La columna de Claudio Pizarro: “Inteligencia artificial, más sabiduría de los líderes”
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"En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la regulación, la pregunta no es solo cómo desarrollamos y usamos la IA, sino con qué valores lo hacemos".
En vacaciones sobran las recomendaciones de lecturas de líderes empresariales y políticos, en las que abundan títulos relativos a economía, estrategia y desarrollo personal; y los menos, a humanidades y ciencias sociales, por cierto, de reconocidos autores, como Harari o Pinker. Revisándolas, recordé las declaraciones hechas por un ministro de Estado, años atrás: “No leo novelas, porque siento que no tengo tiempo. Siento que si leo una novela es tiempo que le estoy quitando para aprender algo”. La literatura de alto nivel casi no está presente.
La idea de que la literatura “le quita tiempo” a lo útil refleja una visión reduccionista del conocimiento. En Chile -donde una de cada dos personas lee apenas un libro al año- esta perspectiva refuerza la creencia de que la lectura debe tener una utilidad inmediata para la vida práctica.
Sin embargo, tres columnas recientemente publicadas reivindican el valor de la literatura como una herramienta esencial para el proceso de toma de decisiones. Lucía Santa Cruz la define como “actividad intelectual suprema”; Marcos Lima afirma que: “es la experiencia más cercana que tenemos de estar en la mente de otra persona”; y Joaquín Trujillo recomienda novelas usando un criterio claro: “libros que han cambiado, en el mejor sentido de la palabra, la vida de sus lectores”. Básicamente, una fuente invaluable de sabiduría.
Esta discusión cobra relevancia en un momento en que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso, impulsado por una competencia geopolítica feroz. Estados Unidos y China lideran este desarrollo desde paradigmas opuestos: el primero con una visión de libertad sin contrapesos; y el segundo, con un modelo de control centralizado total. Ambas posturas, en sus extremos, pueden derivar en formas de totalitarismo.
El desafío de la IA no es tecnológico, sino humanista. No se trata de la nueva y mejor funcionalidad, sino del uso que le damos. El desarrollo de la IA debe responder a principios morales y éticos, lo que no surge de la ingeniería, sino de la filosofía, la literatura y la historia. Hay consenso en esta necesidad, pero, su desarrollo es tan acelerado, que corremos el riesgo de quedarnos atrás en su gobernanza.
Algunos sostienen que no es necesario regular la IA. Sin embargo, en el corto plazo, la tecnología reemplaza por primera vez en la historia la capacidad humana de tomar decisiones, cada una de las cuáles tiene una carga moral inherente, por ejemplo: selección y promoción de personal, fijación de precios y descuentos, fusiones y adquisiciones, negociación de contratos, entre muchas otras.
En este contexto, tal como advierten muchos expertos, la pregunta clave es: ¿Regulamos para proteger a las personas y sus derechos; o lo hacemos para proteger utilidades e influencia? En definitiva, no podemos delegar decisiones que afectan nuestra convivencia a las máquinas, sin una base ética clara (Lassalle, 2024).
La literatura es una herramienta estratégica para las empresas. Comprender la naturaleza humana y desarrollar pensamiento crítico es clave cuando la IA empieza a tomar decisiones con impacto en el negocio. Si los líderes y profesionales no fortalecen su capacidad de juicio con una base humanista, corren el riesgo de delegar en algoritmos sin cuestionar sus implicancias.
En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la regulación, la pregunta no es solo cómo desarrollamos y usamos la IA, sino con qué valores lo hacemos. El éxito de una empresa no lo definirán sus algoritmos, sino la sabiduría detrás de sus decisiones.
*El autor de la columna es profesor adjunto de ingeniería industrial en la Universidad de Chile y managing partner en CIS Consultores.
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