La columna de Roberto Camhi: “No seas un infeliz”
Para Aristóteles, la felicidad es un fin, un bien supremo. Según él, no es posible ganarse la felicidad de un momento a otro, así como tampoco es posible perderla espontáneamente, por lo que su valor está, decía el filósofo, en la forma en la cual vivimos nuestra vida. En otras palabras, se enfoca en una vida dichosa, que está dada por una conducta recta.
Ayer me hice un regalo. Me sentía adolorido y cansado después de un año duro, así que me fui a hacer un masaje a uno de los mejores hoteles de Santiago. Era caro, pero creo que me lo merecía y era una buena forma de comenzar el año.
Cuando termina un año, todos nos deseamos salud y felicidad para el siguiente. Hablando con uno de mis amigos, me decía «cada vez que puedo aprovecho de darme algún gustito… comer rico, escaparme a algún lugar o cualquier otra cosa que me de placer y me haga feliz». Lo encontré genial. De hecho, yo trato de hacer lo mismo y, después de escucharlo, me sentí mejor aún por la decisión del masaje.
Para Aristóteles, la felicidad es un fin, un bien supremo. Según él, no es posible ganarse la felicidad de un momento a otro, así como tampoco es posible perderla espontáneamente, por lo que su valor está, decía el filósofo, en la forma en la cual vivimos nuestra vida. En otras palabras, enfocarse en una vida dichosa, que está dada por una conducta recta.
A diferencia de lo que la mayoría de los seres humanos hacemos, es decir, buscar la felicidad a través de momentos que persiguen los placeres instantáneos, según Aristóteles, la felicidad consiste en hacer el bien más que en recibirlo.
Cada vez que perseguimos placeres, como comernos un chocolate o llegar a la cima de un cerro, activamos la dopamina, una hormona asociada a nuestras motivaciones y que nos genera placer de corto plazo. La felicidad está asociada a la serotonina, otro neurotransmisor que, en cambio y entre otras funciones, regula nuestro estado de ánimo de largo plazo, por lo que la felicidad no estaría asociada a los premios que nos damos, sino que más bien a la realización plena de nuestra propia naturaleza.
Diversos estudios demuestran cómo en la medida que más buscamos el placer de corto plazo, la dopamina actúa reforzando la recompensa cerebral y, por ende, motivándonos a repetir esa conducta una y otra vez, con el riesgo de hacernos adictos a ella. Este mecanismo sobreestimula las neuronas de serotonina en forma excesiva y las va inhibiendo en la medida que la conducta placentera es repetida en el tiempo.
No sabía y me costaba aceptar este hecho. Es decir, ¿mientras más placer buscamos, somos más infelices? Según la ciencia, es así. Solemos confundir el placer con la felicidad, lo que nos puede llevar a tomar malas decisiones en nuestra vida persiguiendo objetivos equivocados y de corto plazo, que consiguen engañar al cerebro. La serotonina no activa las neuronas como lo hace la dopamina, sino que las desacelera y, al hacer esto, activa el proceso de la alegría, ese sentimiento de ser uno con el mundo, eso que llamamos felicidad.
En este nuevo año, cuando nos deseamos ser más felices, la invitación es a pensar en estados de conciencia que nos permitan desarrollar nuestro máximo potencial y ponerlo al servicio y en armonía con el bien común, según el propósito individual de cada cual. Si bien “la vida está hecha de momentos”, frase atribuida a Borges, la felicidad plena sólo se encuentra a través del desarrollo integral de largo plazo de nuestra naturaleza humana. ¡Feliz 2024!