Generación anti-age: de dónde viene y cómo enfrentar el miedo a la adultez
Un detalle evolutivo hace que naturalmente tengamos temor a envejecer, pero el rechazo que siente la juventud actual a hacerse adulto tiene un origen cultural. Para combatirlo, conviene identificar los beneficios de crecer y asumir responsabilidades.
Hay una canción de Placebo —un grupo que hace no tanto tiempo era un ícono alternativo juvenil pero que hoy es un clásico boomer— y se titula “This Picture”. Lo primero es relativizar el “hace no tanto tiempo”, porque el tema en cuestión tiene 18 adolescentes años. Lo segundo es la interpretación de la letra, que para muchas personas se refiere al duelo que significa dejar atrás la juventud y el miedo que provoca la adultez.
Con intensa vulnerabilidad, el coro de la canción habla sobre lo desgastante que puede ser el miedo a hacerse mayor.
La vida humana consta de seis etapas: infancia, niñez, adolescencia, juventud, adultez y ancianidad. De todas ellas, la más larga, en la que vivimos la mayor parte de nuestra existencia, es la adultez. Por ende, llegar bien preparados parece una buena idea.
Durante la transición de la niñez a la adolescencia, nuestro cerebro vive una verdadera mutación. Así lo ha explicado Rafael Guerrero, psicólogo infantil y doctor en Educación. “El cerebro adolescente es como un celular al que le ha llegado una notificación por la que debe ser actualizado”. ¿Ocurre parecido en el paso de la juventud a la adultez?
Lillian Pérez, neuropsicóloga especialista en neurociencia cognitiva, explica que si bien esta transición no es tan evidente, “el cerebro está en constante cambio”. Si durante la adolescencia el cerebro se va llenando de aprendizaje, en la edad adulta lo que hace es empezar a usar lo aprendido con mayor manejo. “Aquí es cuando surgen las funciones ejecutivas y organizacionales”, precisa.
Siguiendo la analogía del celular, si durante la adolescencia el cerebro se está “actualizando para tener nuevas funciones”, en el paso a la adultez se entra en un “modo de ahorro energético”. Según Pérez, que es académica de la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso, el cerebro adulto “busca ser más automático y eficiente”.
Aparte de la nostalgia romántica y poética que puede producir la transición de la juventud a la adultez, también hay un factor evolutivo que lo espolvorea de ansiedad. El psicólogo clínico y escritor Robert W. Firestone habla sobre esto en un ensayo para Psychology Today y lo describe como “la amenaza de sentir la soledad de ser uno”.
Sugiere que al convertirnos en adultos nos volvemos conscientes de algunos dolorosos problemas existenciales, como la muerte y las incertidumbres. A eso se suma el verse diferente o alejado del grupo familiar. “Esto se relaciona a la memoria evolutiva, a la amenaza que significaba ser separado de la tribu. En términos emocionales, eso es el equivalente a ser abandonado a la muerte”.
Crecer no es comprar
Pérez opina que no existe una condicionante biológica que provoque el rechazo a crecer. “Es algo natural y, como tal, está incorporado en nuestro desarrollo. Si yo pienso que la etapa anterior era mejor que la actual, es porque hay un conflicto donde prevalece la fantasía de que dejé algo mejor detrás en vez de poner el acento en las cosas que puedo lograr”.
Aunque reconoce que puede existir una ansiedad cuando tomamos consciencia de que se pasa al “segundo tiempo” de la vida, el miedo o la reticencia a la adultez está condicionado por la cultura. “La sociedad va marcando las pautas de qué considerar negativo o positivo. Si el camino natural a la adultez duele, tiene que ver con temores propios e instaurados por la cultura. En mi opinión, cuanto más neoliberal o fundamentada en lo productivo sea la sociedad, más profundo es este temor a ser adulto”.
Si de jóvenes vemos al mundo adulto como uno sobrecargado de responsabilidades, donde la vida se va entre pagar deudas, sueldos que no alcanzan, miedo a la precariedad económica y angustia por la competencia, es lógico que este rechazo o miedo a la adultez se convierta en algo “natural”.
“Tiene que ver con lo que uno ve y escucha: si vemos padres y madres extenuados y deprimidos, nadie va querer ser eso, ni mucho menos tener hijos”, dice.
Además de la política, si hay un engranaje que sabe identificar y explotar nuestros miedos más profundos, ese es la publicidad. Si por un lado el ecosistema hace ver la adultez de forma gris y amenazante, por el otro, a través de anuncios, campañas y comerciales, exprime hasta la última gota de ese rechazo.
“El hedonismo está instalado en toda la cultura neoliberal, donde todo se trata de pasarlo bien y disfrutar a costa de cualquiera. Da todo lo mismo mientras genere placer, y ese placer generalmente está asociado al consumo”, explica Pérez.
“Ser adulto no es tan divertido muchas veces, hay cosas que tienes que hacer y cosas que quieres hacer y no puedes”, decía en 2003 el escritor y ensayista David Foster Wallace, autor de La Broma Infinita, entre otras novelas. “La gente joven recibe mensajes mixtos respecto a esto de parte de la cultura. Hay una moral que promueve los valores de ser un adulto responsable y formar una familia, pero también que tienes que satisfacer tus apetitos y hacer lo que quieras. Para las corporaciones, decir que tienes que pasarlo bien todo el tiempo es la mejor forma de venderte cosas”.
Generación anti-age
En 2018, un reporte de la Royal Society for Public Health del Reino Unido arrojó que las y los mileniales tienen sentimientos especialmente pesimistas respecto a envejecer. Que lo ven como un “empinado declive” y “asumiendo que la demencia y la soledad son inevitables”.
En ese mismo informe, la institución británica hizo un llamado a la industria de la belleza a dejar de utilizar el concepto anti-aging —o anti envejecimiento— en sus productos, por implantar así la idea de que sumar edad es algo que hay que intentar evitar o frenar a toda costa.
Esta preocupación también ha sido tomada con bastante seriedad por la ciencia. Uno de los profesionales más destacados en esta área es el australiano David Sinclair, que ha dicho sin rodeos que “el envejecimiento es una enfermedad”.
Sinclair es profesor de genética y codirector del centro Paul F. Glenn, departamento dedicado a la investigación del envejecimiento en la Facultad de Medicina de la U. de Harvard. Además de genetista es un autor superventas, calificado por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo.
“Una enfermedad es un proceso que ocurre a lo largo del tiempo y resulta en discapacidad o la muerte. Enfermarse es lo mismo que envejecer, la única diferencia es que le ocurre a menos de la mitad de la población. El hecho de que la vejez sea algo común y natural no lo hace aceptable. Estamos demostrando que es tratable, que puede ralentizarse y evitar que suceda”, aseguró en entrevista con la BBC.
En medio de la discusión científica respecto a si el envejecimiento es un proceso natural o una enfermedad, ha surgido un nuevo fenómeno. A los trastornos de ansiedad y deseos de hacerse cirugías plásticas que la vida pos-Instagram está percutando en las nuevas generaciones, se suma un nuevo fenómeno: la midorexia, que significa un miedo descontrolado al paso de los años.
“Es un término que puede verse desde tres ángulos diferentes: un miedo a envejecer; una obsesión con lo estético; y/o una personalidad inmadura y extrovertida”, ha dicho a Infobae el psiquiatra José Domínguez, especialista en Trastornos de Personalidad.
“Hace unos años, era un concepto creado por la prensa británica, pero hoy es un tema del que se habla en muchos países del mundo y genera preocupación”, reconoce.
Lillian Pérez, que también es directora nacional del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de Chile, cree que estos fenómenos están inducidos. Comenta que el trato que la sociedad da a los adultos mayores en Occidente hace que ocultar y retrasar los signos de la edad, sobre todo en las mujeres, sea “un asunto de supervivencia”.
Por otro lado, agrega que las y los jóvenes están siendo criados por padres y madres exhaustas, de forma aislada y donde conocen más al influencer de turno que a sus propios familiares. “Cuando se alteran ciertos aspectos naturales de la vida, como lo colectivo y lo gregario, hay una sensación de pérdida y duelo”. Esto, señala, resulta clave a la hora de ingresar al mundo adulto de manera poco adecuada.
La idea es compartida por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro “La desaparición de los rituales”. Allí plantea que: “Los rituales se pueden definir como técnicas simbólicas de instalación en un hogar. Transforman el estar en el mundo en un estar en casa. Hacen del mundo un lugar fiable (...) Al tiempo le falta hoy un armazón firme. No es una casa, sino un flujo inconsistente. El tiempo que se precipita sin interrupción no es habitable”.
Cuestión de tiempo
“Hay un tema con las responsabilidades”, dice Pérez respecto a uno de los principales pánicos que provoca la adultez. “Es recomendable constatar que más responsabilidades significan más autonomía. Ser adulto, finalmente, es ganar grados de libertad”. No solo en poder adquisitivo o movimiento, sino que también en no depender de cosas que en la juventud son imperantes, como la validación externa. O como lo planteó la escritora Virginia Woolf, “crecer es perder algunas ilusiones a cambio de otras”.
Pérez sugiere que para hacer una mudanza armónica hacia la adultez se debe “reconocer la realidad en la que uno se para. Tu edad y tus vivencias son parte de tu identidad, si no reconoces eso, no te estás reconociendo a ti mismo y entonces vives en un caos”.
“La cultura hedonista exacerba la juventud y propone como pérdida el paso a otras etapas. Pero no hay que dejarse engañar, porque tiene cosas buenas: hay mayor eficiencia, se es más práctico, hay un poco de sabiduría. Es importante valorar esas pequeñas cosas”, dice.
Otra recomendación viene de un poco más atrás en la línea de tiempo, específicamente de los años 50, cuando el psiquiatra Murray Bowen estaba diseñando lo que luego vendría a ser la terapia sistémica y familiar. En ese entonces descubrió una de las mayores gracias de la adultez, de la cual se puede sacar partido.
“En la edad adulta se es capaz de distinguir entre el proceso emocional y el intelectual”, concluyó, “por ende se tiene la habilidad de elegir una vida guiada por los sentimientos o por los pensamientos”.
Otros aspectos positivos de la etapa adulta, o del “auténtico adulto”, como enumera el psicólogo Robert Firestone, son los siguientes: la capacidad de formular y perseguir metas, la asertividad y el potencial de generar relaciones equilibradas en consideración y reciprocidad.
Finalmente, en su viralizada charla TED, el metalero y activista por la salud mental Johnny Crowder aporta un interesante mensaje respecto a cómo enfrentar la vida adulta de manera más armónica. Citando a la Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos, dice que un adulto tiene hasta 60 mil pensamientos en un día, de los cuales 48 mil son negativos. “O sea que el optimismo es el desafío del siglo”, apunta, “porque nuestro cerebro está lleno de ansiedad y estrés y nuestra memoria está llena de recuerdos vergonzosos y culpables”.
Una clave para crecer como persona es “reconocer un patrón negativo integrado en nuestra vida y reemplazarlo por algo que sepas que te hace bien y haz postergado. Solo uno, pero sostenerlo en el tiempo”.
Eso sí se puede hacer con el tiempo. Sostener un hábito, un rito que “haga del tiempo un lugar habitable”, como dice Han. Porque lo que no se puede, por más que trates de aferrarte a una foto vieja, como dice Placebo, es dejar de envejecer.
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