Aintech: Nanotecnología en el momento exacto

Tomás Houdely
Tomás Houdely, creador de la startup Aintech.

Justo antes de la pandemia, cuatro emprendedores estaban buscando resolver un problema basándose en la nanotecnología y utilizando el cobre. Gracias a un desarrollo científico de alto nivel y un excelente olfato de negocios, le dieron en el clavo, con una tecnología que desarrolla un producto para desinfección en base al metal rojo. Hace unos meses levantaron una ronda de US$8 millones y se aprestan a entrar al mercado canadiense.


Aunque amaba la física y no se llevaba bien con la química, Tomás Houdely ha estado siempre ligado laboralmente a esa disciplina. Incluso, creando Aintech, una startup relacionada a ese mundo, la que este año proyecta facturar US$6 millones y alista su llegada a América del Norte.

La historia comenzó hace cuatro años. Houdely llevaba cerca de una década trabajando para la industria química, pero siempre con la nanotecnología rondándole en la cabeza. Quería ver la posibilidad de crear una especie de nueva generación de aditivos que estuvieran en el mundo de las “cleantech”, empresas que desarrollaron tecnología para reducir los impactos de la contaminación y, a la vez, luchar contra el cambio climático. Pero el desafío era mayor: lograrlo en la industria química.

Mientras masticaba la idea junto a sus amigos Matías Olabarrieta y Sebastián Cardoen, hijo del empresario Carlos Cardoen, en la casa de este último, tocó a la puerta Vittorio Stacchetti, quien venía a conversar con Cardoen por otro negocio. Stacchetti ha trabajado por más de 10 años en el sector del consumo masivo y su familia está ligada a la agroindustria. Le bastó escucharlos unos minutos para decidirse. “¡Es una excelente idea! ¡Quiero participar!”. Puso $100 millones transformándose en el cuarto socio y el primer inversionista ángel de esta startup.

La familia de Cardoen tenía un pequeño laboratorio desocupado en la comuna de Macul donde comenzaron a diseñar los primeros modelos.

La explicación la verbaliza Houdely con un lenguaje pedagógico envidiable: “El objetivo inicial era hacer un proceso productivo enfocado en el cobre. Este metal posee desventajas cuando lo trabajas en dimensiones nanométricas. A 100 nanómetros, las propiedades ‘cuánticas’ de los materiales se modifican, comportándose bajo otras leyes de la física. Empiezan a ocurrir fenómenos que, con el avance de la nanociencia, ya se pueden controlar y usar a nuestro favor. Por ejemplo, un material puede emitir luz, tecnología que la ocupa hoy Samsung y LG, para pantallas de nueva generación. La nanotecnología es una industria de más de US$160 mil millones en el mundo y crece a una tasa anual de 20% en promedio. Pero lo que es aún más atractivo es su aumento en la industria química, que es de casi US$5 trillones. Cada fábrica que transforma una materia prima en un bien de consumo utiliza, de alguna u otra manera, algún aditivo químico en el proceso. La ONU proyecta que la industria química se duplicará al 2030. La paradoja es que es uno de los sectores más contaminantes”.

Y aquí viene el propósito y el negocio de Aintech: crear soluciones en base a la nanotecnología para que la industria química produzca más, pero bajando la emisión de gases de efecto invernadero. En este momento aparece nuevamente el cobre y la segunda parte de la cátedra de Houdely:

“Nuestro objetivo es crear nuevos procesos productivos para nanomateriales orientados a la industria química, utilizando el cobre como desafío inicial, porque mantenerlo en estado metálico es muy complejo cuando está en dimensiones nanométricas. Dentro de las propiedades cuánticas, existe una que se llama ‘compresión de nube de electrones’, donde el material se va disminuyendo y los electrones tienen menos espacio para interactuar, comprimiendo su nube. Entonces, es muy común que el último electrón -que es el de mayor inestabilidad y el que le permite al cobre tener sus propiedades de conducción- salte de la nube cuando se realiza esta compresión, lo que genera un proceso de oxidación y el metal pierde sus propiedades conductivas y aumenta la resistencia. Ante esto, la industria electrónica que imprime circuitos de alta densidad ya no está usando cobre, sino plata, porque es más estable. Pero también es más caro y más contaminante”.

Si Aintech lograba resolver este problema en el cobre, podría hacerlo en una lista muy amplia de materiales para distintas aplicaciones.

A principios de marzo de 2019, Olabarrieta convenció a un grupo de inversionistas que fueran a ver lo que estaba gestándose en el laboratorio de Macul. Sacaron de sus billeteras $500 millones y, más $100 millones adicionales que comprometió Stacchetti, comenzaron a desarrollar a toda máquina el modelo. Lograron hacer las pruebas de concepto y algunos pilotos y enviaron a fabricar al extranjero su primer reactor de flujo continuo, el que llegó justo para la semana del estallido social de octubre de 2019.

Cómo lograron fabricar los nanomateriales en un laboratorio para que pudiesen replicarse a escala mayor es algo tan difícil de hacer como de explicar en un reportaje. Pero lo consiguieron y le pusieron nombre: Target Size Technology (TST). “Resolvimos el problema para implementar la tecnología en industrias muy específicas, como la electrónica, la de fármacos e incluso, hoy estamos abriendo la industria de aditivos para la construcción”, dice el CEO de Aintech.

Pero el primer cliente y a la vez proyecto piloto, fue uno de los operadores del Transantiago. Necesitaban un producto que les permitiera reducir las cargas bacterianas al interior de los buses de forma rápida y más eficaz. Que no ocupara tanta agua, que fuera de larga duración y ojalá aplicarlo dos o tres veces a la semana (y no diariamente). Además, que fuera inocuo para el usuario, que no implicara riesgo y, lo más importante, económicamente viable. El equipo de Aintech trabajó en el desarrollo de un nuevo principio bioactivo basándose en el cobre y lo consiguieron. Esto ocurrió a pocos meses de que el mundo comenzara a escuchar con nerviosismo la palabra “coronavirus”.

En enero de 2020 y con su “chiche” tecnológico de nanopartículas de cobre recién salido del horno, viajaron a Japón a una feria especializada en tecnología para mostrarlo. Luego fueron a Corea del Sur, donde tuvieron conversaciones con varias empresas para la impresión de circuitos electrónicos que reemplazaran a la plata por el cobre. En febrero regresaron a Chile y la sospecha de una epidemia de Covid empezó a olerse en el aire. Dejaron el mundo de la electrónica a la espera y decidieron que el negocio iba por el producto que habían desarrollado para la desinfección de los buses. “Coincidió además que todos los posibles clientes que habíamos contactado cuando estuvimos en Asia nos empezaron a decir que paráramos todas las propuestas, porque venía un problema económico grande en el horizonte, producto de la pandemia. Fue la señal que estábamos esperando”, recuerda Houdely. Nunca fue tan potente el término “en el momento exacto”.

El giro

De la noche a la mañana pasaron de vender cero pesos a $100 millones. Del pequeño laboratorio saltaron a un galpón de 600m2. En tres semanas montaron un nuevo tipo de reactor usando la misma teoría de Target Size y de una producción que estaba pensada para algunos litros, migraron a tanques de 30m3 de concentrado. El mundo clamaba por soluciones como esta, cuando la pandemia ya estaba declarada. Su primer gran cliente fue el instituto de Salud Pública (ISP), con el cual se abrieron rápidamente al mercado. Luego llegaron las grandes mineras y otras industrias. Todo el transporte público, a excepción del Metro, estaba usando la tecnología de Aintech. Grupo EFE también. El 2020 facturaron US$2 millones y el 2021, US$3 millones, con break even incluido.

Pero un poco antes, en el tercer trimestre de 2020, cerraron un gran acuerdo con Walmart para desinfectar sus locales y evitar los contagios. Era tan efectivo el producto que la Seremi de Salud los autorizó para usarlo sólo una vez al día, en vez de tres, que era lo que decía el protocolo. Fue cuando tomaron la decisión de cambiar el modelo de negocio. “No íbamos a competir con nuestros productos en las góndolas, sino que fabricar el concentrado para quien lo quiera comprar, tomando en cuenta que en algún momento la pandemia va a terminar”, señala Tomás Houdely. Ese mismo año se ganaron un premio de Endeavor por usar una tecnología basada en cobre para la lucha contra el Covid.

Justo por estas semanas están a punto de recibir la patente de un nuevo biocida que puede ser aplicado en diversas industrias como principio activo. Si se mezcla con otras recetas, permite crear pesticidas, desinfectantes o incluso, un concentrado para la industria química (por ejemplo, para las pinturas). Todo, con el mismo principio original: reducir el impacto en la huella de carbono. Hoy tienen tres marcas: deCutec, Aircop y C+P.

A fines del año pasado se mudaron a una planta de 4.000 metros cuadrados en la comuna de Lampa, para satisfacer el crecimiento. En enero de 2022 abrieron una ronda semilla y lograron levantar US$8 millones. El proceso fue liderado por el venture capital canadiense Tridan Innovation, que invierte casi solo en empresas de nanotecnología. Fue su primera apuesta en América Latina.

Los productos de Aintech ya se exportan a Japón, Bélgica, Panamá y Perú. Actualmente están entrando a Brasil, Colombia y México. Incluso, están pensando en tener una planta de producción en el país azteca. Además, están realizando todo el procedimiento legal para operar en Canadá, lo que podría concretarse a fines de año o en el primer semestre de 2023.

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