La columna de Tomás Rau: “Cuando voy al trabajo: la sombra del desempleo en Chile”
"No podemos seguir naturalizando la falta de empleo en una economía que crece a paso cansino desde hace una década y no se vislumbra un aceleramiento del tranco".
La tasa de desempleo del último trimestre móvil reportada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) se sitúa en un preocupante 8,5%, muy por sobre su promedio histórico de la década anterior al estallido y una de las más altas de la región en la actualidad. Este no es solo un número; es un reflejo de la realidad que enfrentan 870 mil chilenos cada día. La situación es aún más sombría cuando consideramos que los avisos laborales en internet, medidos por el Banco Central, se aprestan a completar dos años a la baja, mostrando una tendencia persistente y alarmante de escasez de oportunidades laborales.
A más de cuatro años del inicio de la pandemia, Chile aún no logra recuperar su tasa de ocupación previa. Mientras nuestros vecinos ya superaron esta barrera hace más de un año, nuestra tasa de empleo sigue rezagada en al menos un punto porcentual, lo que equivale a 175 mil puestos de trabajo faltantes para recién alcanzar el empleo de marzo de 2020.
Además, las remuneraciones reales están alrededor de un 5% por debajo de lo que deberían estar si no hubiese ocurrido la pandemia, reflejando una pérdida de poder adquisitivo que golpea a las familias chilenas. La morosidad en créditos hipotecarios y de consumo está al alza, superando los niveles prepandemia, lo cual es una consecuencia directa de la falta de empleo y de salarios que no crecen por una débil demanda de trabajo.
En medio de este panorama, las propuestas del Ejecutivo parecen estar en dirección contraria a lo que la situación exige. Iniciativas como el aumento del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral y ahora la negociación ramal, aunque contienen algunos elementos interesantes, tendrán un efecto adverso de encarecer la contratación en un momento en que lo que más necesitamos es facilitarla. Estas medidas implican un costo mayor para las empresas, que se traduce en menos contrataciones y, por ende, en una tasa empleo que se mantiene obstinadamente baja y una tasa de informalidad laboral que aumenta sostenidamente.
Mientras esto ocurre, se discute una reforma previsional necesaria pero que implica, entre otras cosas, un potencial impuesto al trabajo dado el aumento de la cotización con cargo al empleador. Esta propuesta puede resultar en un obstáculo adicional para aquellos que buscan insertarse en el mercado laboral, como las mujeres jóvenes que enfrentan una tasa de desempleo del 24%.
Es imprescindible que la agenda se oriente al crecimiento económico, la mejor política generadora de empleo, y a otras políticas de mercado laboral proempleo si queremos mejorar la calidad de vida de las personas. No podemos seguir naturalizando la falta de empleo en una economía que crece a paso cansino desde hace una década y no se vislumbra un aceleramiento del tranco.
De no enmendar el rumbo, cada vez serán menos las personas que podrán cantar la hermosa canción de Víctor Jara “Cuando voy al trabajo”, que alude la rutina laboral de quien ama y amarra sus sueños, “laborando el comienzo de una historia sin saber el fin”. Hoy, lamentablemente, muchos chilenos ni siquiera pueden comenzar esa historia.
La realidad laboral actual nos interpela a todos y requiere un enfoque proactivo y decidido. Solo así podremos devolver la esperanza a aquellos que buscan, día tras día, una oportunidad para construir sus propias historias de esfuerzo, realización personal y contribuir al desarrollo de nuestro país.
*El autor de la columna es profesor titular y director del Instituto de Economía UC
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