¿Intolerancia a la frustración?: Caminos para sobrellevar un malestar tan duro como necesario
Puede ser algo inhabilitante para la vida cotidiana o, bien, un motor para la creatividad y el desarrollo personal. Tres psicoanalistas nos ayudan a ver en perspectiva a un malestar que marca el ritmo de estos tiempos.
Suena la voz de Mick Jagger repicando en un tono ambiguo, entre aleccionador y burlesco: “You can’t always get what you want” (“No puedes tener siempre lo que quieres”). Lo repite cuantas veces puede, a lo largo de la canción que la legendaria banda The Rolling Stones publicó en 1969, con la misma frase como título. Casi 40 años después, la revista Rolling Stone declaró a este tema como el centésimo más grande de la historia.
Parece irónico que sea Jagger quien lo diga. Para la época en que cantaba esta canción por primera vez, el británico era el epítome del cliché “sexo, drogas y rock and roll”. En la actualidad, es considerado una de las voces más populares e influyentes de la música del último siglo – y de lo que va de éste–, tiene un patrimonio estimado en 360 millones de dólares, y a sus 78 años sigue activo, girando por el mundo con la banda que fundó en el 62 y, también, en el mercado amoroso, en el que cuenta con dos matrimonios, ocho hijos – de cinco mujeres diferentes. A ello podemos sumar un largo sinfín para justificar la presunción de que el tipo lo ha tenido y tiene todo lo que ha querido. Qué sabrá él de frustraciones, ¿no?
Dejando de lado la vida personal de Jagger – y al hecho de que como cualquier persona, algún malestar habrá pasado–, la frasecita tiene un punto. Éste te puede ser indiferente o, quizá, generar algún tipo de roncha mental. Porque es verdad: no puedes, no podemos, nadie puede, tener siempre lo que quiere. “Obvio”, dirás. Y bueno, si es tan obvio, ¿por qué te frustras cuando las cosas no salen como quieres?
Ahí entramos en otra dimensión: ¿cuán seguido te sientes frustrada o frustrado? ¿Y cómo resulta cuando te sientes así? No es fácil lidiar con la frustración, para nadie: Felipe Matamala, psicoanalista y docente de la Universidad Diego Portales, dice que, en ocasiones, este tipo de episodios puede generar síntomas de depresión o llevarnos a somatizar, o bien, puede que a pesar del mal rato, podemos hacerlo llevadero. Aunque, en ciertas oportunidades, podría darse un “descontrol de impulsos”, generar ira, rabia, enojo y “situaciones muy violentas”. Todo depende de nuestro desarrollo madurativo. Y, en ese sentido, hay quienes tienen menor tolerancia a estos golpes de realidad. El ejemplo más gráfico es la pataleta de un niño… que bien podría ser un adulto.
¿Por qué nos frustramos?
En lo cotidiano, la frustración es la dificultad o hasta, a veces, la imposibilidad de aceptar un “no” como respuesta. Así lo dice Silvia Macri, psicoanalista y miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y Nueva Escuela Lacaniana de Santiago. “Se trata de la incapacidad de soportar los inconvenientes o las adversidades que impiden alcanzar las expectativas”. Para el psicoanálisis, explica, “se trata de la dificultad, tanto de niños como de adultos, de soportar la idea de que hay imposible, de que hay un límite que puede encontrarse en todos los niveles. Desde la imposibilidad de decirlo todo, comprenderlo todo, saberlo todo, verlo todo, comerlo todo, etcétera”. Esa percepción del no, tanto desde el cuerpo propio como del exterior, Freud la llama “castración”.
“Muchas veces el neurótico vive esta imposibilidad como un capricho del otro que quiere privarlo de su goce, de su bienestar, es el otro quien no le da al sujeto lo que quiere o le impide alcanzar sus objetivos. Esta vivencia está al servicio de negar que hay imposible tanto para el otro como para sí”, describe Macri.
Pero nuestra relación con la frustración comienza mucho antes. Básicamente, desde el día cero. “Desde que nacemos, el encuentro con la realidad es algo muy complejo de procesar. Primero, porque no estamos preparados biológicamente, madurativamente, y psíquicamente para afrontarla, y por lo tanto, tenemos que generar las condiciones necesarias para que podamos, precisamente, aprender esa realidad. Y, desde ahí, lo que opera es la condición de frustración”, explica Matamala. Desarrollar esas condiciones, dependen de un otro. Y el primer tercero, suele ser la figura materna.
Así, vamos desarrollándonos, aprendiendo nuevas formas de abordar la realidad, tanto desde nuestros padres, madres o cuidadores – figuras esenciales en el desarrollo de nuestra madurez y habilidades para soportar la existencia–, el núcleo cercano y la cultura. “Pero siempre con la condición importante de que no vamos a aprenderla toda y, por lo tanto, no podremos controlarla de la manera que queramos – lo que incluye la imposibilidad de satisfacernos de todas las maneras que quisiéramos. Eso genera frustración”, expone Matamala.
Este malestar se puede expresar de diversas maneras. Silvia Macri dice que en los niños, “pueden aparecer llantos, pataletas, gritos que dan cuenta del enojo dirigido al otro, hasta la tristeza o depresión más común en adultos que no es otra cosa que el enojo o la irritación vuelta sobre sí mismo”.
Es en definitiva, una condición que, como sostiene Matamala, “nunca podremos apartar y con la que tendremos que lidiar siempre, como sea”.
Fantasías de ayer y hoy
Una de las tantas interpretaciones que se le ha dado al Quijote de la Mancha, a lo largo de los cuatro siglos de existencia de la obra de Miguel de Cervantes, sostiene que el ingenioso hidalgo no es más que la máxima representación de un idealista, que se ve enfrentado a una realidad que no soporta y, por tanto, fantasea con gigantes, encantadores, ejércitos, que se le oponen.
Las personas funcionamos con ideales que hemos construido desde pequeños, en base a ideas y experiencias que hemos aprendido de nuestros padres, entorno y la propia cultura. Según Matamala, “gran parte de esos ideales se instalan como una suerte de deber dentro de nosotros. Y, de ahí, tratamos o no de ponerlos en juego en la realidad”. Esa obligación moral con uno mismo es una presión que, si no logramos concretar, puede generarnos la sensación de frustración. Es entonces, cuando nos vestimos de Quijotes y buscamos una salida en la fantasía.
“Las fantasías, tanto en la infancia, la adolescencia y la adultez, son formas de relacionarnos con la frustración y las imposibilidades que tenemos de comprender la realidad. El fantaseo puede alivianarnos la vida, ayudarnos a generar pensamiento y, en algunos casos, a concretar algo en la realidad”, afirma el psicoanalista. El problema es cuando no sabemos diferenciar fantasía de realidad. “Cuando eso se transforma en algo regular, podemos quedar atrapados en ella, apartarnos de los demás, de la realidad y de vivir el presente”, advierte el psicoanalista.
Depresión, ansiedad y otros síntomas de la época
La psicoanalista y escritora Constanza Michelson afirma que el primer acto cultural del ser humano es la renuncia a lo inmediato. “De eso se trata lo humano a diferencia de lo animal. Porque, en el fondo, la humanización tiene que ver con los ritmos que implican la presencia y la ausencia, en primer lugar, de quien nos alimenta. Ese ser, llámese mamá o no, no siempre está. Es el primer acto de separación al estar en la cultura”. Hacernos conscientes de la muerte del otro y, luego, de nosotros mismos, da lugar a la frustración.
Para Michelson se trata de algo netamente cultural, que se basa en nuestra relación con lo inmediato y las mediaciones, entendiendo estas últimas, como “la espera a ciertas cosas que no son inmediatas”. Primero está entender la ausencia de la figura materna – “la herida fundamental del ser humano”, según la psicoanalista–, después aceptar que nosotros también nos ausentaremos un día y que el mundo va a seguir girando y teniendo lunes y domingos. “Así de estructural es el asunto”, apunta.
Es, entonces, nuestra capacidad o incapacidad de aceptar la espera la que va moviendo el medidor interno de la frustración. “Cada persona tiene una relación particular con este problema tan estructural que es la renuncia a la satisfacción inmediata”, sostiene Michelson y agrega: “La ansiedad es el síntoma, la expresión, de que la espera, la renuncia de lo inmediato, nos cuesta. Es, justamente, un empuje a resolver todo ahora mismo. Es querer todo ya”. Así es como hay personas que, por ejemplo, tienen problemas con las separaciones y no les gusta cuando la pareja sale sola, hay quienes les cuesta estar distante de sus seres queridos, y hay quienes hacen corto circuito porque no les contestan el WhatsApp antes de los cinco minutos.
El problema de esto, dice Michelson, es que la cultura se trata de la espera. “En ella nos pasan cosas más sofisticadas: ya no sólo somos seres que nos da hambre y nos alimentamos, o nos da sed y bebemos, sino que la cuestión se empieza a complejizar y en esas mediaciones descubrimos que es interesante comer con otra persona, y además de comer hablar y coquetear”. Así, entonces, comienza a aparecer el campo del deseo, que según la psicoanalista es, precisamente, el campo de las mediaciones. “Por ejemplo, la lógica de la adicción es lo inmediato: quiero mi objeto, mi narcótico, lo que sea que me anestesia del dolor, ahora”.
La cultura, opina Michelson, se ha empeñado en alimentar la ansiedad y la hiperactividad, haciendo que la espera se transforme en algo cada vez más indeseable. “Ya no debemos esperar hasta cierta estación para comer una fruta. Ahora se dan durante todo el año. Podemos ir más allá de los ciclos naturales de la Tierra”, dice. Lo mismo ocurre en otros ámbitos de la vida: ¿Quieres una relación? Hazte una cuenta en Tinder; ¿quieres escuchar esa canción que te da vueltas en la cabeza? Búscala en Youtube. Está a sólo unos clicks. Y si no conseguimos lo que queremos, viene la ansiedad y la frustración. “Nos volvemos hiperactivos, pasamos de una cosa a otra sin poder tener una especie de responsabilidad ni tiempo para decir ‘esto es lo que realmente quiero’”.
Por todo esto, Michelson cree que estamos en una época de “precarización a nivel psicológico”, en el que la ansiedad, la hiperactividad y la depresión son los principales síntomas. Nos movemos por los impulsos y vamos estrechando lo que en la psicología se conoce como campo mental del pensamiento, una especie de “amortiguador de la realidad” en la que digerimos lo que experimentamos, entre otras cosas, las frustraciones. “Todo se vuelve externo, perdemos la perspectiva, porque sólo vemos el instante, nos olvidamos de la idea de pasado y futuro. Eso es peligroso en la salud mental individual y colectiva, porque es así cómo se inflaman las emociones políticas”.
¿Y a nivel personal? Se puede transformar en algo inhabilitante para la vida cotidiana: “Si te conviertes en alguien que no puede prestar atención y que está todo el tiempo reaccionando desde los impulsos, va a ser difícil que logres cosas, o que puedas relacionarte. Es difícil que alguien te soporte, te ame o que ames y puedas sostener algo. Se pierde la perspectiva y el sentido de la vida. Así se llega a la depresión”, asegura la psicoanalista.
Sujetos precarizados, objetos inteligentes
Para Silvia Macri, las redes sociales, los smartphones y la tecnología de consumo masivo son el mejor ejemplo de la búsqueda de la respuesta inmediata. “Facilita enormemente la vida cotidiana, pero, a la vez, conduce a la también frustración, sobre todo cuando esta respuesta instantánea no aparece”.
La psicoanalista dice que, además, de hacer desaparecer los tiempos de espera, la tecnología “evita el esfuerzo por alcanzar los objetivos” y favorece el placer inmediato. “Hace parecer que todo en la vida es fácil y cómodo, que el encuentro perfecto es posible, que la vida es la que se ve en las fotos bonitas que se suben a las redes, con la consecuente frustración que produce muchas veces el encuentro con la vida que transcurre por fuera de las redes”.
¿Cuál es el riesgo de esto? Según la especialista, es llegar a construir una sociedad de individuos “presos de sus caprichos, que harían que quien no puede satisfacerlos, viva contrariado, deprimido, enojado”.
Motor humano
Bueno y, entonces, si consideramos que la frustración es una carga que debemos llevar por toda la vida, ¿cómo lidiar con ella? Probablemente la respuesta pasa por la maduración psicológica. Si ya se es adulto y se tiene poca tolerancia a la frustración, entonces, trabajar, quizá, con ayuda de una terapia, para fortalecer la mente, de manera que el malestar sea algo llevadero y superable.
De hecho, para Freud, la frustración – y la imposibilidad de aprehender la realidad– es la condición necesaria del motor humano. “Y también la posibilidad de adaptarnos”, dice Felipe Matamala. “Ahí entra la cultura como un remanente importante. Es por medio de la cultura que adquirimos nuevas formas, por así decirlo, de poder manejar la frustración, de adquirir nuevas formas de comportamiento aceptadas por la cultura que, de alguna manera, va a impedir que nuestra forma de desarrollarnos y comunicarnos no sea de una manera desmesurada”.
¿Y las niñas y niños? Dependen, en gran medida, de sus figuras parentales. Por eso, para Constanza Michelson, lo primero es que padres y madres bajen sus niveles de ansiedad y tengan paciencia con sus hijas e hijos. “Que crezcan y se desarrollen requiere tiempo. No se les puede apurar. Y la infancia está llena de crisis existenciales, están llenos de síntomas y hacen neurosis. No es fácil renunciar a los impulsos y ahí están las pataletas. A algunos les cuesta dormir, porque ven que dormir y morir es muy parecido. Entonces, paciencia”.
La importancia de las figuras maternas, paternas y/o cuidadores, tiene que ver con la capacidad de ayudarle al bebé, niño o niña, de lidiar con la sensación de frustración, con la capacidad de espera y de introducir cierto pensamiento. Es decir, de ayudarle a entender que en la realidad una o uno no siempre obtiene lo que quiere – una cosa obvia–, pero que de alguna manera puede haber más vías para obtener otras cosas y sentirse gratificado o gratificada de igual manera. Eso requiere de tener espacios de conversación, de enseñanza y de compartir experiencias en común, de explicar lo que nos pasa como adultos cuando no conseguimos cosas.
Silvia Macri dice que es sumamente importante darles la posibilidad de “comprender que hay cosas que son imposibles pero que hay otras que no lo son, que con tiempo y esfuerzo pueden conseguir muchos de sus objetivos. Que es importante saber esperar, que no todo es fácil y cómodo. Por otro lado, es necesario ayudarlos pero dándoles siempre la posibilidad de resolver sus propios problemas, enseñándoles que siempre pueden pedir ayuda”.
Ya lo dijo el viejo Jagger: “No puedes tener todo lo que quieres, pero sí lo intentas, puede que a veces encuentres lo que necesitas”.
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