Voy y vuelvo
ENTREVISTA REALIZADA EN NOVIEMBRE DE 2000. El escritor Rafael Gumucio se fue a España a presentar allá sus Memorias Prematuras, reeditadas por Editorial Debate. Pero, por si decide no volver –con él nunca se sabe–, quisimos averiguar de una vez por todas cómo fue que llegó a la conclusión de que las mujeres somos iguales a los perros y cómo se las arregla para estar en el huracán de la noche santiaguina sin beber ni una gota de cerveza.
Paula 1125. Sábado 6 de julio. Entrevista Paula 828 noviembre DE 2000.
Hace un mes el escritor y ex rostro del mítico programa Gato por liebre, Rafael Gumucio, tenía una mesa de plástico en el comedor de su departamento de Merced y sobre ella tecleaba su notebook. Lo vimos más flaco y se había dejado crecer un bigotito a lo Charles Chaplin. Hoy, traquetea por las calles de Madrid con sus Memorias prematuras bajo el brazo. Viajó para presentar allá el libro, reeditado por la Editorial Debate, unas de las más prestigiosas de España y en una semana se le completó la agenda con una conferencia de prensa en el Hotel Palace, entrevistas a El País, a ABC, a La Razón, a la cadena de TV Antena 3 y a varias radios. Dijo que se iba a quedar en la península "por un mes y medio", pero de él se puede esperar cualquier cosa.
A este ex profesor de castellano y columnista habitual de varios medios de comunicación, que escribe "vaca" con w (waca) y al que los editores tienen que reordenarle los textos pese a sus brillantes ocurrencias, no se le entiende ni jota. Para sacar su voz de la grabadora hubo que traducir a tres orejas lo que decía. Pero hay razones que lo explican: vivió 14 años en París por el exilio de sus padres, tiene una autoconfesada dislexia y, más encima, tartamudea. Eso sí, cuando se le entiende, puede uno reír a gritos.
"El Rafa" es un viejoven que no bebe ni una gota de alcohol, un tartamudo que cree en Dios como nadie y, sobre todo, un buen tipo que lo único que quiere es amar y que lo amen: no hay nada que le importe más en el mundo.
–¿Cuándo decidiste ser genio?
–Yo no decidí ser genio, decidieron por mí que sería genio. Cuando niño yo era anormal, entonces o era mongólico o era genio. Y, como era anormal pero un poco inteligente, quedé de genio. Eso decía mi familia; el resto del mundo no opinaba lo mismo.
–Ya, déjate de cuentos Rafa, ¿de verdad no te sientes dotado?
–Noooo, ¿dotado?, ¿yo?
–No niegues que tienes talento; no es pecado, no seas humilde. ¿Qué pasó contigo que pasaste de ser un niño disléxico a un hombre que publica sus memorias antes de ser viejo?
–Yo siento que lo único que me sobra –y que me perjudica enormemente– es esa urgencia de amor que tengo. Ser genio es ser Mozart. Es sentarse a un piano y, en cinco minutos, interpretar un acorde fabuloso. En cambio yo me siento frente a una máquina de escribir y lo que sale es el producto de un niño inventando cacofonías. Me pongo frente a una cámara y no soy Cary Grant. Yo no tengo dotes natas para nada. Para nada.
–¿Ni para bailar?
–Sólo para bailar. Es en lo único en que tengo ciertas cualidades genialoides.
–¿Por qué escribes si no te crees un escritor talentoso?
–No sé como escribo, si aún tengo una dislexia galopante...
–¿Cómo es eso?
–El libro Memorias prematuras pasó por mil correcciones antes de ser publicado. Toma en cuenta que el español es mi segunda lengua, porque yo me crié en francés. A pesar de eso, hice un programa de televisión –no siendo telegénico y hablando muy enredado–; mi sintaxis oral es de extraterrestre y he hecho radio; y, en el Gato por liebre, para que me entendiera la gente, ponían subtítulos cuando hablaba yo.
–Es que, Rafita, no se te entiende mucho, la verdad.
–Pero de todas maneras tengo un ansia infinita por comunicar. Quiero contar misterios y secretos que he guardado en silencio y absoluta soledad durante largos años.
–Y ahora te fuiste al otro extremo: siempre rodeado de amigos, de gente. Nunca solo.
–No sé si eso sea muy bueno.
–Si no te gusta ¿por qué andas en piño?
–Porque para la vida es bueno, pero para escribir no sé si tanto. Por eso me voy un tiempo a España.
–¿Para escribir?
–Para presentar mi libro. Voy, escribo y vuelvo. Lo dejo clarísimo para que no me hagan la "Carcavillada".
–¿Qué es una "Carcavillada"?
–Cuando mi amigo Ángel Carcavilla hizo un viaje a Inglaterra, le hicieron una entrevista y quedó como que se iba por mucho tiempo... y llegó a los ocho meses. Que quede claro: yo voy y vuelvo.
"Yo nunca superé mis problemas con las mujeres, pero me di cuenta de que con ellas pasa lo mismo que con el miedo que uno le tiene a los perros: ellos están tan asustados como uno y si te muerden es de puro susto".
ESCRIBE POR AMOR
–¿Qué te provoca escribir?
–Escribo por amor. Yo podría ser un intelectual, un escritor inteligente, pero si fuera como Jorge Edwards no podría escribir.
–¿Cómo es Edwards?
–Un gran burgués que cada vez escribe mejor. Su último libro es fabuloso.
–¿Es que tú no te consideras un burgués también?
–Soy un burgués, pero un pequeño burgués.
–Es raro que un tipo que no sabe escribir escriba en todos lados.
–Te explico: yo quería escribir. A mí me dijeron cuando chico: "Usted no puede escribir, porque usted es disléxico, tiene dislexia patológica". Yo dije: "Mi abuela era aficionada a la literatura, mi otro abuelo era escritor, mi padre siempre quiso serlo y nunca lo fue, así es que yo tenía que ser escritor". Antes de eso quise ser cómico, ¡cualquier cosa!, porque no entendía –ni entiendo– a los niños que quieren ser veterinarios.
–¿Qué tiene de terrible ser veterinario?
–Odio a los animales. No soporto las cosas que no hablan.
–¿Y cómo soportan los editores que tú no sepas escribir?
–No sé, yo no me soportaría. Cada vez que entro a un diario ingreso con una cierta fama. Llego. Me siento. Empiezo a escribir. Entrego mi artículo. El editor lee. Vuelve a leer. No puede creerlo. Relee y, finalmente, se resigna.
–¿Nunca quisiste estudiar periodismo?
–Esa cosa no se estudia. ¿Alguien estudia para ser ave cóndor? Es una afición. El periodismo es una lección de humildad. Yo lo aprendí a palos. La claridad del pensamiento tiene que ver con la calidad del pensamiento. Mientras más claro es, más profundo. La gente cuando lee mis libros me dice: "es escucharte a ti, pero sin tartamudear". La escritura es una expresión mía: soy yo sin tartamudeos, ni verbales ni conceptuales. Es mi parte muda que habla con claridad. Yo me demoré seis meses en escribirlo pero tuvieron que pasar 29 años para vivirlo.
–¿Tienes alguna disciplina para escribir?
–Escribo por necesidades propias, nunca por necesidades ajenas. Mi necesidad básica es amar y ser amado.
QUIERE QUE LO AMEN
–¿Cómo prefieres que te amen?
–Todas las formas de lucha, incluida el odio.
–¿Odiar es amar?
–Tiene que ver con un desamor que pudo haber sido un amor potente previo al odio.
–Qué crees tú: ¿hay más gente que te odia o que te ama?
–El amor yo lo busco de manera desesperada, pero debe haber mucha gente que me odia. Yo no soy capaz de darme cuenta con objetividad quién me quiere y quién me odia. Toda la vida es lucha, una contienda donde lo que yo quiero ganar es el amor de la gente a niveles tan exorbitantes y exagerados que, en realidad, sé que son imposibles. Lo maravilloso de esta lucha es que nunca la voy a ganar, pero nunca la voy a perder tampoco.
–¿Por qué tanta obsesión con el amor?
–Es el único tema que me preocupa. Yo soy una persona completamente adicta al amor de las personas. Yo entiendo las relaciones ideales, estéticas, patrióticas, familiares, políticas desde un punto de vista sentimental. Amar es una necesidad básica.
–¿Tiene que ver esto con el amor católico?
–No sé, no voy a las iglesias porque tienen muy mala acústica.
–¿Ni las canciones de misa te gustan?
–Son horrorosas, por favor.
–¿Nunca fuiste a misa?
–Sí, claro. Mi familia era muy católica, pero de izquierda (mi abuelo, Rafael Gumucio, fundó la Izquierda Cristiana), así es que nunca me impusieron la religión: yo opté por ella porque me calma esa ansia de amor que tengo. Mi necesidad de amar es salvaje, casi caníbal y si Dios es amor y es el amor supremo, finalmente ése es el amor que calma. No tiene límite y es completamente gratuito. No hay que hacer nada para ganarlo, no se pierde jamás tampoco. Por eso creo en Dios.
–En tus memorias cuentas que, cuando niño, le rezaste a Dios para que enfermara tu profesora de física, y el milagro ocurrió. Ahora último, ¿Dios te ha concedido algún otro favor?
–Ahí surgió el milagro perpetuo: yo recé para que algo pasara con la profesora de física y no tuve clases durante una semana, porque ella se enfermó por gracia divina. Desde esa vez, en que Dios me escuchó, yo creí en él y confié. Pronto descubrí que si la gente que yo quería moría o me abandonaba, seguía existiendo alguien superior, que era Dios. Eso a mí me consoló y me calmó.
–¿Se te ha muerto alguien, que te da tanto miedo la muerte?
–No, peor: las personas que quiero están vivas y pueden morirse. Si estuvieran muertas, por lo menos habría un descanso.
–¡¿Mejor que murieran?!
–No, lo que yo digo es que la muerte existe y la gente vive tan calmada.
NO BEBE ALCOHOL
–¿Qué es un guardapedo?, lo mencionas en tu libro.
–Eran unos pantalones que guardaban los peos, porque eran bien anchos. Mi abuelo usaba guardapedos.
–¿Qué relación tienes con tu madre?
–Ahora está calmada. Cuando escribí mis memorias hubo llantos, pero ahora mi madre es la hincha número uno del libro.
–¿Hincha? Las memorias prematuras tuyas fueron una agresión potente a tu familia, ¿quedó una escoba muy grande?
–Les dije todo lo que tenía que decir. Les mandé el manuscrito para que pudieran cambiar algo si querían. Mi mamá hizo algunos arreglos, pero menores. Mi papá encontró que había quedado la raja.
–Odiaste a los profesores y luego te hiciste uno de ellos, porque estudiaste pedagogía en Castellano. ¿Cómo era el profe Gumucio?
–Me detesté y me hice detestable. No enseñaba nada y era un pésimo profesor porque yo me sentía alumno, nunca me sentí profesor. Cuando pasaban los inspectores por los pasillos, yo me asustaba y me escondía. Iba al baño de los alumnos en vez de ir al de los profesores y si pillaba a los chiquillos fumando cigarrillos o marihuana no les decía nada.
–¿Nunca tomaste esa cuota de poder que tienen los profesores?
–En general, en mi vida he intentado no ejercer el poder casi nunca. El poder me repugna y, al mismo tiempo, me gusta. Nunca he sido presidente de curso, ni jefe de grupo, ni editor de sección, porque en el fondo sé que me gustaría ser un gran dictador.
–Tienes 30 años y pareces de más, ¿qué es eso de ser un viejo siendo joven?
–Me carga la juventud. A los veinte años era un joven que se disfrazaba de viejo como muchos jóvenes lo hacen. Yo me detestaba en mi juventud. Ahora que soy menos joven puedo andar sin corbata, puedo andar más "de lolo", puedo liberarme. Es un juego.
–¿Por qué no tomas ni una gota de alcohol?
–Porque yo he visto caer a los que se beben esas gotas. Cuentan cosas que no deberían contar o caen mujeres en brazos en los que no quisieran haber caído. Uno, sin trago, ve todo y no pierde conciencia de nada. Yo quiero estar siempre lúcido, porque la pérdida de la lucidez vuelve mierda a las personas. Creo que ése es uno de mis pocos talentos, si es que tengo alguno: la lucidez. A veces la gente se pega la cabeza contra un muro hasta adormecerse, y el alcohol y la droga son sólo eso: un adormecimiento. Son anestesias. Les arrancan pedazos de vida y no se dan ni cuenta. A mí nadie me ha hecho nada de eso, por suerte.
COMPARA MUJERES CON PERROS
–¿Todavía sientes el rechazo de las mujeres, como cuentas en tu libro?
–No, menos.
–¿Tienes más éxito con ellas, ahora?
–Un poco más.
–¿Por qué pasó eso?
–Todo pasa por el rechazo que uno siente de sí mismo. Lo que me sucedía a los 21 años no era que las mujeres me asustaran, sino que la violencia de las relaciones sentimentales y sexuales me asaltaban de tal modo que de sólo pensar en los fluidos intercambiados se me revolvía el estómago. Soy el antónimo de Jorge Edwards.
–Tú estás traumado con Jorge Edwards
–Parece. Una amiga me dijo que yo iba a terminar como él. Y como vivo a una cuadra... capaz que así sea.
–Qué crees que prefieren las mujeres: ¿un escritor o un millonario?
–Un escritor millonario.
–¿Y tú aspiras a ser uno con mucho dinero?
–Sí, claro.
–¿Se gana plata escribiendo?
–Hablando en serio, no me importa nada la plata. Tú ves que vivo modestamente.
–¿No te interesa un poco más de comodidad?
–Lo único que me gustaría tener sería un jacuzzi.
–¿Ah, sí?
–¡Mmmh! Qué rico sería tener un jacuzzi
–No me contestaste del todo cómo te rehabilitaste de las mujeres.
–Yo nunca superé mis problemas con las mujeres, pero me di cuenta de que con ellas pasa lo mismo que con el miedo que uno le tiene a los perros: ellos están tan asustados como uno y, si te muerden, es de puro susto.
–Así es que comparar a las mujeres con los perros te sirvió para entendernos.
–Sí, y además me ayudó mucho montar a caballo porque aprendí a negociar. Los caballos son mañosos... "Ya"– les decía– "cómete un poquito de esta cuestión y después hablamos".
–¿Cuántas pololas has tenido?
–No hablo de mi vida privada.
–¡Qué respuesta más de divo!
–Es que la palabra "polola" es horrible. Un "pololo" es un insecto y yo nunca le he tenido ningún afecto a un insecto. Si te conforma, he tenido muy pocas.
–¿Dónde te compras la ropa?
–En Zara.
–Mientes.
–¿Quieres saberlo? Me visto en "Carlos Ominami". Él me pasa su ropa vieja y yo la reocupo. Nunca he comprado ropa y si he comprado alguna vez ha sido un par de veces en Bandera.
–¿Es por apretado que revuelves los cajones de la ropa usada o de verdad te gusta?
–No me importa nada la ropa.
–Otra mentira más. Tú tienes un estilo: tus pantaloncitos a rayas, tus mocasines trenzados, tus camisas antiguas.
–Me gustaría parecerme cada vez más a mi abuelo. Me encantaría ser mi abuelo, no yo.
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