Tres por uno
Piscolero, apostador y fumador rehabilitado, el actor Jorge Zabaleta (40) pasa los días pegado a su teléfono inteligente, para saber qué sucede en la bolsa de comercio y bajo tierra, en la mina San José. Mientras, hace deporte y graba sus escenas de celópata en la nueva teleserie de TVN, La familia de al lado.
En su casa o en el canal, Zabaleta vive con su Blackberry en la mano. Le encanta. Tiene 11.000 seguidores en twitter y, aunque no es bueno para tuitear, sapea harto.
Además de sitios informativos como radio Biobío o El Mostrador, amigos actores y guionistas, Zabaleta sigue a la Bolsa de Comercio con deleite, porque tiene acciones. Tenerlas es su manera de seguir apostando, vicio que lo atrapó a los 18 años, cuando su abuela le empezó a pedir que la acompañara al casino.
Zabaleta se anduvo entusiasmando hasta que, en un momento epifánico, después de años jugando, se vio una noche caminando en Iquique, de vuelta al hotel, en compañía de Vasco Moulián, ambos con las manos en los bolsillos, sin un peso más que apostar y perder. Sacó la cuenta: estaba saliendo para atrás. Entonces paró en seco.
"No lo podía controlar, así que dije 'no más'. No voy a seguir perdiendo plata en los casinos". Y cumplió. Como buen apostador, no dará cifras de cuánto llegó a perder: "Cuando te pregunten cómo te fue en el casino, tienes que decir que saliste ras ras, que ni perdiste ni ganaste", aconseja como un crack.
De raza actor
El teléfono. A través de él se mantiene informado minuto a minuto de la situación de los 33 mineros atrapados vivos en la mina San José. Ha pasado por etapas. Primero de desconcierto y rabia: "No puede ser que las personas que trabajan para darle el sueldo a Chile lo hagan en esas condiciones", afirma con bronca.
"Es como que los panaderos tuvieran que amasar en el suelo, sin tener siquiera un mesón", afirma. Luego, de angustia, por esa manía que tienen los actores de meterse en el pellejo de los demás, trata de imaginar qué están haciendo, qué están pensando, qué están sintiendo los mineros 700 metros tierra abajo.
No es claustrofóbico –Zabaleta es buzo profesional y ha bajado hasta los 80 metros de profundidad– pero la historia de los mineros lo asume en una rara sensación de asfixia y desesperación, muy parecida a la que experimentó la vez que estuvo dentro de una pirámide egipcia.
Hasta que, finalmente, entra en razón: los mineros, piensa, son una raza de gente preparada para vivir en la oscuridad, en condiciones adversas. Por lo mismo, aun cuando tuvo días más pesimistas que otros, nunca perdió las esperanzas de que los encontrarían.
Al menos a unos pocos. Entonces, el domingo del milagro, cuando vio en su twitter la noticia, lo gritó a todos en el cumpleaños número 14 de su hijo: "¡Están vivos! ¡Están los 33 vivos!" Pero cuando piensa en todo lo que falta para que los liberen, le vuelve la angustia y la ansiedad.
Deportista sin piscolas
Zabaleta va al gimnasio tipo seis de la tarde. Después de tres años sin fumar (fumaba 40 cigarrillos al día), pedalear en una bicicleta sin quedar con la lengua afuera lo pone contento.
Y si por alguna razón trata de zafar, su personal trainer, Rosita Moya, es capaz de ir a buscarlo a la casa. El deporte, pasatiempo que considera parte de su trabajo, lo ha ayudado a bajar los 12 kilos que subió después de dejar la nicotina aunque, en el fondo, le gusta el gimnasio, andar con sus zapatillas especiales para entrenar y su equipo deportivo en el auto. "Es como un clima controlado.
Después de la rutina, vas y conversas con un par de viejos entretenidos, te das un baño de vapor y llegas a la casa como si vinieras saliendo de un motel", afirma con traviesa coquetería.
Además de las endorfinas que libera, también cuenta en esta actitud el secreto que le reveló Rosita: después de hacer deporte, existe una ventana de 45 minutos para comer lo que se quiera sin engordar.
Sí, 45 minutos de chipe libre en los que, según Rosita, el organismo hace la vista gorda de grasas y cochinadas varias. Sólo 45 minutos. Zabaleta se va corriendo y, desde el auto, por el teléfono inteligente, llama a la casa para que lo esperen con doble ración de lo que sea.
Luego, si es viernes o sábado, se toma una copa de vino. O dos. Punto. Jorge era piscolero, pero, azuzado por su amigo actor Roberto Poblete, se despidió del clásico trago universitario y entró en otro más acorde a su edad: el vino.
"Sigo pensando que la piscola es lo máximo y que puedes tratar de escaparte de ella y pasarte al ron o al vodka, ponte tú, pero siempre vas a volver. Yo dejé de tomarlas, porque significan muchas calorías. Es bien simple: entre una piscola y tres copas de vino, prefiero las tres copitas. Esto es tres por uno".
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