Estos últimos fines de semana Ana María Gallardo (37) los ha pasado en el campo, en una casa antigua en la que no hay espejos y donde en general, casi nunca, se encuentra con sus vecinos. Como tampoco tiene un clóset propio, sólo lleva la cantidad de ropa que le cabe en su mochila, porque además debe trasladar las cosas de sus hijos. No se preocupa por su apariencia porque nadie la ve, no conoce a nadie por ahí. En resumen, la comodidad ha sido su prioridad.

Lleva en eso por los menos unos 4 o 5 fines de semana y éste último domingo, al finalizar el día, se percató de que había tenido tiempo para cocinar, llevar a los niños a la piscina, jardinear, salir a correr, salir a comer con la familia e incluso leer un libro. La revelación no se dio de inmediato, fue en este último viaje al campo, cuando al hacer la mochila, tuvo que sumar una segunda lectura. Ahí tomó consciencia de lo provechoso que estaban siendo sus fines de semana en esa casa.

¿De dónde sacó esa energía y tiempo que habitualmente no tiene? Ana María es psicóloga y directora del Centro Body Positive Chile, una activista de la diversidad corporal. Aún así reconoce que alejarse de los espejos fue algo muy espontáneo, que no buscó. “Gracias a mi trabajo, me he focalizado en reencontrarme con mi imagen corporal frente al espejo y ha sido un tremendo trabajo llegar a mirarme con una mirada más amorosa. Sin embargo, reconozco la alta carga emocional que ha tenido mi apariencia física a lo largo de mi vida”, cuenta. Y es normal. La mayor parte de las mujeres le brindamos una alta carga emocional al cómo nos vemos, y eso es producto de cómo hemos sido socializadas y la violencia simbólica respecto de nuestro rol en la sociedad. Por eso podemos pasar varias horas del día preocupadas de nuestra apariencia física, pensando que somos más o menos valiosas por cómo nos vemos.

“Vivir sin espejos fue algo que no busqué, pero llegó ese momento y me di cuenta de cómo cambiaba mi relación con mi cuerpo: qué ropa escojo para estar cómoda, cuánto tiempo le dedico a mi apariencia personal y cuánta energía dejo disponible para hacer otras cosas. Esos fines de semana pude reconectarme con el movimiento que me ofrece mi cuerpo, conectarme con la sensación de comodidad, incluso llegué a jugar con barro como cuando tenía 5 años. En esos momentos, lo más importante era pasarlo bien, y no cómo me veía, porque mi apariencia física no había sido importante para lograr ninguna de estas cosas”, relata.

El famoso Body checking

Según Ana María, las mujeres solemos autocosificarnos, es decir, tratarnos como un objeto de evaluación. “En sociedades como la nuestra, aún el valor de la mujer pasa más por su apariencia física que por quien realmente es. De este modo, las mujeres llevamos a desarrollar una hipervigilancia hacia nuestro cuerpo y nuestra apariencia física. Llega a ser tan fuerte la presión social, que finalmente nosotras también llegamos a aceptar ese rol en la sociedad. Por eso se habla de una violencia simbólica, porque terminamos aceptándola y reproduciéndola”. Esto a su vez se traduce en que usamos varias horas de nuestro día precisamente pendientes de nuestro aspecto físico, asegurándonos que “luzca bien”. De hecho, un estudio liderado por La Rebelión del Cuerpo determinó que las mujeres usamos entre 3 y 4 horas del día en algo relacionado con nuestro aspecto físico.

Esa preocupación se canaliza a través del Body checking, conductas de comprobación corporal como mirarse en el espejo, probarse ropa de determinada talla para ver si queda o no, tocar el cuerpo para ver si tiene determinado volumen o si ha cambiado; medirse o pesarse constantemente. “Todas lo hacemos en menor o mayor medida. Por ejemplo, pasas delante de una vitrina y aprovechas de revisar si tu ropa te calza bien, o si tal vez andas despeinada o bien maquillada. Sin embargo, cuando uno trabaja con personas que tienen trastornos de la conducta alimentaria (TCA), uno nota que estas conductas son mucho más frecuentes. Por ejemplo, ver si la ropa te sienta bien o si tu cuerpo aumentó de volumen después de comer. Entonces, es una conducta que va orientada a asegurar que tu cuerpo se mantiene en determinado peso o volumen. De alguna forma, el Body checking está orientado a bajar la ansiedad frente a un potencial aumento de peso”, explica Ana.

El problema es que, lo que se ha observado, es que estas conductas tienden a aumentar la ansiedad por la apariencia física y se torna en un círculo vicioso. “Es normal que luego de comer uno tenga una barriguita, pero para una persona con TCA esto puede ser percibido como una alza en el peso y eso puede generar mucho malestar emocional o miedo. Y personas sin TCA también pueden incurrir en un Body checking excesivo, incluso puede alterar nuestra capacidad de concentrarnos en lo que estamos haciendo. Ya en el año 98, una investigadora mostraba cómo la preocupación por nuestra apariencia física en mujeres puede ir en desmedro de nuestro rendimiento en actividades académicas. Esto lo podemos ver muy concretamente en niñas que son obligadas a usar jumper o faldas en el colegio, quienes pierden parte de su concentración es revisar que no se les vea su ropa interior en vez de preocuparse por su tarea”.

Por todo esto es que para Ana, el descubrimiento del espejo ha sido un lindo ejercicio. “Tan válido como llevar a cabo actividades en que te mires al espejo para reencontrarte con él. A mí, por ejemplo, me gusta bailar, y me encanta ver el movimiento de mi cuerpo cuando bailo sin una apreciación respecto de si calzo o no con los cánones de belleza. Creo que como conclusión, lo importante es aprender a habitar el cuerpo. Como dice la psiquiatra Lindsay Kite, ‘es importante aprender que el cuerpo es un instrumento para lo que tú quieras hacer o expresar, y desaprender que es un ornamento que debemos constantemente revisar para el ojo ajeno’”.