Esa mañana, Renato Adriazola estaba ansioso. Era un día especial, lo pasaría en El Quisco. Las pichangas con amigos bajo el sol de primavera, los pies en el mar y los merengues en la playa ofrecían un panorama más atractivo que las aburridas tareas escolares. Su madre lo levantó temprano y junto a su hermana partieron rumbo a la costa. Pero antes de cruzar la puerta, el chico miró al living. Estaba su padre sentado, en silencio, mirando la televisión. No los acompañaría.
Era 1993. Ese año, el 11 de septiembre cayó un sábado. Por eso no se trataba de una simple arrancada al litoral central. En la casa de Renato, el tema del Golpe que veinte años antes puso término a la Unidad Popular causaba división entre sus padres.
“Cuando mi mamá estaba en el colegio, el 73, su papá y su hermano fueron detenidos. Mi tata en la población Madeco y mi tío en la calle”, cuenta. “Ambos fueron llevados a Cuatro Álamos, a mi tío lo torturaron. Y fue por las gestiones de un amigo militar de mi tata, que vivía cerca de él, que lograron salir, pero ambos tuvieron que irse a Argentina exiliados. Mi tata volvió tiempo después, pero mi tío tuvo que irse a Australia, porque lo seguían. Por el contrario, mi papá siempre decía que con el Golpe las cosas estaban más tranquilas, y que él y su familia tuvieron mayor estabilidad económica”.
No eran pocas las veces en que el tema provocaba airadas discusiones entre sus padres. “Para otro 11 de septiembre, no me acuerdo cuál, tengo la imagen de que pelearon mucho. Mi papá siempre defendió el Golpe y muchas veces reñían. Con el tiempo mi mamá bajó las revoluciones y dejó de discutirle”, recuerda Renato, hoy con 36 años. De ahí que esa salida a la costa fuera un intento de evitar problemas. Pero no resultó.
“Estuvimos en la playa. En la noche llegamos y mi papá estaba en la casa. No se hablaron por varios días. Me acuerdo porque hubo varias escenas del tipo ‘hijo, dile a tu papá que haga tal cosa’, o ‘hijo, coméntale a tu mamá esto otro’”.
Todo en familia
Las historias de los padres o familiares son a menudo la primera fuente que tienen los niños para enterarse de lo ocurrido el día que acabó abruptamente el gobierno de Salvador Allende. “Es un tema que les genera interés. Preguntan mucho, tanto en sexto básico como en IIº medio, que es donde se está pasando ahora”, detalla Isaac Calvo, profesor y máster en Didáctica de la Historia. “No es un tema que se hable solo cuando llega el contenido, sino que cuando se habla de violaciones a los derechos humanos o de democracia siempre aparece el caso de Chile. Habitualmente traen ideas desde sus casas, lo que les hablaron sus papás, aunque en la enseñanza media ya manejan más ideas propias”.
Los relatos sobre lo ocurrido esa jornada suelen estar cargados por las emociones familiares relativas a la crisis previa y a las situaciones traumáticas y el recuerdo de los años posteriores. Todo eso dificulta la construcción de una narración. “Generalmente, los adultos nos complicamos más de la cuenta para hablar sobre cualquier contenido alto en emocionalidad, y nos enredamos buscando argumentos que dificultan la comprensión en vez de facilitarla”, detalla la psicóloga clínica infantil Claudia Estay.
“Estos enredos provienen de nuestra propia historia y creencias, por lo tanto para sobrellevarlos tenemos que ponernos en los zapatos de los niños y atender a la manera en que ellos comprenden y procesan el relato. ¿Cómo es eso? Tal cual como es la infancia: transparente y libre de juicios”.
“En cada familia hay una memoria acerca del Golpe de Estado”, detalla Laura Valledor, doctora en Ciencias de la Educación, profesora de Historia y académica de pedagogía en la Universidad Católica. “Para un niño o niña de 10 años, la fuente directa para conocer esa memoria son los abuelos, ya que probablemente sus padres eran muy pequeños o todavía no habían nacido. Es bueno que los abuelos les cuenten qué estaban haciendo el día que ocurrió el Golpe de Estado y la forma en que cambió la vida de sus familias”.
A Maite Baeza (37), la historia de lo ocurrido le llegó por el relato de su abuela materna, quien en 1973 trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, justo al frente de La Moneda. Ella presenció los primeros enfrentamientos en el edificio estatal hasta que logró salir pasadas las diez de la mañana.
La mujer era un caso especial: no militó en ningún partido de izquierda —de hecho, aunque se declaraba independiente, se definía como “alessandrista”— y fue muy crítica del gobierno de la UP. Por ello, a su nieta le habló de la escasez de alimentos, los malabares para conseguir carne con familiares en el sur y las armas que, afirma, vio ocultas en las dependencias de la secretaría de Estado. “A ella le tocó ver cómo le pegaban a personas en la fila del pan, tuvo que hacer cola para comprar pasta de dientes y pasar diferentes necesidades”, relata Maite. Para su abuela, el Golpe liderado por los militares fue definitivamente necesario.
Hace unos años, a Maite le tocó ayudar a su hija adolescente a repasar el contenido en la educación media. “Lo estudiamos juntas y le transmití lo que me comentó mi abuela; cómo se vivía con filas enormes, falta de comida, incertidumbre. ¿Cómo reaccionó? Le sorprendió que en este país haya ocurrido un choque de ideologías tan fuerte, como para después dejar tanto sufrimiento también durante la dictadura”, señala.
En el caso de Nicolás Soto (25), sus padres, que por entonces tenían quince años, aún no se conocían y vivieron el día del Golpe en diferentes regiones del país. La narración le llegó, precisamente, el día en que le pasaron el contenido en la sala de clases, en sexto básico. Esa tarde, de vuelta a su casa, la madre le relató su historia.
“Me contó que mi abuelo trabajaba de noche en la textil Yarur. Ese día tuvo muchos problemas para llegar a la casa, caminó desde allí al paradero 9 de Santa Rosa, un recorrido que a pie toma casi una hora, pero llegó sin novedad”. Su tío era de izquierda, pertenecía a un grupo que organizaba ollas comunes en la población João Goulart, por lo que tuvo en vilo a su familia varios días. Por varias noches no supieron de él. Finalmente, apareció. “Al año siguiente se fue a vivir a Argentina, donde falleció en un accidente laboral al poco tiempo”, agrega.
Esa misma noche, Nicolás le preguntó a su padre por el 11. En su caso, él vivía en Coronel, una zona minera, con una histórica presencia de la izquierda. Recuerda que se lo contó con mucha calma y naturalidad. Le detalló la crisis, el desabastecimiento y las dificultades que se vivían por entonces. “Me contó que estaba jugando fútbol, en una cancha donde actualmente está el estadio de Lota Schwager. Llegaron los militares y los echaron. En la noche les apedrearon su casa, porque habían puesto una bandera en señal de que se habían terminado todos los problemas. Tuvieron que llamar a carabineros para que los protegieran”.
La historia como un cuento
“Papá, si todos pensaran como yo, el mundo sería muy bacán”. Cuando escuchó a su hijo, de entonces nueve años, Ricardo González, ingeniero informático y dueño de la empresa de tecnología kloverDevs, se sorprendió. El niño estaba molesto con sus compañeros de colegio. “Estaba enojado de que no pensaran como él, que no les gustaran las mismas cosas y no le entendieran sus gustos. Entonces empezamos a conversar acerca de los peligros de querer que todos piensen igual”, cuenta.
En eso estaban, cuando pasaron frente a La Moneda.
“Le dije que me acompañara y caminamos hasta la estatua de Allende en la Plaza de la Constitución. Le expliqué que el señor fue un presidente de Chile, elegido por los trabajadores, quienes creyeron que él y sus ideas les ayudarían a mejorar su calidad de vida”. Mientras, el niño no sacaba la vista de los gruesos bigotes y los anteojos de bronce de la figura del exmandatario.
“Pero también le conté que había gente contraria a él, que creía que si los trabajadores mejoraban su vida ellos iban a dejar de tener lo que tenían. Entonces el Ejército, liderado por un general llamado Pinochet, derrocó al Presidente. Esa gente instaló un gobierno que nosotros llamamos Dictadura, donde una persona, o unas pocas personas, le imponen a otros su forma de actuar”.
El chico lo miró a los ojos, muy atento. Ricardo entonces le preguntó: "¿Te das cuenta por qué no puedes tratar de hacer que las otras personas piensen como tú?".
Al momento de explicar a niños acontecimientos como el del 11 de septiembre, como lo hizo Ricardo con su hijo, los expertos detallan que hay que tener ciertas consideraciones. Para Isaac Calvo, es necesario hacer precisiones. “Hay que tener en cuenta que ciertos conceptos, como gobierno y Estado, son difíciles de diferenciar, lo que complejiza el tema. Pero tampoco se debe caer en lo simplista, y menos dejarlo solo en lo de los bandos políticos. Eso sí, hay que tener en claro que esto está abierto a discusiones, y un error sería no hacerse cargo de eso. Entonces, partiría diciendo que es un tema complicado, dejando en claro que hay muchas miradas, y eso tiene que ver con que hay muchos testigos de la época que están vivos, por eso todos tienen versiones distintas”, explica.
“Yo creo que es fundamental partir hablando acerca de lo que el niño o la niña ve en su realidad actual”, explica Laura Valledor. “Por ejemplo, para los niños de 10 años, hoy es ‘obvio’ que en Chile elegimos al Presidente de la República mediante los votos, ya que ellos nacieron en democracia y tienen conciencia de que cada cierto tiempo hay elecciones. Sería bueno preguntarle a los niños si creen que eso ha sido siempre así y, después de eso, contarles que en Chile hubo un momento en que eso no sucedía”.
Para la psicóloga Claudia Estay, la forma también es importante. “Para hacer la historia comprensible, hay que adecuarse a la capacidad de comprensión lingüística del niño, utilizando un lenguaje simple, concreto. No utilizar palabras rebuscadas; pensar en la historia como un cuento, mejor si podemos apoyarnos en dibujos que acompañen el relato. Para explicar aquello que se nos pueda complicar podemos hacer uso de metáforas que faciliten la comprensión”, afirma.
Por ello es importante, en el caso de los niños, evitar elementos que hagan más difícil la narración, como por ejemplo las referencias al contexto internacional. “Yo no mencionaría la Guerra Fría, porque esa explicación se refiere a una coyuntura que puede ser más compleja de asimilar. Sí abordaría el proyecto de la UP en palabras súper simples: qué transformaciones quería, a quiénes representaba, y las trabas con las que se enfrentó. También la polarización política, el enfrentamiento callejero y que la violencia fue usada por diversos grupos políticos. Y sobre todo, la dificultad del diálogo. Por supuesto tratar de ser lo más amplio posible y de que existen lecturas distintas”, sostiene.
Respecto a los recuerdos más dolorosos, o que implican la pérdida de seres queridos, los expertos recomiendan hablarlo con naturalidad. “Es importante que los niños sepan que hubo muertos, exiliados o desaparecidos”, explica Laura Valledor. “Los detalles de la forma en que tuvo lugar esa pérdida pueden irse conversando con el tiempo, pero los niños deben comprender que cuando la democracia se rompe, los derechos de las personas son atropellados y eso trae consigo dolor”.
“Los niños comprenden todo y su capacidad de contactar con la fantasía les ayuda a acomodar las experiencias para integrarlas con mayor facilidad, por lo que no hay que tener miedo”, explica Claudia Estay. “Lo más probable es que existan muchas menos preguntas de las que imaginamos, y que si la historia resulta interesante y valiosa para ellos, pidan que le sea contada una y otra vez. De esta manera ellos pueden ir, en su ritmo, integrando y comprendiendo cada detalle de las experiencias importantes de su vida”, remata.
Hay consenso de que es un asunto que sí es necesario tratar en algún momento. “Es indudable que se trata de un tema muy importante de hablar con adolescentes, por la importancia que tiene en su formación como ciudadanos que están a punto de salir del colegio, a un mundo en el que podrán y tendrán que tomar decisiones acerca de la forma en que quieren participar en su sociedad”, explica Valledor.
Para Estay, gran parte de la dificultad radica no solo en la historia en sí, sino también en otro punto: lo complejo que resulta hablar desde la emoción. “Es importante tener claro lo que queremos expresar y decir la verdad. Podemos por supuesto hablar sobre las emociones. La expresión de ellas sigue siendo un tabú en nuestra cultura y es necesario que los niños sepan que las emociones no tienen nada de malo y que expresarlas es un camino para sanar”, señala.
Para Renato, la experiencia vivida en su hogar le marcó. Hoy, consultado cómo lo haría si le tocara relatar el Golpe a un hijo, teniendo en cuenta las posiciones opuestas con las que creció, afirma: “Yo creo que le voy a enseñar las cosas lo más objetivas posibles: hubo crisis económica, hubo errores políticos de ambos lados, hubo muerte, hubo tortura. Igual es ‘bueno’, por un lado, ser de una generación que no vivió directamente el tema (o no tan directamente), y que puede tratar de abstraerse del dolor o de la rabia y hablar con la mayor objetividad posible. Aunque cueste”.