En la recién estrenada Buena suerte, Leo Grande, la actriz inglesa Emma Thompson interpreta a Nancy Stokes, una profesora de 55 años, retirada, que solo ha tenido relaciones sexuales con un hombre ─su esposo recientemente fallecido─ en una sola posición. Jamás ha tenido un orgasmo. Tampoco se ha masturbado: describe a su cuerpo como si fuera un cadáver que ha estado arrastrando con ella durante décadas y, ahora que está viuda, decide que quiere abrirse al placer. Entonces, contrata a un trabajador sexual, a quien le lee una lista de todas las fantasías que quiere cumplir.
“Ella solamente tenía en su mente que se iban a desnudar, que iban a tener sexo penetrativo y que supuestamente así iba a sentir el orgasmo, pero él la saca totalmente del esquema. Y me encantó ver eso en la película, porque precisamente son elementos básicos para generar una buena conexión sexual y disfrutar de un encuentro con otra persona”, plantea Claudia Ferrer, psicóloga clínica, terapeuta de parejas y terapeuta sexual (@sexualidad_feliz).
Pero Buena suerte, Leo grande es una cinta que trabaja en muchos niveles: habla de las condiciones para disfrutar del sexo, de la anorgasmia, de la exploración propia como elemento fundamental para el goce, de la conexión con las propias necesidades, pero también pone sobre la mesa otro tema: el haber tenido una sola pareja sexual y qué es lo que sucede cuando esa relación termina.
Atreverse a explorar
Carla (38 años) se separó hace un año y medio de marido, a quien conoció a los 14, comenzó a pololear a los 15, se casó a los 25 y se separó a los 36: “Toda mi vida estuve con él y fue el primero en todo. Nunca tuve otra pareja sexual, entonces verme separada sin otras experiencias, era súper extraño. Como fue una separación abrupta y sorpresiva para mí, parte de mi proceso fue la necesidad de conocer a otras personas para sentirme vigente. Soy conservadora en mi esencia, entonces tampoco me atrevía, pero mis amigas me apoyaron y me decidí a entrar a una aplicación de citas”, cuenta Carla, quien finalmente conoció a alguien con quien estuvo saliendo por un par de meses.
“Él me encantó, nos llevamos muy bien, conversábamos mucho ─aún seguimos en contacto─ y la verdad fue parte fundamental de mi proceso de salir adelante. Recuerdo que en nuestra tercera cita, fui a su departamento y fue la primera vez que estuve con alguien distinto de mi ex marido. Lo pasé muy bien, mi autoestima subió inmediatamente, pues aunque siempre fui segura de mí misma, la separación me había dejado muy herida. Con este nuevo despertar sexual me volví a sentir yo. En otra ocasión, me atreví a fumar marihuana con él, algo que nunca había hecho, y tuvimos sexo. Fue increíble. Hicimos algunas cosas que en otro momento no hubiese hecho, y tuve una sensación tan profunda de liberación”, cuenta Carla.
Como explica la terapeuta Claudia Ferrer, dentro de las mujeres que se separan, hay un grupo que siente que despierta a la vida. “Una separación es un quiebre, un proceso en donde hay que volver a empezar y armarse con las herramientas que tienes a la mano. Y en ese proceso, cuando logran traspasar el dolor del quiebre amoroso, hay un punto donde se reconectan con la vitalidad y vuelven a florecer: se sienten más bellas, más atractivas, con ganas de aprender, como que el mundo tiene otro color, se abren a nuevas experiencias, tienen nuevas conversaciones, se empiezan a relacionar con su cuerpo de otra manera y empiezan a explorar nuevas sensaciones de placer”, explica la psicóloga.
No es algo que les pase a todas, dice la especialista. “Hay algunas que se mantienen por un buen tiempo en un estado de rencor, de remordimiento, de melancolía y de tristeza, y no siempre logran traspasar el dolor ni reactivar la vitalidad. Pero las mujeres que sí lo hacen, sienten que con la separación tienen una segunda oportunidad o una segunda adolescencia”, añade.
El número de parejas no te determina
Antonia (41) dio su primer beso a los 17 años, a un gran amigo que después se transformó en su pololo y, cuando tenía 25, se casó con él. “Fuimos muy felices y recuerdo esa época de mi vida con cariño. Nos quisimos mucho, pero nuestra vida sexual tal vez no fue tan aventurera. Era como una parte más de la vida marital. Yo le ponía cierto grado de energía, pero de alguna manera esperaba que él se la jugara un poco más. Cuando cumplí 30 años, nos separamos. Fue doloroso, rudo, pero también fue una etapa muy transformadora. Especialmente en cuanto a soltarme las trenzas, como suele decirse, y desestructurarme. De volver a conocerme”, relata.
Entonces, Antonia sintió que se le abrían nuevas opciones en la sexualidad: con ella misma y con otros. Empezó a aprender lo que a ella le producía placer, a conectarse con su propio goce y a comprender que el disfrute sexual tenía que ver con estar presente en el momento, con relajarse, pero también con tener disfrute en el resto del día. “Después que me separé tuve varias experiencias sexuales, algunas más felices que otras, pero toda esa experimentación me sirvió para conocerme a mí misma, conocer mis límites, mis proactividades: pues si en algún minuto fui más pasiva, ahora me atreví a tomar la iniciativa. Tampoco me arrepiento de haber tenido una sola pareja sexual al casarme. Me casé enamorada, segura de lo que quería en ese momento, pero ahora puedo entender y elaborar mejor las decisiones que tomé. Hoy puedo entender que el descubrimiento de la sexualidad no pasa por el número de parejas sexuales que hayas tenido, sino por la comunicación, la dedicación, el espacio que le des al sexo, y cómo te vas compenetrando en ese tema con tu pareja”, dice.
Algo en lo que concuerda también Carla: “El haber tenido una pareja sexual en mi vida hasta antes de separarme fue lo que yo escogí, y no me arrepiento de absolutamente nada de lo que viví, de haberme casado con el que era el hombre de vida, haber hecho mi familia con él y vivido los momentos más importantes que pude haber vivido hasta los 36 años. Pero de ahora en adelante, con esta nueva experiencia de la separación, mi visión cambió y se liberó de cierta forma. Hoy quiero pasarlo bien, quiero disfrutar. Mis prioridades son mis hijos y mi salud mental”.
Como explica la psicóloga Claudia Ferrer, hay una creencia social que nos dice que las personas que tienen solo una pareja sexual en la vida no están tan enriquecidas de placer, o de gozo. “Es como si el mandato fuera: mientras más parejas sexuales tienes, mejor es tu vida sexual. Pero eso no es real. La cantidad de parejas sexuales no habla de la calidad de la relación sexual, ni de si esta te reporta satisfacción o disfrute”, plantea la especialista. “Comprendo que esta creencia social esté en boga, porque tiene mucho que ver con nuestro crecimiento como sociedad y con la posibilidad de libertad sexual que estamos experimentando las mujeres. Pero el número de parejas sexuales no te determina”, dice.
Lo que sí define la satisfacción con la vida sexual es tener una conexión emocional con las propias necesidades: “Lograr conocerte físicamente, reconocer cómo responde tu cuerpo, cuál es tu ritmo sexual, tu fórmula del placer, las creencias que tienes y que te delimitan o, en otras palabras, el permiso que nos damos para movernos tranquilamente o en tranquilamente en el terreno sexual”, comenta Ferrer.
Algo que se ejemplifica en el caso de Buena suerte, Leo Grande. En la película, la protagonista no había tenido una vida sexual placentera no porque hubiese tenido un solo compañero sexual, sino porque ella estaba desconectada de sus necesidades y de su cuerpo, al igual que su marido. “Es súper importante que, cuando nos compartimos sexualmente, elijamos bien a nuestro partner sexual. Un buen compañero o compañera sexual va a ser sinónimo de satisfacción, en la medida que conecte con su propio ritmo y con el tuyo. Si has tenido solo una pareja sexual, y esa pareja es un buen partner, no veo ninguna implicancia negativa. Pero si esa pareja es una persona más individualista, centrada solamente en el rendimiento, en sí mismo, o en tácticas sexuales meramente penetrabilidad, entonces el deseo va a estar apagado”, añade la terapeuta, agregando que lo central para disfrutar es poder vencer la barrera del miedo, de la vergüenza y de la culpa, qué son las tres emociones que corroen nuestra sexualidad.