Si de algo sirvió la pandemia fue para conversar cada vez más de salud mental: el encierro, la enfermedad y las lamentables muertes propiciaron nuevos espacios para profundizar un poco más sobre la depresión, la ansiedad, el estrés e incluso las crisis de pánico.
Cerca del 5% de la población chilena ha sufrido una de ellas, según detalla un artículo de Clínica Dávila. “Suelen presentarse como una angustia súbita, sin ninguna señal o aviso, lo que aumenta el temor de volver a sufrirlo”, describen en la publicación. Las crisis de pánico suelen ser experiencias aterradoras, que pueden afectar profundamente la vida diaria de quienes las experimentan. Un torbellino emocional donde el control parece perderse, y cada latido del corazón resuena en el miedo que te inunda. Aunque se acaban, y no siempre duran demasiado, la idea de que se repita puede convertirse en una preocupación constante que afecta terriblemente la calidad de vida.
Flora de la Barra, psiquiatra infanto-juvenil y académica del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental (Oriente) de la Universidad de Chile, explica que el término “crisis de pánico” se usa coloquial y ampliamente para nombrar cualquier reacción de ansiedad. “Pero un verdadero ataque de pánico ocurre cuando se experimentan síntomas físicos súbitos e intensos”, dice, tales como:
- Corazón acelerado
- Sudoración
- Temblores
- Mareos
- Dificultad para respirar
- Náuseas
“Puedes creer que tienes un ataque al corazón, que te estás muriendo o volviendo loco”, comenta. Esto se debe por “la activación del sistema de alarma del cuerpo, que está destinado a manejar una amenaza real, pero que en el caso de una crisis de pánico se enciende sin existir esta emergencia”. Por lo general, alcanza su intensidad máxima a los 10 minutos, y va disminuyendo después de media hora.
“Los ataques de pánico se describen como un episodio de inicio brusco”, agrega Caterina Pesce, psiquiatra infanto juvenil de la Red de Salud UC CHRISTUS, y pueden aparecer como una reacción a la ansiedad del momento o simplemente de la nada. “Rápidamente, en una cosa de minutos, se puede llegar al peak de los síntomas”, señala.
Según el Hospital de Niños de Seattle, estos ataques ocurren entre el 1 o 2% de las personas a nivel mundial. Entre los factores de riesgo figura la genética, puesto a que si alguno de los padres tiene este problema, hay una probabilidad de que pueda expresarse también en su descendencia.
De la crisis al trastorno de pánico
“Una crisis de pánico se transforma en un trastorno de pánico cuando los episodios se repiten y la persona tiene tanto miedo de tener otro ataque que comienza a evitar lugares o situaciones que asocia con sus crisis”, asegura De la Barra. SLa incomodidad física y emocional que acompaña a estos episodios puede asimismo generar una sensación de aislamiento y desesperanza.
Un detalle importante que destacan las profesionales es que las niñas y niños, cuando son pequeños, pueden tener episodios de miedo o nerviosismo. Sin embargo, el verdadero trastorno de pánico habitualmente no aparece hasta la adolescencia. “Otros trastornos de ansiedad son más frecuentes a edades más tempranas, dependiendo de la edad del niño, como la angustia de separación, fobias o angustia generalizada”, destaca la académica de la Universidad de Chile.
¿Cómo diferenciar?
Algo común es confundir un ataque o expresión de rabia con una crisis de pánico. Ambos son escenarios distintos, porque los estímulos desencadenantes son diferentes. “La rabia generalmente está precedida de frustración; el trastorno de pánico, en tanto, por nerviosismo y miedo”, aclara De la Barra.
Por otro lado, los factores de riesgo aumentan la posibilidad de presentar el síntoma y se pueden observar desde temprana edad en los niños. “El temperamento inhibido/ansioso tiene más predisposición a sufrir trastorno de pánico”, detalla la psiquiatra infanta-juvenil de la U. de Chile. También influyen los modelos que observa el niño en su familia y en el colegio, ya sea el temor constante o enfrentar los problemas a través de la rabia.
“Los síntomas físicos y la expresión facial también son diferentes entre la rabia y el pánico”, dice. “En el primero hay descontrol y agresividad, mientras que en el segundo predomina el terror”. Pesce añade que, en un arrebato de rabia, “no aparece esta sintomatología física tan aguda ni una sensación de pérdida de control”. A diferencia de una crisis de pánico.
¿Qué hacer y cómo ayudar?
En caso de presenciar una crisis de pánico en tu hija o hijo por primera vez, el llamado que hace De la Barra es a intentar calmar y ver cómo reacciona a esta contención. “Apenas se sienta mejor, conviene acompañar para enfrentar e identificar la situación que la provocó”, aconseja. “Siempre es importante estar ahí, centrarse en la respiración, por ejemplo, y contener verbalmente”, complementa Pesce.
Si se repiten y afectan su vida normal —al evitar situaciones cotidianas por miedo a tener una crisis—, se debe consultar con un pediatra para descartar enfermedades físicas. Una vez que esto esté descartado, se debe consultar con un psiquiatra de niños y adolescentes, “quien estudiará en detalle los síntomas, los desencadenantes, las reacciones de los adultos, otros miedos y otros diagnósticos psiquiátricos —como algún estrés post traumático—, por lo que revisará la historia familiar de trastornos de ansiedad”, comenta De la Barra.
Asimismo, el o la psiquiatría infantil seguramente trabajará junto a una o un psicólogo, quien deberá efectuar la terapia. “Si hay otro problema de base, como un trastorno de aprendizaje o lenguaje, el psicopedagogo o fonoaudiólogo efectuarán apoyo escolar”, ahonda.
“Es súper importante pedir ayuda profesional, porque probablemente sea necesario el uso de tratamiento farmacológico”, afirma Pesce.
Diagnóstico y tratamiento
Una vez que existe un diagnóstico de trastorno de pánico, el especialista definirá cuál será la vía de tratamiento a seguir. “El más eficaz es una combinación de terapia cognitivo-conductual y medicamentos antidepresivos”, dice De la Barra. Sin embargo, cuando son adolescentes, muchas veces se recomienda inicialmente la terapia cognitivo conductual y solo agregar medicamentos en casos más severos.
“La meta es disminuir el miedo que lleva a los niños a evitar situaciones que les recuerdan los ataques. De esta forma, se le enseñan técnicas para controlar los síntomas físicos, como trabajar en la respiración profunda, para que sientan que pueden controlarlos”, asegura. Una vez que el miedo a los ataques disminuye, estos bajan su frecuencia e intensidad. “Sería el momento de exponerse gradualmente a las situaciones desencadenantes de los ataques”, especifica la profesional.
Algo en lo que pueden apoyar los padres es facilitando espacios en los que el adolescente pueda hablar de sus crisis, angustias y preocupaciones. “Como se trata de un trastorno de ansiedad crónico, muchas veces los padres caen en un ciclo negativo, evitando las situaciones que les dan miedo, lo que sin querer aumenta la ansiedad”, analiza. El objetivo, por el contrario, no es eliminar la ansiedad, sino que “aprender a tolerarla, ya que solo así disminuirá con el tiempo”.
Otro ángulo que pueden abordar los padres del niño o adolescente con estos problemas es enseñar a tomar distancia del miedo. Dependiendo de la edad, “considerar que el miedo es un acosador dentro de su cerebro”, dice De la Barra. El desafío, entonces, es “ayudarlo a entender cómo su miedo está afectando su vida”. Además de esto, en general, sugiere:
- No evitar cosas o situaciones sólo porque causan ansiedad (por ejemplo: dormir en su cama a la edad apropiada).
- Expresar expectativas positivas, aunque siempre realistas (como enfrentar un examen o una situación desafiante)
- Respetar los sentimientos, pero no fortalecer los miedos.
- Hablar de la situación temida, pero poco tiempo antes de enfrentarla. Eso acortará la anticipación ansiosa (como en la previa a una disertación en el colegio).
- Mostrarle un modelo de la forma adecuada en que se maneja la propia ansiedad.
¿Por qué es importante intervenir a través de terapias?
Puede ser que mientras lees este artículo, una voz interna te dice que “en mi época, la gente no era tan sensible y estas cosas se arreglaban de otra forma”. Sin embargo, estamos en otros tiempos, donde los sentimientos y las emociones no se reprimen sino que se expresan. En este caso, tratar los trastornos ansiosos de los niños, niñas y adolescentes es importante, puesto que constituyen un factor de riesgo para desarrollar depresión o trastornos más severos posteriormente en la vida.
“Aprender a reconocer y manejar la ansiedad y los miedos desde pequeños aumentará su capacidad de resiliencia. Es decir, a enfrentar las dificultades de la vida, fortalecerse ante la adversidad y desarrollarse plenamente”, expresa. En cuanto a los adultos responsables, como padres, cuidadores, profesores, profesionales de la salud mental, es relevante que acompañen y guíen al niño o adolescente a superar esta dificultad.