Un apego seguro se consigue cuando los padres son capaces de interpretar el lenguaje de su hijo –como lo son las señales corporales, el comportamiento y eventualmente las palabras–, para responder a él a tiempo y con compasión. La importancia incuestionable de cultivar este estilo de apego saludable va más allá de la infancia, porque sus efectos, según estudios, duran para toda la vida y se traducen en aspectos tan trascendentales como el desarrollo de la confianza, y en cómo serán acogidos en momentos estrés y desregulación, lo que favorece la capacidad de reaccionar de manera adaptativa a las demandas del ambiente, favoreciendo la exploración, la práctica de las propias habilidades regulatorias en otros contextos y el logro de mayor autonomía.

En el último tiempo y gracias a la influencia de las redes sociales, se ha instalado que, para conseguirlo, hay que seguir un estilo determinado de crianza, que pone a la madre, por sobre todo, bajo exigencias que muchas veces son inalcanzables. Con ello, la presión por “criar bien” se vuelve desgastante, sobre todo en periodos de transición, como la vuelta al trabajo después del posnatal.

El temor a quebrar el apego seguro construído durante meses, en donde se pudo cuidar de modo exclusivo, cariñoso y con tiempo a sus hijos, por volver al trabajo o transicionar un cambio de circunstancias, es real. Pero, ¿qué tan frágil es el apego? La psicóloga infanto juvenil y perinatal, integrante de la Red Chilena de Salud Mental Perinatal, Magdelana Calvo (@psicoartemagdalena), explica que lo esencial para que un bebé sienta apego seguro es que su mamá o quien lo cuide sea suficientemente bueno, es decir, que construya sensibilidad para ir aprendiendo a captar las señales del bebé y responder oportunamente. “La sensibilidad es el atributo más relevante. De modo ‘suficiente’ porque, aunque suene obvio decirlo, las mamás y cuidadores son humanos y por tanto se equivocan, como todos. Ese margen de equivocación está contemplado en la construcción de apego seguro, que se va definiendo entre los 9 meses y al primer año. Este, depende de la sensibilidad del cuidador. Puede ir cambiando si el cuidador cambia, o si el mismo cambia persistentemente su forma de responder al llamado del bebé”, explica.

Somos responsivas, sensibles y estamos atentas a las necesidades de nuestro hijo, sí. La manera en la que enfrentamos las señales que vemos en él no cambian. Pero, ¿qué pasa cuando la vuelta al trabajo implica dejarlo en un jardín infantil, donde no necesariamente serán igual de sensibles hacia sus señales? “Una mamá que atendí hace poco, que le tocó volver al trabajo luego del posnatal, se dio cuenta de que en el proceso de adaptación de un nuevo jardín infantil, su hijo no lo estaba pasando bien. Lloraba más de la cuenta y en casa estaba con harta rabia, factores que antes no ocurrían. Como había cámaras en el jardín, ella observó algunas conductas que no le parecieron adecuadas. Tenía la posibilidad y pudo cambiar a su hijo de jardín. Le fue mucho mejor en el nuevo lugar y se notó el trato distinto de las educadoras, pero esto es parte de los privilegios que no todas tienen”, cuenta la psicóloga.

Aquí se abre la posibilidad para que la mamá, el papá o el cuidador principal del niño actúe siendo sensible a estas señales de incomodidad y haga un cambio para que, por ejemplo, reciba mejores cuidados y lo pase bien. Esta gestión, dice la psicóloga, puede ser realizada hablando con la educadora o reevaluando ese jardín en particular como un lugar adecuado para el niño. Es, en el fondo, una mirada más sensible capaz de detectar la incomodidad y, con ello, prevenir un daño irreparable en la seguridad del niño. “Esta situación es reparable desde el apego principal. Lo importante es que los cambios para evitar la incomodidad se vean. Si es que se cronifican y nadie atiende esas señales, lo doloroso se puede convertir hasta en traumático. Pero si lo doloroso es visto, acogido y ayudado a elaborar, no necesariamente se transforma en algo traumático, sino que es algo ‘fome’ que le pasó en la vida, pero que fue visto y ayudado a metabolizar por un adulto protector”, dice.

“Lo construido en el tiempo que han podido cuidar de modo exclusivo a sus hijos, quedará como huella en sus cuerpos y psiquis. Eso puede ser un reservorio importante de salud.

Si tienen la posibilidad, intenten hacer la transición de cuidador principal con tiempo. Si es en casa, que el bebé tenga un tiempo para conocer a la cuidadora, si es sala cuna, que haya un tiempo de adaptación donde la mamá pueda acompañar. La adaptación del niño corresponde al tiempo en que va vinculándose con otra persona, a quien va reconociendo progresivamente como figura de apego. En este proceso muchas veces surge la duda sobre si la otra persona lo podrá hacer como ella o el miedo a que el hijo se apegue a otro. Esto suele ocasionar sentimientos ambivalentes, como el alivio de que el niño se vincule y confíe en otro y la pena de no ser de la única o la preferida. Aquí, es importante darse cuenta que, como madre, se encuentra en etapa de transición y ser capaz de ser amable y compasiva respecto a las emociones y pensamientos que van apareciendo”, asegura la psicóloga clínica.

Sin embargo, poder hacer estos cambios o incluso acceder a un jardín infantil donde sus necesidades sean atendidas, puede terminar siendo un privilegio. Es un lujo que pueden darse aquellas familias que tienen más oportunidades de acceso a la educación, salud y disponibilidad de tiempo ligado a la flexibilidad laboral o la estabilidad económica. En este contexto, hace hincapié Magdalena Calvo, resulta importante comprender que “para que una mamá o cuidador pueda estar disponible para responder con sensibilidad al llamado del bebé, tiene que sentirse sostenida y contenida por otros. La carga mental que supone el retorno al trabajo se la llevan principalmente las mujeres. Eso cansa, desgasta y puede estresar más. Es relevante que la pareja o la red de apoyo pueda involucrarse activamente en esta tarea. De otro modo, está el riesgo de reducir la crianza respetuosa a un listado de tips sobre cómo proceder ante tal situación o conducta y que, efectivamente, termine siendo un privilegio”.

En las redes sociales los consejos sobre maternidad abundan. Se aconsejan prácticas como la lactancia de libre demanda o el colecho para conseguir en los niños distintos efectos, entre ellos, un apego seguro. Sin embargo, no son condicionantes para que esto ocurra. “La lactancia y el colecho no son requisitos para que un bebé construya apego seguro. Lo es la sensibilidad materna o de quien cuide. No obstante, la proximidad física y conexión que facilitan, pueden aportar a la sensación de seguridad del bebé, a su expectativa que otros están cuando lo necesita. Sin embargo, es importante recordar que ambas son decisiones de la madre, no se pueden imponer en ningún caso. Es importante respetar las diferencias, hay mujeres que les gusta colechar y sienten que incluso descansan más, mientras otras refieren que se sienten más alerta con el bebé en la misma cama”, explica.

Lo central, dice, es que frente a cualquier situación, alguien debe acudir al llamado del bebé para procurar que se sienta seguro. “Si no se hizo así, hay oportunidades de reparar, afinando el lente, aprendiendo a volver a mirar –como se titula el libro del especialista en apego, Felipe Lecannelier– al niño en sus tiempos y necesidades. La observación es algo constante porque los niños crecen y van cambiando. Entonces, visto así, cada etapa nos brinda la oportunidad de afinar nuestro lente, conectar para conocer y comprender las características, intereses y necesidades particulares del niño y vincularnos desde ahí”, concluye.

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