiene que esperar al camión”, explica la académica.
Sin embargo, las consecuencias asociadas van más allá, e incluso pueden llegar a transformarse en problemas a nivel físico. De acuerdo a la investigación Escasez hídrica, género, y cultura mapuche. Un análisis desde la ecología política feminista, publicada en 2019, las dificultades en el acceso al agua generan desequilibrios corporales sobre las personas que gestionan el recurso. “Se identificó que las actividades de traslado de agua, en carretas o baldes, entre largas distancias, y a la cual deben acudir reiteradas veces durante la semana, genera y acentúa dolores físicos sobre las extremidades y la columna vertebral. Sin embargo, debido a ser las únicas encargadas de la gestión del agua a nivel doméstico, siguen ejerciendo dichas actividades”.
Además, el estudio afirma que, a nivel emocional, se genera una sensación de vulnerabilidad por la incertidumbre respecto a la disponibilidad futura de agua. “En las mujeres que deben hacerse cargo por sí solas de este aspecto se observa una mayor preocupación y estrés al abordar este tema”, dice la investigación. Jazmín Alfaro dice tener esa presión psicológica día a día porque, en cualquier momento, siente que puede volver a quedar sin suministro para ella y sus dos hijas. “Uno sabe que es importante el tema del agua, pero hasta que no tienes, no te das cuenta lo esencial que es para vivir y lo estresante que puede ser no tener. Cuando tus vecinos te dicen que se puede acabar, te angustias porque sabes que puedes tener el estanque lleno y que, de a poco, se va a ir agotando. Es una incertidumbre constante”, confiesa.
Las defensoras del agua en el mundo público
Pero el rol femenino en la administración del agua no ha quedado relegado únicamente al mundo privado. En lo público, han sido las mismas mujeres las que han tomado acción en la organización comunitaria, desplegándose como líderes de los Sistemas de Agua Potable Rural (APR). Un programa que comenzó a regir en 1964 y que, actualmente, provee de infraestructura de agua a una gran cantidad de localidades del país. “Son las grandes defensoras del agua porque se encargan de la operativa y mantención de los APR que es donde se administra el agua comunitaria. Algunas son presidentas de estas comitivas y, a través de las asambleas, toman determinaciones de cómo va a estar el año en cuanto al agua que manejan. Entonces es simbólico porque sostienen esa gestión, recaudando gastos o administrando”, analiza Bárbara Astudillo.
En ese contexto, la participación femenina es significativa. “Se ha ido incursionando en este escenario de ser dirigente. Aquí el aporte de la mujer es vital porque saben cómo administrar, prever y economizar los recursos”, analiza Gloria Alvarado. “En el fondo, se hacen cargo del problema y eso también habla de una lucha de género, de abrirse espacios en esos ámbitos que permiten el apoyo y resolver los problemas del agua de manera colectiva”, dice Anahí Urquiza.
A pesar de ello, según Bárbara Astudillo, aún falta dar el salto para que esos liderazgos tengan una participación incidente en las decisiones políticas en materia hídrica. “Si uno mira la lista de las mesas del agua, son solo hombres que no son de la zona, que no vienen nunca, y que tienen visiones neoliberales. En esos espacios no hay mujeres, porque no se considera esa opinión en la decisión de la política pública que se ve desde una visión institucional y no comunitaria. Ahí hay egoísmo de no escuchar al territorio y el reclamo de la gente”, indica. Por eso, Rocío Espinoza explica que es vital incluir a las mujeres en las determinaciones asociadas al suministro hídrico. “Si te sientas en una mesa con gente que no ha vivido la escasez, no sirve. Si se incorpora alguien que vive el problema, te va a decir qué es lo que paso y por qué no funcionó. Así se generan políticas públicas más constructivas, y se visibilizan los problemas que están bajo la alfombra”.
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