Cuando era niña solíamos ir con mis papás y mis hermanos a pasar las fiestas de fin de año a la casa de nuestra tía. Yo tenía 11 y mi hermana mayor tenía 16. Mis primas rondaban los 20 y todas tenían pololo. Siempre, independiente de la ocasión, llegaba el minuto en que mis primas y tía insistían con la misma pregunta para mi hermana: y el pololo, ¿cuándo? Ella se reía incómoda, y yo no entendía muy bien a qué iba la pregunta.
Pasaron años antes de que entendiera por qué mi hermana ya no quería visitar a las primas. Me di cuenta más tarde, cuando también fui cuestionada por una amiga cercana. Su pregunta me incomodó tanto que terminé justificando el no estar en pareja, como si tuviera que hacerlo. Ahora sé que son muchas las mujeres que, como mi hermana y yo, en algún momento se han sentido presionadas a cumplir con el ideal de amor romántico imperante: una relación monógama entre hombre y mujer. Y es que hemos estado expuestas desde chicas a todo un entorno que nos enseña que, pese a que podemos cumplir nuestras metas personales, tener un pololo es lo que finalmente vendría a cerrar esa especie de círculo de felicidad. Se nos ha hecho creer que nacimos incompletas y que estar en pareja es la máxima realización. Cuántas mujeres viven, de hecho, bajo el paradigma de complacer al sexo opuesto y en una constante búsqueda del "hombre de su vida".
Aún recuerdo las reuniones familiares en las que mi hermana, por ser ya más grande y aun sin pareja, era bombardeada con ese tipo de comentarios. Eran cuestionamientos en tono de broma, pero igualmente insistentes y cargantes. En Año Nuevo, cuando tocaba hacer el ritual de las uvas, le decían: "acuérdate de comerlas todas para que el próxima año salga pololo". Mucho después, ya de grandes, pudimos hablar de esto y ella me confesó que en realidad se había sentido muy incómoda durante mucho tiempo. Yo, por mi lado, siento que saqué lo mejor de estas instancias y pude estar muy alerta y consciente desde una temprana edad de que efectivamente existía una presión social por estar emparejada. En vez de condicionarme, estas vivencias me hicieron cuestionar todos los constructos sociales de esta cultura patriarcal en la que se asume que existen roles de género complementarios y que lo masculino es activo, proveedor y enérgico mientras que lo femenino es sumiso, conciliador y pasivo. Esta noción hace que la conformación de familia con un papá, una mamá e hijos se vuelva algo necesario para encontrar eso otro que nos falta. Como si las mujeres no tuviésemos un lado activo o enérgico.
En este país, además, existe una especie de satanización de la soltería y muchas mujeres cuando hablan de estar sin una pareja, lo dicen como si fuera una fase que hay que superar lo más rápido posible. Yo no estoy esperando que llegue nadie a mi vida y he tomado consciencia de que ser mujer no significa que necesito un hombre ni una relación para validarme. Pero ha sido un proceso largo. No puedo decir que desde los 11 años estoy deconstruida y clara en que no tengo que pololear para ser feliz. Cuando era adolescente iba a fiestas y entre las amigas comentábamos, como si fuese un logro o un motivo de orgullo, que habíamos bailado o nos habíamos dado besos con tal o cual, dándole mucha importancia al tema del pololo o al contacto con el sexo opuesto.
A pesar de eso, creo que las consecuencias de haber vivido estas situaciones desde chica con mi familia me hicieron detectar a tiempo estos comportamientos machistas que muchas de nosotras seguimos padeciendo. Y en la medida que fui creciendo, hice un esfuerzo por plantearme la pregunta: "¿esto lo hago por mí o por quedar bien con la sociedad?".
En este último tiempo, mi hermana y yo hemos vivido un proceso de reflexión en el que nos hicimos conscientes de que hay una cultura muy instaurada que impone ciertas normas a lo femenino. Y al leer e investigar, te das cuenta que ese estereotipo no es una mujer sino que una construcción de cuento, algo que no tiene por qué ser real. No voy a decir que lo tengo del todo resuelto, porque creo que estos micro machismos son muy difíciles de erradicar. Por un lado, requiere mucha reflexión darse cuenta que son imposiciones que vienen de afuera y no de uno mismo. Y, por otro, hay que poder construir una alternativa propia. En definitiva, hay dos tareas: primero viene el trabajo auto reflexivo y después la rebeldía personal.
Siento que estos micro machismos que hemos normalizado responden a una cosmovisión en la que las películas y las novelas que leíamos de chicas nos hicieron creer que encontrar pareja, casarse y tener hijos eran los únicos objetivos de vida válidos. Yo solo me salvé de eso porque me he podido instruir en el feminismo y porque dejé de concebir el amor solamente dentro de los parámetros de una relación monógama y heterosexual. Si uno entiende que no está solo porque tienes amigos, familia o parejas, ya no existe esa presión por llenar un supuesto vacío.