Volver a partir: La ciclista que se accidentó en los Odesur
La seleccionada nacional de ciclismo, que protagonizó un grave accidente al chocar contra un parador en los Juegos Odesur 2014, quedó con fractura expuesta de rótula y ha tenido que partir de cero. Dos meses y medio después ha vuelto a caminar pero la posibilidad de que vuelva a competir aún es incierta. De las lecciones que ha aprendido desde esa fuerte caída y del revés que sufrió poco después cuando se supo que arrojó "no negativo" en la prueba antidoping, habla en exclusiva.
Paula 1148. Sábado 24 de mayo de 2014.
Once segundos antes del accidente, en la casa de Curicó de la familia Aravena, José Manuel Aravena Cortés, el hermano mayor de Irene, que seguía la transmisión en vivo de la competencia, se llevó las manos a la cabeza. En Santiago, en el velódromo de Peñalolén, justo al otro lado del lugar donde Irene chocaría con el partidor, su padre, Manuel Aravena, hizo lo mismo. Los dos, como ciclistas profesionales, sabían lo que estaba a punto de pasar. Durante esos once segundos, mientras su hermano José Manuel, junto al resto de la familia, miraba aterrado por televisión la partida falsa de la competencia, su padre, Manuel Aravena saltó la reja que separa las gradas de la pista atlética y cruzó medio estadio para intentar llegar a ese partidor antes de que su hija, que pedaleaba a toda velocidad, lo hiciera. Irene, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, solo se percató de que la rueda de la bicicleta de su compañera se había abierto hacia la derecha y de que un ruido seco, aturdidor, antecedió a que el mundo se le fuera a negro.
Ese 12 de marzo, Irene Aravena (27), seleccionada nacional de ciclismo en pista, corría la competencia de velocidad olímpica en los Juegos Suramericanos Santiago 2014 y junto a su compañera Estefanía Núñez iban por una medalla para Chile. La prueba clasificatoria de esa mañana las había dejado a 600 milésimas de segundo del equipo brasileño y eso significaba que debían pedalear con la concentración intacta, como si el resto del mundo se hubiera acabado. Por eso, ninguna de las dos escuchó el aviso de partida falsa o la voz en altoparlante que dijo varias veces "se detiene la serie", "se detiene la serie". Siguieron pedaleando enajenadas directo hacia el partidor del equipo brasileño –este artefacto sostiene la rueda de una de las ciclistas y lleva la cuenta regresiva para la partida– el aparato estaba justo en el camino de las competidoras chilenas y a ninguno de los cuatro asistentes voluntarios en la pista se les ocurrió sacarlo antes de que Irene Aravena se incrustara en él. En una competencia como esa, la tarea del ciclista que va detrás es, ante todo, jamás perder de vista la rueda trasera de su compañera y eso fue lo que hizo Irene en todo momento. Hasta que chocó.
Sobre la prueba antidoping que le tomaron en enero y salió 'no negativo', dice: "mucha gente me ha hecho pebre, dicen que el día del accidente iba drogada y por eso choqué. Ha sido doloroso. Para mí es importante aclarar que fueron dos cosas totalmente distintas. La situación por la que se me acusa de doping ocurrió dos meses antes de la competencia".
A una velocidad promedio de 50 kilómetros por hora, Irene Aravena se estrelló contra una estructura metálica de unos 100 kilos. Su bicicleta se partió en tres y ella se dio una voltereta en el aire que la dejó a cinco metros del lugar del choque. Entonces, abrió los ojos en el suelo. Pese a no entender aún lo que había pasado, supo dos cosas: que la cara de afligido de su padre indicaba que el asunto era grave; y que no debía moverse. "Solo escuchaba un zumbido en la cabeza y al entrenador venezolano que me decía que no cerrara los ojos, que me mantuviera despierta. Pero cuando llegaron los paramédicos escuché que mi papá se puso a gritar; a gritar de desesperación, llorando. Ahí me asusté. Intenté moverme y pude mover una pura pierna. Entonces miré hacia abajo y me vi los huesos fuera. Donde debería haber estado mi rodilla estaba todo molido, había un hueco. Ahí recién me di cuenta de lo que había pasado y me desmayé", recuerda Irene. Luego volvió a despertar en la ambulancia que la trasladó de urgencia a la Clínica Santa María, y le preguntó a su madre lo que todavía, pese a su recuperación exitosa, está en duda: "Mamá, ¿voy a volver a andar en bicicleta?, ¿voy a volver a competir?".
El diagnóstico tras el accidente fue una fractura de rótula expuesta en la rodilla izquierda, una fractura del pulgar derecho, un traumatismo encéfalo craneano (TEC) simple y la posibilidad de nunca poder volver a competir. Pero Irene tuvo suerte: cuando el médico traumatólogo Felipe Andai, quien la operó de emergencia esa noche, vio el accidente por televisión, pensó, al igual que sus padres, sus hermanos y probablemente todos los que seguían en vivo la transmisión de los Odesur 2014, que Irene se había muerto. "Pensé que no iba a sobrevivir. Tuvo la suerte de caer muy bien. Hemos revisado las imágenes y probablemente la altura del partidor, sumado a que ella frenó justo antes, ayudaron a que diera una voltereta casi perfecta en el aire y que cayera con la región dorsal y no con la cabeza. Pero en un choque con una energía como esa, lo esperable era un daño en la columna cervical y, muy probablemente, no sobrevivir", dice el doctor Andai.
LA VIDA SOBRE RUEDAS
La primera vez que Irene tuvo un accidente en bicicleta fue a los 3 años. Acababa de aprender a andar sin rueditas y el entusiasmo excesivo la llevó directo a la reja de la casa de un vecino. La segunda vez fue a los 7 y le valió quedarse sin sus dos paletas superiores –aún de leche– por una caída en mountain bike bajando el Cerro Carlos Condell de Curicó, que siempre subía con su padre. Irene es la menor de los tres hijos de la familia Aravena Cortés, en la que todos son ciclistas. Su padre, Manuel Aravena, ex campeón panamericano de ciclismo en ruta y ex entrenador de la selección chilena de ciclismo, contagió a toda su familia con su pasión. "Nací arriba de la bicicleta, en una cuna de ciclismo. Cuando éramos chicos mi mamá era apañadora total y seguía a mi papá a todas las carreras. Iba a Arica, a Puntas Arenas, con sus tres cabros chicos. Era imposible que no se nos traspasara el amor por correr", dice Irene.
Manuel Aravena dice que su hija tenía algo distinto a sus hermanos: desde pequeña para ella ser ciclista era algo ineludible. "Llegaba a ser chistosa de lo aperrada que era. Siempre se montaba a la bicicleta y se ponía eufórica. Veías a una cabra chica arriba de la bici, medio gordita y con las piernas medio chuecas pero más rápida y animada que nadie. Siempre quería llegar a más". Mientras sus compañeros soñaban con ser astronautas, bomberos o cantantes, Irene aseguraba que iba a ser campeona mundial de ciclismo. Se lo repitió a todos a lo largo de toda su vida: a los 3, cuando anduvo por primera vez sola; a los 7, cuando empezó a subir cerros todos los fines de semana; a los 8, cuando ganó su primera medalla y, sobre todo, a los 15, 16 y 17, cuando fue por tres años consecutivos campeona panamericana junior de ciclismo. Ahí el sueño estaba entre sus manos y pensar en hacer de su vida cualquier otra cosa que no fuera ser la mejor del ciclismo mundial no le cabía en la cabeza.
FRACASAR
Pero entonces empezó a perder. A los 18 años, Irene pasó de categoría juvenil a categoría adulto, lo que significaba competir con mujeres de 25, 32 y de 39 años, con mucha más experiencia que ella. Acostumbrada al éxito, el cuarto lugar se le hizo incómodo e incosteable: además de la frustración, no ser ganadora de una medalla significaba dejar de recibir la beca Proddar (Programa de Desarrollo de Deportistas de Alto Rendimiento) que entrega el gobierno y eso le ponía el escenario más difícil. "Empecé a pensar '¿qué saco con seguir corriendo para salir siempre cuarta?'… además, mi mamá siempre me había apoyado en que siguiera adelante con ser ciclista pero diciéndome que tenía que estudiar algo. Así que decidí salirme".
Entró a estudiar Nutrición en la Universidad del Mar en Talca, se puso a pololear y se alejó de las pistas. Fueron cuatro años oscuros. "Tuve que empezar a hacer una vida que nunca pensé. Yo nunca me proyecté en la vida de otra forma que no fuera siendo ciclista, y cuando me retiré todo se fue a la pailas", dice. Irene cayó en una depresión fuerte, su pololeo se acabó, su universidad cerró y tuvo que mudarse a Santiago luego de que la Universidad Iberoamericana aceptara convalidar la mitad de sus cursos. Mientras tanto, su padre siempre estaba pendiente de mostrarle que la bicicleta aún era una opción: "Oye, te arreglé la bicicleta. Ahí está, lista, por si quieres salir a andar un rato. Lo digo por si acaso nomás". Cada vez que Irene iba a pasar un fin de semana con su familia a Curicó, su padre la tentaba con volver a correr. Pero ella tenía miedo. A que hubiera pasado demasiado tiempo, a que ya no fuera capaz de ser la mejor. A fracasar.
Hasta que en el verano de 2013 se dio cuenta de que faltaba un año para los Odesur 2014 en Santiago y que si se ponía las pilas podía competir y tomar de nuevo las riendas. Eso hizo. Se vino a vivir a Santiago con tres amigas, retomó su carrera en la Universidad Iberoamericana y entrenó durante todo el año. Todos los días. En Santiago se preparó con Sirinio Saavedra y, en Curicó, con su padre. Entonces todo empezó a resultar: en septiembre volvió a la selección chilena de ciclismo, en octubre fue a correr a Perú, en diciembre a Argentina y en enero dio las pruebas para formar parte de la selección para los Juegos Santiago 2014. También, en ese momento, fue cuando le tomaron las muestras de doping que, tres meses después, terminarían de agudizar su pesadilla.
Irene se conmovió cuando volvió al velódromo donde se accidentó para tomar estas fotos. No podía parar de llorar. "Pensé altiro en todo el tiempo que había estado preparándome ahí, en lo emocionada que estaba ese día. Pensé en lo mucho que me gusta andar en bicicleta y en qué pasaría si no puedo volver a competir".
LA MUERTE
El 12 de marzo después del accidente, cuando Irene Aravena estaba en el ascensor camino al quirófano, con un litro y doscientos centímetros cúbicos menos de sangre y una crisis de pánico en curso, pensó que era el momento de morirse. Repentinamente todo le pareció muy claro: esa sensación de vacío que la había acechado tantas veces mientras estuvo sin correr, esa incapacidad de proyectarse más allá de los 30 años, de no verse casada, con hijos, con familia, ahora cobraba sentido. Se moriría en ese momento. Así lo había intuido siempre y así iba a pasar. "Sentía que me estaba muriendo por partes. Poco a poco. Se me empezaron a dormir las manos. Ya no podía abrir los ojos. Solo escuchaba a los doctores de un lado para otro. No sentía las manos ni las piernas. En ese minuto empecé a rezar. Padre nuestro que estás en el cielo… y pensaba 'es ahora; hasta aquí llegué'. Pero entonces me acordé de mi sobrina, de mi familia, y dije 'no pues, no me quiero morir'. Y empecé a pedirle a Dios que por favor no me muriera", recuerda Irene.
Durante la operación a Irene le sacaron pedacitos de partidor de la rodilla. Ella solo recuerda que a la salida el doctor le dijo que "había tenido que armar un puzle con su rótula" y que cuando se despertó de la anestesia gritaba: "¿por qué no sacaron el partidor?, ¿por qué no lo sacaron?".
Esos primeros días tuvo que olvidarse de su autonomía, volver a dejar todo en manos de sus padres, y valorar el cariño de la gente desconocida –abogados, kinesiólogos, sicólogos, deportistas– que se acercaron voluntariamente a ofrecerle ayuda. Su primer error, sin embargo, fue prender la televisión. "Lo primero que vi fue el porrazo y me puse a escuchar los comentarios. 'No, Irene no va a poder caminar en un año y tendrá mínimo dos años de rehabilitación. Lo más probable es que no pueda volver a andar en bicicleta'... Entonces apagué la tele", recuerda. De ahí en adelante, con una rehabilitación de varios meses por empezar, comenzó la lucha de Irene contra su cabeza.
LA RECUPERACIÓN
Irene está sentada sobre una bicicleta. No es una bicicleta para competir, ni siquiera es una bicicleta que pueda moverse, pero es una bicicleta al fin y al cabo. Su kinesiólogo Sebastián Le-Beuffe le dice que lo intente, que no tenga miedo.
Ha pasado un mes y una semana desde el accidente e Irene ha ido escalando desde la silla de ruedas al andador, del andador a las dos muletas, de las dos muletas al bastón y del bastón a esa bicicleta estática en donde va a probar, por primera vez, si su rodilla aguanta que dé una vuelta a los pedales.
Luego del alta de la clínica, en donde estuvo una semana, Irene comenzó la rehabilitación kinésica para poder volver a caminar. La organización Santiago 2014 la trasladó a ella y a sus padres al hotel del Centro de Alto Rendimiento (CAR) en el Estadio Nacional, y comenzó a ir tres veces a la semana a sesiones de kinesiología en la Clínica Santa María. "Al principio la movilidad en la rodilla era nula. Así que de a poco fuimos trabajando en ampliar el ángulo hasta llegar a los 140°, con los que ya se puede tener una vida normal. De a poquito fuimos trabajando en eso y ella fue muy matea en sus sesiones. Hacía todos los ejercicios, que son bien dolorosos, siempre callada, siempre con la cabeza puesta en que su objetivo es volver a competir. Pero hasta que no veamos cómo ha evolucionado su cartílago no podemos saber si va a poder andar en bicicleta a un nivel competitivo", dice Sebastián Le-Beuffe.
Desde el accidente sus padres no se han separado una sola noche de ella. Su padre pidió una licencia en su trabajo en Curicó y, junto a su madre –que por suerte, dicen ellos, estaba sin trabajo– se vinieron a vivir todo el proceso con Irene. "Fue como que volvió a ser niña. Hemos compartido con ella cosas que jamás pensamos hacer a sus 27 años. Dormimos acá todos juntos. La ayudamos a levantarse, la llevamos a la universidad, a kinesiología. Vivimos juntos la pena, la angustia y también las alegrías de sus avances en la rehabilitación", dice su madre.
Así, con paciencia, Irene alcanzó al mes la meta de los 90° y empezó a ir a la universidad. Al mes y una semana, alcanzó los 110° y en esa bicicleta estática volvió a recuperar la esperanza. Los primeros intentos fueron recatados, poco a poco, presionando a ver si la rodilla cedía. Y entonces lo logró. Después de la primera vuelta Irene se puso a llorar de la emoción y empezó a pedalear muy rápido, como si tuviera 3 años otra vez. "Fue el momento peak de mi recuperación: no lo podía creer, fue como una señal de que iba a salir adelante. Ahí dije 'esto es solo un obstáculo'. El accidente me sirvió mucho para darle valor a la vida. Pensar que uno la puede perder en un segundo es muy duro. Yo antes no estaba ni ahí. Ahora veo que la vida es simple, que está hecha de detalles, de cariño, de la familia. En ese momento, cuando pude volver a pedalear, recargué todas mis fuerzas", dice Irene.
EL DOPING
Pero apareció otro obstáculo. A tres semanas del accidente, cuando Irene creía que había tenido suficiente, las cosas se le pusieron peor. Luego de dos meses de la toma de muestras antidoping realizada a fines de enero durante un selectivo para los Juegos Suramericanos 2014, llegaron los resultados de dopaje de Irene y arrojaron "no negativo" por benzoilecgonina, una sustancia de la cocaína.
Hablar del tema para ella no es fácil. Luego de que se conociera la noticia, cerró su facebook, su twitter y apagó su celular para no recibir llamadas de periodistas preguntando si había consumido. "Mucha gente me ha hecho pebre, dicen que el día del accidente iba drogada, que por eso choqué. Eso ha sido muy doloroso. Para mí lo más importante es aclarar que fueron dos cosas totalmente distintas. La situación por la que se me acusa de doping ocurrió dos meses antes de la competencia. Pero prefiero no hablar más de eso porque hay una investigación en curso", afirma.
Irene dice que al doping positivo le siguieron los peores días, que no sabía de dónde iba a sacar las fuerzas para afrontar la situación. Sus papás se la dieron. "Después de conversar con mi familia me di cuenta de que todo pasa por algo y que tengo que aprender de esto. Estuve muy frustrada; me sentí tonta, sentí que defraudé a todo Chile, a la gente que me había dado tanto cariño. Pero ahora solo quiero decir que me arrepiento, que soy humana, que cometí un error y que asumiré las consecuencias. Pero que acá estoy, con toda la fuerza para recuperarme y salir adelante", dice Irene.
En todo el proceso de rehabilitación de Irene sus padres han sido fundamentales. Incluso su padre, Manuel Aravena, también ciclista profesional, pidió un permiso en su trabajo en Curicó para estar a su lado.
LA RESILIENCIA
De repente, en el velódromo vacío de Peñalolén, se escuchan voces, vítores, gritos. Irene se ve en la pista entrenando, corriendo, poniéndose los guantes y el casco. Ve a sus padres en las graderías emocionados coreando su nombre. Escucha la partida falsa que no escuchó ese día, escucha, otra vez, el ruido aterrador del momento del accidente. Se ve en el suelo.
Dos meses y una semana tras el choque, Irene va al velódromo de Peñalolén a sacarse fotos para esta crónica y vive, por unos segundos, todo de nuevo. "Pensé altiro en todo el tiempo que había estado preparándome ahí, en lo emocionada que estaba ese día. Pensé en lo mucho que me gusta andar en bicicleta y en qué pasaría si no puedo volver a competir. En la fragilidad de la vida, de los sueños. Fue una sensación de angustia fuerte, un dolor en el alma. No podía parar de llorar".
Después de varios minutos de llanto en las graderías, Irene se va tranquilizando. "Empecé a respirar, a pensar en lo fuerte que había sido durante la recuperación y me dije: 'el accidente me pasó aquí y aquí mismo tengo que volver. Ahora estoy mirando desde las gradas, pero la próxima vez, voy a estar ahí abajo, en la pista, montada en mi bicicleta'".
*LA BÚSQUEDA DE RESPONSABLES
Hasta ahora, nadie ha asumido ninguna responsabilidad por el accidente. Dos días tras el choque, la Fiscalía Metropolitana abrió una investigación de oficio para determinar las responsabilidades y la existencia de hechos que pudiesen ser constitutivos de delito. Un mes y medio después, Irene Aravena presentó una querella criminal por cuasidelito de lesiones graves contra todos quienes resulten responsables del hecho. Rodolfo Blanco, el abogado que lleva la causa, quien es, además, comisario de la Unión Internacional de Ciclistas (UCI), sostiene que está claro que hubo un "actuar negligente por parte de la organización de los Juegos Suramericanos al contratar a personas sin experiencia ni capacitación para el control técnico de la prueba, quienes no sacaron el partidor cuando correspondía". Quienes resulten responsables arriesgan penas que van desde los 61 a 540 días de presidio y la demanda civil que la ciclista quiere interponer para reparar los daños morales y materiales que ha sufrido.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.