Votos cruzados: Mi pareja vota distinto que yo

Votos cruzados Paula

El plebiscito del 25 de octubre sobre la reforma a la Constitución no solo se ha instalado en nuestras conversaciones como un hito político, sino que también nos está haciendo pensar en quiénes somos, con quién nos relacionamos, qué es lo que amamos, lo que elegimos y lo que no podemos transar.




Cuando nos enfrentamos a un evento histórico de la magnitud del plebiscito del 25 de octubre, puede que empecemos a cuestionar temas que antes no se conversaban todos los días. Esto nos hace definir una postura frente a los más cercano, “y nos vemos forzados a tener una opinión a favor o en contra”, según la consultora de comunicación política de Ideograma, Júlia Alsina. “Los eventos políticos extraordinarios han hecho que los chilenos busquen respuestas, muchas de las cuales pueden sorprender a quiénes nos rodean, porque detrás de ellas no están los partidos políticos, sino nuestros valores más profundos, que también fundan nuestras relaciones afectivas”.

Un estudio hecho a 5.000 estadounidenses por la Universidad de Nebraska-Lincoln publicado en la revista Journal of Politics reveló que, si el 20% de las parejas de ese grupo se habían sentido atraídas por la personalidad del otro, un 70% se había juntado por tener creencias políticas, sociales y religiosas afines. Es tan así, que los autores recomiendan que “en vez de preguntar ‘¿qué signo eres?’ antes de comenzar una relación, preguntes ‘¿por quién votarás?’ para saber si va a funcionar o no”.

Pero en el día a día, el amor no parece ser tan sencillo como atraerse por marcar la misma línea en un papel, y muchos casos comprueban que, de hecho, es mucho más complicado. El psicólogo y director de CEPPAS, Antonio Godoy, cuenta que “a pesar de que quienes comparten valores tienen más posibilidad de durar en una relación, siempre existen las nivelaciones y por eso podemos juntarnos son alguien que piense distinto. La pareja puede hacer el ejercicio de aceptar las diferencias, pero eso no deja de ser complicado y de requerir una madurez muy grande”.

Y si el proyecto en conjunto no está forjado en una base de respeto en estos temas, que tienen que ver también con nuestra propia identidad e historia, puede ser más grave de lo que parece. Laura De Solminihac, psicóloga clínica y especialista en relaciones tóxicas, cuenta que este encuentro se puede dar de una mala manera cuando “existe una fantasía de la pareja que se rompe solo cuando se traspasa un límite. Esto sucede porque en un principio, no damos el tiempo suficiente para evaluar las características del otro que funcionarían con las nuestras. Eso es un error grande, porque una relación de pareja, al igual que el voto, es una elección, y puede ser meditada antes de que no haya fuerza para salir de ahí”.

Además, la psicóloga agrega que “la política es un área donde constantemente vemos faltas de respeto y exacerbaciones a través de los medios y hemos estado aprendiendo de ese estilo de comunicación. En una pareja no sirve un intercambio de ideas donde se desacredite al otro, sino que se necesita una validación de su historia y sus creencias, sin culpa ni cuestionamientos”.

Y ojo, porque es en el lenguaje donde también se crean las dinámicas de control. Según Antonio Godoy “cuando no se mide si lo que uno dice va a herir al otro, genera un abuso. Por eso hacer el ejercicio de cuidar debe ser recíproco en todos los temas”. Velar por el bienestar de las relaciones afectivas en esta época de discusiones políticas entonces, es tan importante como apasionarse por un hito que marcará la historia del país. Esta es, sobre todo, una oportunidad para descubrir qué creemos que le hace bien a nuestras vidas afectivas.

“Descubrí que por esta diferencia, la relación no podrá durar para siempre”

"La primera vez que me llegó un mensaje por Facebook de mi actual pareja, no me metí a su perfil a revisar sus fotografías. Él era de Puerto Montt y yo de Santiago, y me había escrito porque era amigo de uno de mis familiares del sur y quería conocerme. Él tenía 32 años, 18 menos que yo, y si bien no me dejó de sorprender, eso no impidió que a los siete meses de relación virtual decidiera ir a conocerlo. Cuando llegué a Puerto Montt, todo parecía un sueño, hasta que llegó el estallido social.

Para esa fecha, yo había vuelto a Santiago y nuestra relación de nuevo era por mensajería. Un día mandándonos fotos como siempre, él me mandó unas donde aparecía con su traje de marino, el cual yo nunca había visto. Al otro lado de la pantalla, me asusté y asumí inmediatamente que él era de derecha y que siempre hablaría por el uniforme. De ahí en adelante, las conversaciones políticas se fueron haciendo más recurrentes: él argumentaba a favor de los ideales de derecha, basando todo en los libros que había leído y yo lo hacía por la izquierda, y hablaba desde la experiencia.

Nací en plena dictadura. A él le contaba cosas y sentimientos que sabía que no había vivido, como el miedo de pasar con la cabeza agachada al lado de los militares en la calle, aprender que existían miles de otros países en el mundo cuando llegó la democracia después de haber pasado la adolescencia recluida en una cuadra de La Ligua o, incluso, saber que mi padre no fue exiliado porque se quemaron todos los documentos que lo vinculaban con Allende. Sin embargo, cada vez que llegaba el tema, él trata de rebatir mi sentir, no entendía mi historia, mis traumas o todas las muertes que viví.

Nunca sentí que pudo empatizar con mi dolor y el de otra gente. Repetía que esas cosas no podían importarle porque no le afectaban ni a él ni a su familia, pero yo al menos esperaba que respetara que para mí sí era válido, tanto como para ir a manifestarme con mis hijas durante el estallido social. Cuando le mandé un video en las marchas, me respondió por mensaje que estábamos “puro tonteando”, me retó, y me dijo que no podía exponerme así. Se enfureció por teléfono, nos gritamos y ofendimos mutuamente y, entre todo el alboroto, decidí que ya no quería estar con él.

Después de una semana, volvimos tratando de comprometernos a no tocar el tema de la política, pero ha sido imposible. A pesar de que él ha tratado de entender, no creo que pueda terminar mi vida a su lado, porque no he logrado que respete lo que siento y que voy a aprobar en el plebiscito. Muchas veces me cuestioné si podía seguir estando con alguien que llamaba “criminales” a las personas de la primera línea, sabiendo que mi hija de 19 años estaba ahí. Ahí fue cuando entendí que esto definitivamente, no será para siempre".

Marlene Bago (48) es terapeuta floral y actriz.

"Para que funcione, hay que ir más allá de los bandos”

“Con Andrés (28) nos conocimos este año en un Magíster de Políticas Públicas, en medio de la pandemia. A raíz de una discusión que hubo por un grupo de WhatsApp sobre política y opinión en los espacios universitarios, escribí un mensaje que decía que sentía que las ideas eran siempre muy homogéneas y que muchas veces me sentía sola contra el mundo. Actualmente, soy vocera de la campaña de las juventudes por el Rechazo y estoy constantemente expuesta en los medios y redes sociales a todo tipo de comentarios. A pesar de eso, Andrés, que me escribió ese día por interno para conocerme y hablar sobre el tema, no tenía idea que yo era de derecha”.

“Cuando conocí a la Javiera no me esperaba que pensara tan distinto a mí. La había encontrado tan simpática por Zoom, que inmediatamente asumí que nuestras ideas políticas estaban inclinadas hacia la izquierda. Cuando hablamos por primera vez, entendí que no. Me contó lo mal que lo había pasado para el 18 de octubre, viendo cómo su visión política del mundo se empezaba a derrumbar. Fue interesante conocer a alguien tan apasionada por sus convicciones y después de encontrar muchos otros puntos en común fuera del tema ideológico, forjamos una amistad que sería clave para ponernos a pololear después”.

“Con Andrés no vivimos juntos el estallido social y siempre hemos tenido conversaciones sobre política con ganas de conocer qué hay detrás de las creencias de cada uno. Una vez, hablando de qué pasaría si ganase el Apruebo, cada uno sintió que tuvo que dar demasiadas razones para explicar lo que pensaba. Sentí tristeza, porque mi historia se remonta a que soy una mujer apegada a mis ideas de forma insistente, porque muchas veces, no son populares. He vivido dando explicaciones de por qué pienso así sin ninguna vergüenza y encontrar una persona que te quiera en este estilo de vida con tantas condiciones, no es algo fácil”.

“Después de casi tres meses de pololeo, puedo decir que lo que más admiro de la Javiera es que crea en sus ideas de una manera desgarradora y honesta. Al final, las diferencias y los encuentros no tienen tanto que ver con ser de un bando, sino con nuestra identidad. Yo soy chileno, pero también costarricense, y eso me hace no desvivirme por el blanco y negro, mientras que la Javiera tiene su identidad marcada, pero también es muy abierta a convivir con los que piensan distinto. Esa combinación ha sido clave, y entre la incertidumbre y la esperanza, me tranquiliza saber que ambos tenemos un deseo de progreso de país en común. Si eso prevalece por encima de las diferencias, podremos llegar a buen puerto”.

Javiera Rodríguez (25) es periodista y Andrés Cordero (28) consultor y magíster en Políticas Públicas.

“La clave es ser auténticos y crear el punto de encuentro”

"Con Silvestre (35) nos conocimos en una disco en Talca en 2009. Ambos estábamos aún en la universidad, y lo primero que me atrajo hacia él fue que no se parecía absolutamente en nada al círculo de hombres del que yo me rodeaba. Ese estereotipo de “chico malo y revolucionario” estaba muy de moda y yo, muy metida en las manifestaciones estudiantiles de la época, consideré que un hombre distinto era mucho más atractivo. Y comenzamos a salir. Nuestros amigos nos llamaban “los Capuleto y los Montesco”, porque mi familia y yo somos de izquierda y la de él, de derecha.

“Cuando nos pusimos a pololear la Jacinta (32) asumió que yo iba a tener que dedicarle muchísimo tiempo a la política, porque me ofrecieron un trabajo fuera de la ciudad para una entidad pública del Estado. Estuvimos dos años separados y luego ella me acompañó a vivir fuera de Talca, para empezar un proyecto en conjunto, pero teniendo como norte ser una familia auténtica y sacar lo mejor de ambos lados. Así lo hemos hecho hasta hoy, sobre todo en este momento de diferencias políticas. A mí, por un lado, me irrita que le vendan ilusiones a la gente y que después de un proceso largo y desgastador no cambiemos las leyes y el descontento sea mucho peor, mientras que la Jacinta tiene más confianza en ese proceso”.

"Por el otro lado, yo he trabajado en equipos de empresas durante 10 años, donde siempre me ha tocado ver cambios sustanciales porque los equipos pueden evolucionar o agotarse. Creo que el cambio es inherente al ser humano, para mí es un sentir natural que se reclame una reforma y confío mucho en que va a funcionar, aun que no sea de un día para otro. Son diferencias sustanciales, pero en las charlas matrimoniales antes de casarnos con Silvestre nos dijeron algo que me quedó para la vida: a pesar de que cada uno tuviese una familia e historia con una mochila ideológica grande y un bagaje, nosotros teníamos que llenar la nuestra con las cosas que nos gustaban de la anterior y con las propias.

Estamos esperando nuestro segundo hijo y estamos empeñados en seguir encontrando puntos de acuerdo. Él puede pensar distinto a mí sobre la adopción homo-parental o el aborto, puede rechazar y yo aprobar, pero nada de eso hace que no podamos respetarnos y seguir adelante escogiendo los valores de nuestra familia, como, por ejemplo, siempre hacer lo correcto por los demás".

Jacinta López (32) es periodista y Silvestre Morales (35) trabaja en una institución pública del Estado.

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