Volver a ser padres: la prueba más dura para nuestro matrimonio
Después de veinte años de amor y apoyo incondicional, este hombre se enfrenta a una difícil decisión: ceder al deseo de su pareja de ser padres por segunda vez, para mantener el equilibrio de su relación, o ser fiel a sus deseos y convicciones.
“Con mi esposa llevamos veinte años juntos, nueve de ellos casados; y tenemos un hijo de 2 años.
Por razones profesionales y académicas, me ha tocado acompañarla por períodos largos a otras ciudades. En cierta medida, he cedido a proyectos personales por ella, pero no me arrepiento en absoluto. Cuando éramos pololos le dejé claro que siempre contaría conmigo, porque tengo la convicción de que una pareja tiene la “función” de apoyar, de participar de los proyectos, compartir las metas. Probablemente no soy el marido perfecto, pero si hay algo destacable en mí rol, es que siempre he estado a su lado, dispuesto a apoyarla.
Es posible que esa entrega haya facilitado que por muchos años todo marchara bien. Era raro tener un desacuerdo y para muchos hemos sido de esas parejas que siempre se ven bien.
Hace un par de años, en mi trabajo, comenté a mis compañeros orgullosamente que tendríamos nuestro primer hijo. Como era esperable, todos me abrazaron y felicitaron, e incluso más de alguno hizo alguna broma. Pero al rato la conversación se puso un poco más seria cuando alguien me preguntó a viva voz, desde un extremo de la sala, si quería ser papá.
Reconozco que la pregunta la encontré desatinada, fuera de lugar en un momento en el que yo mostraba un orgullo desbordante por la sola idea de ser papá. Y les respondí con la verdad: dos años antes habíamos planificado tener un hijo y por razones profesionales de ella -con el plan ya en marcha- suspendimos todo y apenas fue posible retomamos. Ambos teníamos mucha ilusión de ser padres y por lo tanto yo me sentía totalmente partícipe de la idea de la paternidad.
Me impactó la respuesta de mi compañero cuando me dijo que se alegraba por mí y que apreciara la comunicación que tuve con mi esposa, “porque muchos hombres pueden querer ser padres, pero siempre les preguntan”, dijo. Su intervención dio pie a una larga conversación con mis compañeros, donde la mayoría se reconocía como un padre feliz de serlo, pero muchos declararon que no le habían preguntado. Simplemente sus parejas les habían informado un día que estaban embarazadas y a partir de ahí comenzó en ellos la idea de la paternidad.
Cuando llegué a casa no me resistí a “guardar el secreto de camarín” y le comenté a mi esposa del diálogo que tuve con mis compañeros. Le dije que valoraba que entre nosotros hubiéramos tenido la comunicación suficiente para manifestarnos la idea de ser padres y acordar el cuándo comenzar a intentarlo.
Pareciera que por el hecho de estar en pareja estable podría asumirse que el tener un hijo sea hasta obvio, “es el resultado de la convivencia”. De este modo, desde el punto de vista masculino, no se trata de hijos no deseados, sino que no planificados; y donde la decisión de la planificación, en esos casos, ha recaído básicamente en la mujer. Esto claramente denota que falta una conversación sobre lo que cada cual espera y, por qué no, de cuáles son los métodos anticonceptivos que se adopten, no limitándose a que eso sea responsabilidad de la mujer, sino que algo conjunto y que perfectamente podría asumir el hombre.
Pero luego de dos años siendo padre me he visto en la misma encrucijada. Mi esposa me dijo que le gustaría tener otro hijo, idea que rechacé.
Reconozco que no apoyarla en esta oportunidad me ha dolido, siento que le he fallado en mi promesa. Pero también creo que estar de acuerdo simplemente porque ella quiere, es injusto conmigo mismo. He tirado por la borda muchos proyectos personales por seguirla y nunca me he arrepentido, siento un amor infinito por ella y si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría; pero en este caso no he sido capaz. Hoy me considero un traidor: no lograr “armar” el proyecto común me hace sentir así; pero también tengo la seguridad de que si cedo me habré traicionado a mí mismo porque es algo que sé que no quiero y eso pone a prueba mi capacidad de transar sólo por amor.
Yo que no podía creer hace unos años lo que me decían mis compañeros, lo terminé viviendo en cierta medida cuando mi esposa simplemente me dijo que se quitaría el dispositivo anticonceptivo. Al menos me avisaron, pero no me siento partícipe del proyecto.
¿Y qué pasaría si tomara la decisión de una vasectomía? Vale preguntarse si en pareja hay un punto en el que ciertas decisiones personales deben consensuarse. Para mí es obvio que ella puede decidir sacarse el dispositivo, es su cuerpo y entonces no tiene por qué preguntarme. Pero esa decisión tiene un trasfondo que va más allá de lo individual: expone a un embarazo que yo no quiero.
Si ella tiene la libertad de sacarse el dispositivo, ¿tengo la libertad de hacerme una vasectomía? Por igualdad la respuesta parece positiva, pero también es claro que ahí mi acción es “hostil” hacia ella.
Mi matrimonio ha quedado en jaque en cosa de semanas simplemente por un par de preguntas filosóficas sobre la libertad.
Mientras escribo estas líneas acompaño el sueño de mi hijo. Sea cual sea la decisión que tome con su madre sobre nuestro matrimonio, el amor por él siempre será infinito e incondicional”.
Francisco es abogado, y tiene 36 años.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.