El estallido social del 18 de octubre no sólo alteró el orden político y social, también cambió radicalmente la manera en que muchos chilenos vemos y circulamos por nuestras ciudades.

En el centro de todo, simbólica y físicamente, la “zona cero”. La Plaza Baquedano, rebautizada como Plaza de la Dignidad, se transformó en un ícono de conflicto, de resistencia, y también de expresiones políticas o artísticas. Quizás la principal tela donde los artistas callejeros han trabajado ha sido la fachada del Centro Cultural Gabriela Mistral. Este edificio cargado de significado político desde sus inicios -primero en el gobierno de la UP y luego durante la dictadura- se ha posicionado como una suerte de “epicentro artístico” de la protesta y el descontento social. Por eso, cuando la mañana del 19 de febrero sus muros aparecieron pintados de rojo, muchos leyeron en ese acto una provocación violenta.

El incidente gatilló una conversación más amplia sobre qué es arte, qué es patrimonio y, de cierto modo, qué es, o debe ser, una ciudad cuyo aspecto y cuya dinámica ha cambiado radicalmente desde el inicio de las protestas.