La columna de Tamara Agnic: “Lo que la palabra probidad significa”

Continúa formalización del abogado Luis Hermosilla.
La columna de Tamara Agnic: “Lo que la palabra probidad significa. En la foto: la formalización del abogado Luis Hermosilla.

"El problema de la corrupción en Chile no se soluciona encontrando un equilibrio en la designación de integrantes en instituciones clave, sino en que los actores del mundo público y privado simplemente no cometan actos corruptos. Así de simple".



Recientemente manifesté mi esperanza de que no tuviéramos que esperar hasta el último mensaje de WhatsApp del abogado Luis Hermosilla para saber si estamos ante una red de corrupción mayor. Lamentablemente, la verdad sigue filtrándose a goteras, revelando nuevas aristas, nuevos involucrados y revelaciones que dañan, de manera soterrada y peligrosa, lo único que debería importarnos: nuestra estabilidad democrática.

Sin la estabilidad que otorga la probidad, todo lo demás está en riesgo. Sin la validación ciudadana de la democracia como único sistema legítimo de gobierno y como mecanismo para resolver las diferencias naturales dentro de la sociedad, no hay posibilidad de legitimar la acción del Estado, la labor de las policías, ni la actuación de los tribunales en la lucha contra la delincuencia. Tampoco habrá confianza en las entidades encargadas de la economía, el derecho o la regulación de la vida en sociedad.

La reciente encuesta CEP, publicada esta semana, revela un preocupante deterioro de la percepción ciudadana respecto a la democracia: el porcentaje de personas que creen que es preferible a cualquier otra forma de gobierno cayó del 52% al 47%, mientras que el número de encuestados que considera que los regímenes autoritarios son preferibles en algunas circunstancias subió de un 15% a un 17%. Un inquietante 31% sostiene que no hay diferencia entre un gobierno dictatorial y uno democrático. Estos resultados, que deberían encender todas las alarmas, son responsabilidad directa de un sistema político que ha fallado en dar respuestas claras y contundentes a la corrupción.

La misma encuesta evidencia una dura evaluación hacia las instituciones: los partidos políticos tienen un 4% de confianza, el Congreso un 8% y los tribunales un 16%. Son estas las entidades que dan vida y consistencia a la democracia y, sin embargo, su imagen está por el suelo. Todo esto, en gran parte, debido a las revelaciones de corrupción que salen de un teléfono celular, pero que terminan por salpicar a instituciones completas y erosionar aún más la credibilidad del sistema.

Lo más inquietante es que la respuesta de los partidos políticos no solo ha sido tardía, sino también incomprensible: se limitan a levantar acusaciones constitucionales cruzadas, más pensadas para obtener un empate político que para depurar las instituciones de personajes que no cumplen con los estándares mínimos de ética. Y, lo más irritante, es que los intentos de debate que hemos visto hasta ahora se han centrado en cómo modificar el reparto de cargos y sensibilidades al interior de los órganos de decisión, como si ese fuera el problema central.

Han sido pocos, casi nadie en realidad, los que han hecho la pregunta más básica: ¿Por qué no nos preocupamos mejor de que abogados, políticos, magistrados, fiscales, funcionarios y empresarios actúen con probidad? El problema de la corrupción en Chile no se soluciona encontrando un equilibrio en la designación de integrantes en instituciones clave, sino en que los actores del mundo público y privado simplemente no cometan actos corruptos. Así de simple.

En lugar de debatir cómo se reparte la torta en las redes de influencia, deberíamos exigir un estándar ético para que ni políticos, ni empresarios, ni funcionarios del Estado necesiten que les enseñen lo que la probidad significa. Porque la probidad no es solo un término de manuales de ética: es actuar con integridad, respeto a la ley y transparencia. Es lo que otorga legitimidad al sistema, construye confianza en las instituciones y nos da la certeza de que la democracia es el mejor instrumento para resolver nuestras diferencias.

No podemos seguir esperando a que el último WhatsApp se filtre para actuar. Necesitamos un cambio radical que supere las fórmulas de reparto y nos lleve hacia un verdadero compromiso con la probidad. Porque, de lo contrario, cualquier intento de reforma será tan superficial como las respuestas que vemos hoy.

*La autora de la columna es presidenta de Chile Transparente y socia de Eticolabora

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.