Cómo los fans de Taylor Swift rompieron la economía
Los "swifties" tienen los mismos prejuicios mentales que el resto de nosotros, lo que les hace reacios a vender sus entradas, incluso a precios desorbitados.
Taylor Swift cerró el martes el tramo europeo de su gira The Eras Tour en el estadio londinense de Wembley, deleitando a casi 100.000 “swifties”, pero decepcionando a muchos de los que no pudieron conseguirse una entrada. Una de las razones: el fracaso del mercado secundario de entradas. Los swifties tienen los mismos prejuicios mentales que el resto de nosotros, por lo que son reacios a vender, incluso a precios desorbitados.
Los mercados funcionan sobre la base de que la oferta y la demanda fijan un precio. Si hay más demanda que oferta, el precio sube hasta que hay menos gente dispuesta a comprar y más dispuesta a vender. El problema básico es que la mayoría de los swifties no está dispuesta a vender, por lo que el precio se dispara hasta destruir la demanda, superando ampliamente los US$ 1.000 para muchas entradas.
Tengo experiencia de primera mano: mi hijo mayor compró entradas hace meses para llevar a mi esposa (pero no a mí) al último concierto de la gira. Esta semana las entradas cambiaban de manos a más de ocho veces su valor nominal, y ambos coincidieron en que no las comprarían a un precio tan alto.
Dado que no comprarían a este precio, deberían ser, según los supuestos económicos tradicionales, vendedores dispuestos. Pero ambos descartaron la idea de plano, y no sólo porque comerciar con entradas sea más complicado que comerciar con acciones. Probablemente habría algún precio ridículo al que se habrían desprendido de las entradas, pero ni siquiera un beneficio rápido de ocho veces su desembolso en cuestión de meses serviría.
No se trata sólo de las entradas de Taylor Swift. Los psicólogos y los académicos de las finanzas conductuales hace tiempo que establecieron que todos estamos predispuestos a favor de lo que ya poseemos, valorándolo más por el mero hecho de que ya lo tenemos, algo que llaman el “efecto dotación”.
Combínelo con el sesgo del statu quo y la aversión a las pérdidas, y este efecto explica perfectamente por qué el mercado secundario de entradas es disfuncional. Como dijeron tres luminarias de las finanzas conductuales, Daniel Kahneman, Jack Knetsch y Richard Thaler, antes de que naciera Taylor Swift: “Las desventajas de un cambio son mayores que sus ventajas”.
Para los grupos con menos bombo y platillo, esta disfunción es menos importante: esta semana aún había entradas de última hora para New Order, por ejemplo, con la ventaja extra para mí de que, al menos, la música era mejor. Ahora bien, las entradas para Taylor Swift estaban tan solicitadas cuando salieron a la venta que se racionaron, así que los que tenían una entrada sonreían como si estuvieran ganando. Esa sensación hizo aún menos probable que se vendieran después.
Estos sesgos mentales se aplican de forma diferente en los distintos mercados. En el caso de las acciones, la aversión a las pérdidas lleva a menudo a los accionistas a deshacerse de las ganadoras y aferrarse a las perdedoras para evitar que la pérdida se cristalice, como si no fuera real hasta que la venta les proporcione menos dinero. A quienes hacen gráficos les gusta dibujar líneas en estos que muestran los máximos anteriores sobre la base de que proporcionan un “nivel de resistencia”; parte de la lógica es que cuando los precios vuelvan a subir muchos inversores querrán vender porque ya no tienen pérdidas.
En realidad, suele ser mejor correr con los ganadores y deshacerse de los perdedores, porque los precios de las acciones tienen impulso. Pero eso significa aceptar que las pérdidas son igual de reales tanto si las acciones se mantienen al precio más bajo, como si se venden.
Un sesgo mental cada vez más obvio en EE.UU., si aún no forma parte de las finanzas conductuales, es contra los multimillonarios. Taylor Swift es una de las excepciones que confirman la regla, al conseguir ser tremendamente popular y multimillonaria, lo que podría explicar por qué el desastre que supuso el lanzamiento de la venta de entradas para el tramo estadounidense de su gira el año pasado creó tanto interés político en Live Nation Entertainment, propietaria de Ticketmaster.
La implosión de los sistemas de la empresa bajo el peso de la demanda de los swifties, además de la injusticia percibida y las tasas, condujo a la presión en el Congreso y luego a un caso antimonopolio. El argumento antimonopolio se basa en uno de los principios de la economía tradicional: que la competencia es buena. El Departamento de Justicia acusa a Live Nation de actuar en régimen de monopolio para reducir la competencia, hacer subir los precios, limitar las actuaciones y reducir la innovación. La innovación que tiene no gusta: su aplicación está valorada con 1,4 estrellas por los usuarios de Google Play Store.
La defensa de la empresa es más antieconómica que económica: argumenta que obtiene tan pocos beneficios que es imposible que esté operando un monopolio perjudicial. De hecho, no fue rentable desde la fusión en 2010 de Live Nation y Ticketmaster hasta 2021. El año pasado, señala, su margen de beneficio neto fue de sólo el 1,4%, lejos del 20% o más de los oligopolios de las grandes tecnológicas. Produjo un rendimiento del 8% sobre el capital invertido, lo que no debería acelerar los corazones de los inversores. Sin embargo, las acciones se han multiplicado por cinco en una década.
Sea cual sea el resultado de la acción antimonopolio, no se pueden legislar nuestras preferencias personales, incluyan o no la música de Taylor Swift.
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