¿Y si no soy un supercampeón?
El fútbol siempre ha sido pasión de muchos, es un deporte mundialmente reconocido. Pareciera que muchos y muchas quieren ser futbolistas, es realmente impresionante. Mi marido es ex futbolista, mi suegro es un ex árbitro, mis dos hijos son fanáticos y tienen muchas capacidades para este deporte - “pasión de multitudes” -, que cada día parece arrastrar a más niños, niñas, hombres y mujeres a perseguir una carrera en él. Pero, aunque suene contradictorio, a mí nunca me ha interesado ni tampoco entretenido mucho.
No puedo decir que no me parece interesante y positivo el fútbol en su esencia: el poder de trabajo en equipo, el que cada integrante tenga un rol y aporte lo mejor de sí, brillando cada uno y al mismo tiempo logrando que el resultado sea más que la suma de sus partes. Pero ¿siempre es así? Capaz que los futbolistas me quieran matar con esto, sin embargo, yo observo muchas veces más ego, narcisismo y flashes que todo lo expuesto anteriormente. Me llama poderosamente la atención la guerra entre las barras de los equipos, la destrucción de los estadios, la cantidad de plata que está presente y la falta de ética en tan noble deporte que supuestamente enseña tantos valores a todos nuestros niños, niñas y jóvenes.
Para qué decir el fútbol en los colegios, escuelas de fútbol y campeonatos. En los colegios, estando en el año 2022, seguimos observando el estilo anacrónico, donde existe solo un equipo de niños seleccionados. Ser parte de éste conlleva estatus social, ser admirado, tomar un rol de líder innato, tener cierto prestigio y regalías. Entiendo que todos los colegios cuenten con un equipo de fútbol que compita en campeonatos tradicionales, sin embargo, podrían crear distintas categorías y niveles donde todos los que quieran tengan la oportunidad de ir creciendo y progresando, generando instancias de encuentro entre colegios. Seguimos conservando la idea de un solo equipo donde unos pocos pueden quedar, los cuales son percibidos por sus compañeros como “los buenos para el fútbol”, al estilo película gringa. En vez de fomentar la vida sana en todos aquellos niños que les interesa el deporte como actividad. Actualmente se habla en educación sobre la importancia de desarrollar habilidades para el siglo XXI y potenciar competencias socioemocionales, como el trabajo en equipo, la creatividad, la resolución de problemas, algo que seleccionar a unos pocos niños que son los “buenos” parece no considerar.
Nada muy distinto pasa en las escuelas de fútbol, que son pagadas por los padres para que sus hijos aprendan y desarrollen habilidades para ese deporte, así como los campeonatos en los que se participa. También aquí se seleccionan a los niños para las competencias, porque al parecer lo importante no sería aprender sino que el equipo gane, a pesar de que la definición de escuela es “Institución o establecimiento destinados a enseñar determinadas materias especializadas”.
Finalmente están los campeonatos de fin de semana, donde los papás y mamás inscriben a sus hijos desde los siete años en equipos con compañeros del mismo nivel y colegio. Instancia que debo decir que muchas veces se aprovecha para pasar un tiempo lúdico y entretenido entre padre, madre e hijo. Sin embargo, también se pueden observar situaciones como: niños que no pueden entrar a equipos porque no son tan “buenos” para el fútbol como sus amigos, padres que hacen de entrenadores expresándose de manera agitada e intensa cuando sus hijos están compitiendo, padres sobrevalorando o proyectando a sus hijos como futbolistas profesionales, y así otras manifestaciones que hacen que el fútbol deje de ser un deporte que aúna y convoque, convirtiéndose en una proyección de lo que esos adultos nunca fueron.
Mis hijos son parte del equipo de fútbol, pero como mamá me es inevitable no mirar y no darme cuenta de lo que les pasa a los otros niños cuando no los citan o no los invitan a jugar fútbol en el recreo. Entre ellos pueden ser crueles y se molestan cuando no juegan bien fútbol. Esos niños, que sienten que no son tan buenos para el fútbol, comienzan a autoexcluirse de su grupo de pares o a reírse (sin querer) de las bromas que les hacen. Algunos pueden pensar “no es para tanto”, pero sí que lo es. Son justamente estas instancias donde debemos acoger el sentir de esos niños como un espacio de aprendizaje para sus amigos y compañeros a ser más empáticos. No podemos normalizar el trato duro y hostil entre los niños/as, y esto no es solo con respecto al fútbol, sino con respecto a todo aquel que no entra en el selecto grupo de “los mejores”.
Nosotros como papás y mamás debemos darnos cuenta que los tiempos han cambiado, seguir avalando trato inadecuado o exclusión entre los niños y niñas es ser negligentes y cómodos en relación a nuestro rol como formadores. Tenemos que ayudar a que nuestros hijos e hijas tengan relaciones con sus pares afectivas, generosas, respetuosas y tolerantes. Donde todos y todas puedan ser parte, a pesar de las diferencias, enseñarles a compartir, a trabajar en clases con todos sus compañeros/as y la importancia de tener conductas generosas como invitar a jugar a los niños que pueden estar solos.
Con respecto al deporte es importante mostrarles a nuestros hijos e hijas a reconocer sus habilidades pero con humildad, como también no exigirles lo que nos hubiese gustado para nosotros. Con el fútbol, a veces, percibo que es tanta la pasión que produce en los papás, que sin darse cuenta generan presión sobre sus hijas e hijos, por ejemplo cuando les gritan desde fuera de la cancha dándoles instrucciones. Ponderemos nuestras emociones e intensidades, a veces sin querer podemos transmitirles emociones contrarias a las que realmente estamos sintiendo. Una estrategia positiva que usaban los apoderados que lideraban el equipo donde jugaba mi hijo y sus amigos, era que los niños se turnaban los puestos y el tiempo que cada uno jugaba, lo que frustraba a algunos, pero enseñaba a todos que era más importante el juego y el compañerismo. Hasta el día de hoy todo ese grupo son amigos, a pesar de que muchos de ellos nunca han estado en el mismo curso.
Sabemos que el deporte es un factor preventivo frente a cualquier conducta de riesgo, por eso los colegios deberían destinar recursos y tiempo para fomentar y ampliar sus equipos. Entiendo que hay una constante preocupación por guiar a los papás, mamás, alumnos y alumnas en su formación a través de diversos programas, acá creo que es importante ampliar e intensificar su oferta deportiva, sugiero una mirada integrativa, con espacio para la competencia pero también para fomentar y desarrollar a aquellos alumnos y alumnas que quieren participar pero aún no han desplegado todo su potencial. O que simplemente no les interesa ser un supercampeón.
Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel
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