Camila Herrera (32) es diseñadora gráfica, pero empezó haciendo zapatos cuando tenía solo 24 años. En ese tiempo trabajaba en el área gráfica de una zapatería, pero en los momentos libres empezó a meterse al taller y de a poco se fue interesando por este oficio.

A pesar de que se declara una fanática, no es una amante de los tacos al estilo Carrie Bradshaw. "Siempre me han gustado los zapatos, pero uso zapatillas", explica. Su fascinación se debe a que piensa al zapato como un objeto de culto. Admite que no usa los zapatos de su propia marca, pero precisamente porque los ama y son una especie de joya que admira con cierta distancia. "Los tacos son preciosos, pero no son lo mío".

"Cuando empecé no sabía nada de zapatería y a medida que fui observando el trabajo en el taller me encantó todo lo que vi. Así que renuncié al trabajo que tenía y me fui a estudiar a Nueva York con la idea de especializarme en esto". Al volver a Chile, Camila partió desde cero en un oficio que históricamente a estado asociado a hombres.

La figura del zapatero paradójicamente no calzaba con la joven veinteañera que por ese entonces había decidido emprender con su propia marca de zapatos. Y es que al principio todas las etapas de la confección de su primer modelo de zapatos las realizaba ella misma a mano.

Camille, el primer modelo de mocasín de punta dorada que Camila desarrolló para su marca hace ya casi 5 años, todavía se sigue vendiendo. Y según lo que su propia dueña explica, la idea es que, a pesar de que trabajan con colecciones y diseños que cambian según la temporada, sus zapatos sean objetos que trascienden y que se pueden usar más allá de lo que está o no de moda. "Tratamos de ser muy atemporales", explica.

Desde entonces, Camila ha crecido. Y Camille también. En el taller trabajan ahora cinco personas y Camila disfruta cada parte del proceso de creación, sobre todo las que implican trabajo manual. "Ya llevo 7 años en esto y no me canso de meter las manos en todo".

La competencia para los productores nacionales de zapatos es dura. Con artículos importados a precios bajísimos cada vez quedan menos zapateros nacionales que mantengan este oficio con vida. Pero Camila cree que hay esperanza para los que todavía sobreviven. "La gente está revalorando el diseño local y la calidad de las cosas hechas en Chile en comparación con algo traído de China. Si compras algo hecho en China efectivamente es mucho más barato, pero este es un zapato que dura 10 años. Los puedes reparar y los sigues usando por muchos años más".