El yoga fue declarado Patrimonio inmaterial de la humanidad, en 2016, por motivar la “unificación de la mente, el cuerpo y el alma para mejorar el bienestar”, según la UNESCO. Fue la misma época en que un estudio de la organización Yoga Alliance publicó que en Estados Unidos esta práctica movía 16 mil millones de dólares anuales. En la nominación al patrimonio publicada por la asamblea de las Naciones Unidas, la primera fotografía que hay es la de una mujer de cuerpo atlético vestida con un traje apretado de gimnasia y realizando una postura extremadamente difícil de lograr. Le sigue la de un hombre con las mismas características. Y, al final de la galería, hay una foto de la copia original del texto fundador del yoga Ashtanga en la India.

Ese orden de fotografías parece reflejar el imaginario que se ha creado en torno a esta práctica espiritual en occidente. Y no es raro que así sea también en el caso chileno, porque, según explica Claudio Acosta, magíster en psicología clínica de la Universidad de Chile y director del espacio de terapias integrales Bambú, “el yoga llegó a nuestro país con el fin de buscar otros tipos de conexión espiritual, pero como todo lo que ingresa al occidente, al poco tiempo se transformó en un bien de consumo masificado”, dice.

Caro Lazo (35), publicista y profesora de yoga con 12 años de experiencia, comenzó a tomar el peso de esa carga mercantil, y, con ello, encontró también contradicciones en su propia práctica. “Cuando entro a Instagram, lo que veo muchas veces son mujeres con unas patas sensacionales, mostrando un cuerpo increíble y logrando posturas inalcanzables. Por eso comencé a preguntarme, ¿qué pasa con la mente, con el corazón y el camino de auto descubrimiento interno que se supone que tenemos que estar tomando? Eso me generó un conflicto interno: ¿Debería sacarme más ropa para tener más seguidores? ¿Ese número en aumento va a hacerme sentir que soy mejor profesora?”, comienza a reflexionar.

Puede sonar como una contradicción el hecho de que la mística alojada en esta práctica se transforme en algo que consumimos como un producto palpable, observable y comparable. Pero “si una sociedad te propone un cierto tipo de cartas, no hay otra forma de subsistir que jugar con ellas”, agrega el especialista. “Por eso se ha empezado a dar el sobre uso de las redes sociales para promocionar el yoga desde la inmediatez de satisfacer las necesidades que caracteriza nuestra época”.

Es tal la tensión que se genera entre ese mundo espiritual y la sociedad en la que vivimos que en 2015, la Doctora en Sociología y profesora de la USACH, Andrea Lizama Lefno, publicó su tesis doctoral “La Paradoja del Yoga: El Caso Chileno”, para la Universidad Autónoma de Barcelona. En ella, analiza la posible “profanación del yoga en manos del mercado con espíritu capitalista, siendo publicitado exacerbadamente como una actividad física, femenina, que incita a la relajación y que permite enfrentar con éxito las dinámica de la sociedad moderna”. Andrea cuenta que las causas de esa secularización, particularmente en nuestro país, tienen un origen “en la época de los ’90, donde el yoga se elitizó como le pasaría a cualquier conocimiento que implique destrezas y habilidades muy específicas y difíciles de lograr”.

Ya en esa época existía una barrera en cuanto a la accesibilidad de la práctica, y Caro Lazo cuenta que esas exigencias han pasado de ser completamente espirituales a unas que también son físicas y deportivas. “Hay muchas posturas que yo no hago y otras personas sí, y eso me hace cuestionar si soy buena o no. Sin embargo, sé que lo siento así porque a través de las redes está la idea de que para ser buena me tengo que parar de manos con los pies para arriba, cuando en realidad eso no es lo que el yoga pide. La idea de la meditación, es que uno pueda vivir el presente, desde el auto descubrimiento y a tu propio ritmo”.

Efectivamente, ese camino es el que define al yoga a través de tres aristas principales: la meditación, la respiración y finalmente, las posturas. Pero en los libros de yoga tradicional de hace 2000 años atrás no se les daba tanta importancia a esta última parte, según cuenta el documental de la BBC La Historia Secreta del Yoga de la periodista Mukti Jain Campion. “En ellos se mencionan muy pocas posturas físicas y centran la práctica en la meditación y el control de la respiración”, dice en el mismo documental James Mallinson, líder de un equipo de investigadores de la escuela de estudios orientales SOAS de la Universidad de Londres.

Además, explican que no fue hasta 600 años atrás que las posturas comenzaron a tener relevancia por la influencia de la gimnasia sueca en la práctica y, luego, tomaron protagonismo por la imposición Británica que en los años 60′ estableció que las clases de yoga no debían tener contenido religioso o espiritual, sino solo limitarse a las posturas físicas y a los ejercicios de respiración.

Claudio Acosta afirma que es en esos encuentros entre el yoga y la cultura de las sociedades donde la práctica fue adquiriendo un estereotipo de mercado que también afectó su esencia. Sucede que por la concepción de lo “ideal” que tenemos en nuestra cultura occidental, la imagen que tenemos de los yoguis es de alguien perfecto, delgado, aparentemente feliz y que lleva una vida saludable. Pero ojo, eso es solo porque al yoga le ponemos una exigencia en base al rendimiento y al éxito, tal como lo hacemos en todas las cosas de nuestro diario vivir. Luego, para ser vendible, se debe usar una imagen que se asocie a esa sensación exitosa”, explica.

La balanza en equilibrio y aquello que lo rompe

Claudio Acosta explica que si la práctica espiritual es sincera y prolongada, lo más probable es que encuentre un beneficio que supere las “profanaciones” mercantiles por las que pasa el yoga. “Las personas que lo practican a lo largo del tiempo, irán encontrando un beneficio más profundo y personal, dejando atrás las máscaras, los accesorios y los beneficios capitales que necesitas para funcionar en esta sociedad. Cuando uno va logrando una mejor relación con uno mismo, lo que hace o no el otro deja de cobrar tanta importancia, y se pueden ir soltando esas exigencias exitistas”.

Camila Valenzuela (40), bióloga e investigadora de las ciencias cognitivas de la corporalidad, empezó hace 20 años a practicar yoga en Londres, cuando estudiaba teatro físico y técnica circense. Con el paso de los años, volvió a Chile y empezó a enseñarle a sus amigos y familia durante las vacaciones, luego a los compañeros de universidad y actualmente imparte clases profesionales y pagadas. “Para mí el yoga es un sistema de investigación que permite indagar en nuestra experiencia consciente y también en la naturaleza más profunda. Cuando se persevera, te vas volviendo más empático, abierto, claro y receptivo, pero antes de llegar a ese punto, cada uno tiene un motor distinto para comenzar. Eso no significa que porque empieces algo por moda, no puedas desarrollar algo que inevitablemente, se volverá más profundo con el tiempo”, dice.

Para Martina Pavez, socióloga y fundadora de la tienda de ropa deportiva Mali, el tema de la “moda buena” fue lo que motivó la creación de su emprendimiento, donde bajo la lógica de la empresa encontró en el wellness una oportunidad para hacer accesorios que acompañaran la práctica. Ahí también se encontró con una tensión entre lo que es alcanzable y lo que no, una razón que puede marcar un límite en la experiencia de la práctica y la motivación para hacerla. “Creo que pueden haber referentes de yoga que se van a los extremos, pero eso también es por tener que proyectar una imagen que no necesariamente es la que cumplen todos los días”, dice.

Sobre todo en las redes se venera esa fuerza de voluntad que tienen las yoguis para ser sanas y verse bien, lo que puede generar un deseo más social que espiritual. “Lo que la gente no sabe, es que lo que está mirando solo es un pedacito mínimo de la vida del otro”, dice Martina. “Las embajadoras no son semi diosas, de hecho, están dentro de un círculo de exigencias sociales de perfección, y eso es una responsabilidad conjunta de quien entrega esa posiciones y también de la que queda atrapada en el estigma”.

Caro Lazo también cuenta que se vio atrapada en ese círculo y explica que para ella, “incluso lograr estar en calma una hora al día es un logro gigante. Probablemente, la gente piense que como soy profesora de yoga tengo que estar en paz y ser buena onda todo el rato, pero esa no es la realidad. Por eso me encantaría no compararme con un estereotipo, sobre todo en Instagram, donde no sabemos que es lo que pasa detrás de una foto. Es difícil aplicarlo, pero hay que tratar de conectarse más con lo real y, sobre todo, con lo propio”.