Hace pocos días, un trabajador mexicano se hizo viral por un tweet donde denunciaba la cantidad de mensajes y llamadas que recibió insistentemente de parte de un cliente, totalmente fuera de su horario laboral. “Contesta, me urge hablar contigo” le reclamaba, tras dejarle nueve llamadas perdidas en menos de dos minutos, pasadas las 11:30 de la noche. Iván no aguantó más y decidió compartir por redes lo que consideró un exceso de parte de su cliente. ″Seguramente esto me va a meter en un broncón mañana en la oficina, pero de que se siente bien, se siente bien”. El pantallazo de la conversación, que incluía una respuesta de Iván en la que se negaba a seguir trabajando y comunicándose con él, tuvo más de 100.000 likes y casi 2.500 respuestas. Algunos lo felicitaban por poner límites y cuidar su salud mental, y otros lo tildaban de mal profesional por no atender a la urgencia, que suponemos era importante. Pero, ¿dónde está el límite?
Comunicarnos por trabajo a través de WhatsApp se ha convertido en una práctica laboral común, incluso en las grandes empresas, ya que permite entregar instrucciones de trabajo o información laboral importante de manera más inmediata que un mail o llamada, lo cual aumentaría la productividad y optimizaría el tiempo. Puede facilitar la comunicación entre grupos de trabajo y da más cercanía con los cargos jerárquicos. Se trata, además, de la aplicación de mensajería más utilizada en Chile, incluso más que Facebook –de hecho somos el segundo país que más la usa en Latinoamérica– y su uso se ha potenciado especialmente con la pandemia tras descubrir que es un eficiente instrumento laboral. Pero, si ya no solo usamos WhatsApp para comunicarnos con la familia, la pareja y los amigos sino para hablar con nuestro jefe y compañeros de trabajo, ¿cómo logramos separar nuestra vida personal?
Catherine Vásquez, de 27 años, trabajó durante cuatro años como profesora de primero y segundo básico en un colegio municipal de una comuna portuaria, principalmente enseñando a leer a niños y niñas; un trabajo que dice, realiza con mucho cariño. Durante el primer año de pandemia, debido a la modalidad de clases online, Catherine utilizó su número personal para el trabajo, lo cual implicó inmediatamente que tanto sus colegas como los apoderados le escribieran y llamaran cualquier día y en cualquier horario. “Era el único canal que teníamos para comunicarnos, por lo tanto no me quedó otra que iniciar un grupo de WhatsApp con los apoderados para enviar información”. El tema fue en escalada; tanto a ella como a su pareja –también profesor del mismo colegio– los comenzaron a llamar apoderados muy tarde para hablar incluso de su vida personal. En el colegio les entregaron una cuenta Google institucional para poder establecer límites, pero nadie la utilizaba. “No solamente los apoderados escribían y llamaban tarde, en vacaciones o fines de semana, sino que además lo hacían colegas con las que trabajaba y coordinadoras diciendo “yo sé que es tarde, pero...”.
Si bien no hay una legislación que apunte directamente a delimitar el uso de esta aplicación en contextos laborales, algunos límites fueron esbozados por primera vez en 2016, por Contraloría, a través de un dictamen que estableció que WhatsApp “no es un medio oficial para impartir instrucciones laborales” y las jefaturas deben usar el correo electrónico de la institución. En el mundo privado, solo se puede apelar a la ley 21.220, dictada al principio de la pandemia, que incluye normas relativas al trabajo a distancia. No se refiere explícitamente a WhatsApp, pero establece que “el empleador deberá respetar su derecho (del trabajador) a desconexión, garantizando el tiempo en el cual ellos no estarán obligados a responder sus comunicaciones, órdenes u otros requisitos. El tiempo de desconexión deberá ser de, al menos, 12 horas continuas en un período de 24 horas. Y en ningún caso el empleador podrá establecer comunicaciones ni formular órdenes u otros requerimientos en días de descanso, permisos o feriado anual de los trabajadores”.
La psicóloga Catalina Celsi afirma que, si bien esta aplicación –que ella misma utiliza con sus pacientes– es una herramienta que permite comunicarnos fácilmente con nuestro entorno íntimo y con nuestra comunidad y trabajo, hay una serie de consecuencias complejas que también debemos considerar. “Es una aplicación que nos entrega posibilidades de interacción eficiente, lo que es de gran ayuda para una sociedad que nos exige inmediatismo y velocidad en nuestras respuestas. Pero, considerando que ocupamos la herramienta para comunicarnos con todo nuestro medio, puede ser realmente abrumadora la cantidad de información que se tramita. Estamos permanentemente conectados y recibimos un exceso de datos, muchas veces irrelevantes, que nuestro sistema no está siendo capaz de digerir. Al mantenernos todo el tiempo observando el celular estamos en un modo de alerta, le exigimos a nuestra mente y emociones un nivel de trabajo intenso que no considera nuestros puntos de saturación. Somos seres limitados que pretendemos actuar ilimitadamente, tal como lo haría un robot o una máquina de procesamiento”.
Específicamente en la comunicación laboral por WhatsApp, Catalina da algunos consejos para establecer límites. “Probablemente no podamos prescindir de esta herramienta ya que hoy en día es vital para relacionarnos con nuestro medio, pero sí podemos regular cuánto y cómo la usamos. Aunque podemos pensar que el problema principal es la demanda de otros, en gran medida somos nosotros quienes no estamos siendo capaces de establecer límites propios. Por eso creo que lo primero es reflexionar acerca de cuánto y cómo estamos ocupando nuestras aplicaciones y, en base a esto, optar por realizar cambios en nuestra rutina que nos ayuden a regular mejor. Desactivar las notificaciones por ejemplo, nos ayuda a reducir el estado de alerta a los mensajes y a tener espacio mental para estar en el momento presente sin intervenciones constantes. Otra manera es establecer horarios o momentos del día en que nos dediquemos a contestar los mensajes. Es imprescindible dejarnos tiempos en los que no estemos en esa función de contestadora. Aconsejo también apagar el celular al término de la jornada. Establecer un horario límite permite restringir la cantidad de horas que pasamos en la aplicación. Por último, es recomendable hablar con las personas de nuestro ámbito laboral dándoles a conocer nuestros horarios de trabajo y tiempos de respuesta. En caso de urgencia se puede establecer otro canal de comunicación, como el llamado telefónico. Por lo general, las personas tendrán el criterio para comprenderlo, pero nosotros tenemos el deber de comunicarlo y establecerlo como nuestro encuadre de trabajo.”
Aunque exista el temor de ser catalogados como “malos profesionales”, poner estos límites es un derecho laboral. Así logró hacerlo el trabajador mexicano, quien a diferencia de muchos, que pensaban iba a perder su trabajo, supo establecer su límite y su reclamo fue acogido. El socio más importante de la empresa en la que trabaja se contactó con él: “Me dijo que tengo su TOTAL apoyo y que valoran mucho mi trabajo y que saben perfectamente cómo es este cliente, que a mi nadie me va a correr”, tweetió para contar el desenlace de su situación. También logró hacerlo Catherine en su trabajo; “El año pasado aprendí a poner límites, me compré otro chip de teléfono y activé otro WhatsApp, el cual podía desconectar a la hora que quisiera. Me molestaba bastante que traspasaran mi límite, es irrespetuoso y daña la salud mental. Es por eso que decidí lo del chip y fue la mejor solución no mezclar vida personal con trabajo. Al principio me sentía mal por apagar el WhatsApp, pero me di cuenta que nada vale más que mi salud mental y física. No es mi problema que la desorganización del resto afecte mis tiempos personales que disfruto con mi pareja y con mi familia”.