Todos y todas alguna vez hemos comido para sentir el placer emocional que nos evoca un alimento, para intentar encontrar un refugio de calma o para regular alguna emoción. Un acto que curiosamente es natural y originario ya que está inmerso en nuestra memoria celular y que sin embargo tras hacerlo, nos genera culpa. Y esa culpa solo nos lleva al piloto automático del exceso y sobre ingesta que después lamentamos.

La primera experiencia emocional de calma que tuvimos fue esa leche tibia que nos dio contención una vez que salimos a este mundo desconocido. Entonces, no podemos negar que efectivamente los alimentos no solo nutren el cuerpo fisiológico, sino también nuestro cuerpo emocional.

Me parece interesante detenernos a observar y prestar atención en que el sabor o sensación que nos generan algunos alimentos pueden afectar nuestro estado de ánimo, y que la comida puede ser una terapia cuando se hace de manera consciente. En mi consulta, es común escuchar la culpa o vergüenza que sienten algunos pacientes cuando me cuentan que al estar ansiosos o frente a alguna otra emoción, comen sin sentir hambre, sino que lo hacen para llenar un vacío o para regular una incómoda emoción.

Lamentablemente nos hemos desconectado y hemos dado más espacio a la mente para que comience a dar juicio: “No debería estar comiendo así”, “Qué chancho o chancha soy”, “Qué gordo o gorda estoy”, “Qué asco”. Y así, aparecen una cantidad de críticas que nos hacen irnos a un espacio totalmente opuesto al que estábamos buscando. Y es ahí donde comienza la sobre ingesta, el descontrol y el atracón.

La invitación aquí es a normalizar que es natural, que a todos nos sucede y que a todos nos seguirá sucediendo. Lo importante es hacer esa distinción entre hambre emocional e ingesta emocional. Aprender a darnos la oportunidad de sentir y observar qué nos estamos diciendo a nosotros mismos. Si lo vivimos como un acto natural, nos podremos dar el espacio de atender esta hambre de una manera consciente y en perspectiva que permita activar habilidades compasivas y de automaternaje para que, con atención plena, podamos tomar decisiones más sabias y entender porqué estamos comiendo.

Validar que estoy comiendo para poder apoyarme en esta experiencia emocional que estoy viviendo nos permite la distancia y perspectiva para poner foco a preguntas que nos puedan guiar a tener una experiencia placentera y de confort. ¿Por qué y para qué? Si, estoy comiendo por hambre emocional” y que no está ni mal ni bien, simplemente es. Ahí puedo decidir cuánto y cómo para comer a un nivel en que me sienta bien y así no llegar a la pesadez estomacal y malestar físico por una sobre ingesta que supere mi malestar emocional y por consiguiente aparezca la crítica y el castigo en todo su esplendor.

¿Cómo? Con pausa, con atención, con presencia para hacer de esta experiencia una terapia que me nutra emocionalmente y que, al igual como una vez lo hizo esa leche tibia, logre mi objetivo de darme contención y confort.

Camila Quevedo Truan es Nutricionista – Health Coach (Instagram: @camilaquevedot).