Fototerapia: cómo las imágenes pueden ayudar a tu salud mental
Las fotos tienen el poder de enlazarnos con recuerdos e información que permanecen en el inconsciente. Una vertiente de la psicología y otra del arte abren ese camino, que a través de imágenes —incluso de selfies— ayuda a conseguir la sanación de ciertos males y fomenta el autoconocimiento.
“Las imágenes pueden llegar a lugares a los que la palabra parece no tener acceso”, dice Joanna Galimany. La psicóloga clínica, de 36 años, de orientación psicoanalítica y con licenciatura en Estética, llevaba más de siete años investigando la relación y utilidad de la fotografía en procesos psicoterapéuticos cuando, en 2019, descubrió las técnicas de fototerapia y las de fotografía terapéutica, dos recursos que han permitido redescubrir la imagen como un camino para explorar la mente humana, sus conflictos, y las potenciales soluciones a ellos.
“Fui a un congreso en el que me encontré con que existía todo esto de manera más sistematizada, con profesionales que venían de la psicología, psiquiatría y la fotografía”, comenta Galimany, quien hoy imparte clases de esta materia en distintos establecimientos universitarios y creó el sitio Fototerapeutica.cl, con el que busca dar a conocer su trabajo en torno a ésta.
Tal como la música tiene efectos sobre distintas áreas del cerebro, permitiendo, por ejemplo, el trabajo con pacientes de Alzheimer a través de la musicoterapia, la fotografía tiene también el potencial de estimular zonas cerebrales vinculadas con la memoria, así como penetrar en el inconsciente.
“Se utilizan las fotografías personales del paciente como un catalizador visual para evocar terapéuticamente los recuerdos relevantes, así como información que está contenida en las imágenes de forma inconsciente”, explica Judy Weiser, quien ejerce como directora del Centro de Fototerapia de Vancouver, Canadá.
Galimany explica que la fototerapia —no confundir con el tratamiento aplicado en la dermatología— es una técnica más dentro de los procesos psicoterapéuticos, pero que permite apoyar a pacientes que tienen dificultades para conectar o verbalizar algunas emociones.
“Por ejemplo, cuando hay cosas muy difíciles de hablar o cuando el camino entre lo que siento y la expresión verbal está cortado. La fotografía tiene el potencial y capacidad de ayudar a la persona a restablecer ese camino y poder conectar eso que parecía separado, que no lograba integrar o expresar”.
El trabajo terapéutico con fotografías puede además permitir que afloren ciertas emociones y/o recuerdos que yacen en el inconsciente y que los o las pacientes desconocían. “Las fotos sirven como un gatillante para que esas emociones puedan salir pero de una manera amable, amortiguada”, dice la psicóloga. Algo relevante ya que concientizar aquello que permanece dormido sin los cuidados necesarios puede generar un daño mayor al existente.
“Todos tenemos traumas que siempre nos acompañan, grandes o chicos, y es súper favorable trabajarlos. La fotografía produce que esas cosas surjan en menor tiempo de terapia y no de una manera chocante para la persona”, afirma Galimany.
Las diferencias
En 2015, la fotógrafa Zaida González (44) se vio enfrentada a una serie de problemas que la mantuvieron en crisis durante un período más largo del que hubiera querido. Entre otras cosas, su madre enfermó y al poco tiempo, falleció.
“Me di cuenta de que cuando se está en conflicto y se pasa por momentos complicados, de alto estrés, las imágenes suelen verse un poco difusas. Entonces, comencé a fotografiar con el celular distintos momentos, lugares por donde me movía, cosas que veía o que pasaban, asuntos importantes, pero que sentía se podían esfumar en cualquier momento”.
De ese ejercicio surgió el libro Ni lágrimas ni culpa, una historia íntima en imágenes, en el que convergen personas de su pasado, emociones, sentimientos y recuerdos. Parte fundamental de la obra es el material de archivo que utilizó. Ese que perteneció a su madre y al que, de joven, González no prestó mayor interés. “Cuando murió mi mamá, entendí la importancia de todo ese material que los viejos tienen en cajas. Son tesoros que hablan de la memoria de uno”.
Desde entonces, el interés de González por los archivos fotográficos íntimos creció. Y desde el 2016 la fotógrafa comparte su experiencia y conocimientos en talleres autobiográficos, a los que generalmente asisten grupos de mujeres, disidencias sexuales o adultos mayores, a quienes invita a hacer sus fotografías y trabajar su archivo personal de fotos.
“No hay método científico, más bien se trabaja desde lo íntimo y lo emotivo, explorando los sentimientos y pesares que arrastran las personas al tener que indagar en sus propios archivos del recuerdo”, explica la profesional que, entre otras cosas, da clases en el Instituto Profesional Arcos.
Para ella, la fotografía permite dar a conocer sus sentimientos a personas que no se pueden expresar mucho con las palabras. Más importante que la técnica es “lo que sientes a partir de lo que ves en la imagen”. Es la fotografía poética la que interesa en sus talleres: paisajes personales que provoquen alegría, tristeza, melancolía; o el autorretrato sin filtros, en el que no haya influencia de terceros y que sea lo más honesto posible.
A eso, que parece a contracorriente de las selfies, lo llama “el autorretrato penitenciario”. “A nadie le gusta salir mal en las fotos, pero esto sirve para liberar los pudores, enfrentarnos a la cámara y luego compartirlo con los demás”, afirma. En ese sentido, el tipo de cámara que se utilice da igual: análoga, digital o la del propio celular. Asimismo, se trabaja en imágenes de archivo, ya sea digitalizando antiguas o coloreando manualmente las viejas en blanco y negro.
Según Joanna Galimany, el trabajo que realiza Zaida González califica dentro de las técnicas de fotografía terapéutica, que a diferencia de la fototerapia, se pueden dar fuera del contexto clínico y “no tienen un fin terapéutico, sino un efecto terapéutico”. Algo que se puede dilucidar de los objetivos trazados por la fotógrafa: “Tienen que ver con soltar los pudores, empatizar desde la imagen, y no angustiarse por las experiencias vividas. Aquí se da un espacio de intimidad, respeto y consideración, sobre todo cuando trabajamos en grupo: ahí sentimos que no estamos solos, que hay otras personas que han vivido lo mismo, han sufrido lo mismo o han querido de esta misma manera”. González aclara que “no es que esto te vaya a sanar, porque para eso se necesita una terapia psicológica, pero sí ayuda a explorar, a exteriorizar y te liberas un poco”.
Las palabras de Judy Weiser permiten remarcar las diferencias entre las técnicas de fototerapia y las técnicas de fotografía terapéutica. Según la psicóloga canadiense, los terapéutas utilizan las técnicas de fototerapia para “ayudar a sus pacientes que necesitan ayuda con sus problemas”, activando y procesando estas experiencias. En tanto, las personas que usan las técnicas de fotografía terapéutica lo hacen para “su propio proceso de autodescubrimiento” o “con propósitos artísticos”. Esto —como expuso Galimany— frecuentemente termina siendo terapéutico en sí mismo, “especialmente cuando se usa la cámara fotográfica como agente de cambio personal o social”.
Fototerapia, ¿para quién?
“Las imágenes son mucho más cercanas para nuestro inconsciente que las palabras”, explica Galimany. “El lenguaje verbal viene después, lo aprendemos más tarde. Las imágenes, en cambio, tienen una cercanía más grande y más antigua con nuestro aparato psíquico”. Como ella suele decir, donde la palabra no entra o no sale, la fotografía llega y puede ayudar a inducir la palabra a ese lugar que antes le era inalcanzable”.
Pero, ¿en qué casos es más apropiado trabajar desde las técnicas de la fototerapia?
Judy Weiser afirma que estas técnicas pueden ser particularmente exitosas en personas para las cuales la comunicación verbal está “física o mentalmente limitada”, así como para quienes son socioculturalmente marginados o se ven desplazados por no comprender las señales no verbales. La fototerapia, además, puede ser “muy enriquecedora” desde el punto de vista social, en trabajos con grupos multiculturales, personas con discapacidades, necesidades especiales y otros segmentos poblacionales similarmente complejos. También representa potenciales beneficios en el entrenamiento sobre diversidad, resolución de conflictos, mediación sobre divorcio, y otros campos relacionados.
Galimany asegura que a quienes sufren de trastornos psicosomáticos, “que les suceden muchas cosas pero no tienen registro de las emociones, porque las evaden ya sea comiendo, fumando mucho, o metiéndose a las redes sociales por horas para no saber nada de los problemas que les afectan; las técnicas de fototerapia pueden ayudarles a conectar ese camino”. Asimismo, personas con patologías o cuadros que constituyen algún tipo de diagnóstico psiquiátrico, como las adicciones, la alexitimia, casos de obesidad y/o trastornos alimentarios, suelen tener una buena respuesta en el trabajo terapéutico con fotografías.
Quienes también se pueden ver beneficiados con este tipo de recursos son los adolescentes. “Cuando ocurre esta revolución a nivel físico, psíquico, mental y no tienen la experiencia suficiente para expresar todo lo que les sucede, entonces aparece la impulsividad, la toma de mayores riesgos, etc. Cosas que son normales de la edad pero que, a veces, necesitan de apoyo. Ahí, la fotografía es súper útil”, apunta la psicóloga clínica.
A diferencia de lo que ocurre en las técnicas de fotografía terapéutica, en las de fototerapia no sirve cualquier foto. Weiser plantea cinco alternativas básicas de las que se pueden desprender una “infinidad” de opciones más y que además se pueden combinar en su uso con otros recursos de terapias expresivas, como el arte terapia o la dramaterapia.
En general, las imágenes validadas son las fotos del paciente tomadas por otras personas —posadas o espontáneas—, fotos tomadas por el propio paciente, autorretratos —hechos bajo el total control de la persona— y fotos familiares autobiográficas, ya sea de la familia de origen o de la “elegida”, y que suelen estar guardadas en álbumes o de forma independiente en algún espacio personal. La quinta posibilidad son las fotoproyectivas, que elabora el paciente durante un proceso determinado, que permite ver las diferentes interpretaciones que se puede dar de una imagen impulsadas de forma selectiva, personal e inconsciente.
Otros autores, como el fotógrafo y psiquiatra estadounidense Joel Walker, proponen sus propios modelos de trabajo, con fotografías estandarizadas, los cuales pueden ser utilizados en cualquier tipo de terapia psicológica. Sin embargo, existen técnicas específicas, como el fotolenguaje, que posee sus propias reglas y sólo puede ser utilizado en el contexto del psicoanálisis.
Como sea, es probable que el uso de la fotografía, tanto en el campo clínico como artístico, con fines o efectos terapéuticos, se extienda con mayor velocidad en el corto plazo. Como dice Weiser, porque la imagen fotográfica es “una forma de autorretrato”, “un espejo con memoria”, que puede ayudar a procesos tan complejos como descubrir quién es uno mismo.
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