Parece obvio cuando se lo piensa. Nada puede ser más dañino para el bienestar y progreso de una sociedad que la polarización. A pesar de que ello resulta evidente, éste ha sido un campo poco analizado por los economistas, quizás por la dificultad de conseguir datos que permitan correr regresiones acerca de estos temas y testear hipótesis de forma cuantitativa. Sin embargo, el reconocimiento de que el crecimiento sostenido es la base fundamental de la prosperidad ha motivado profundizar en esta realidad.
La teoría del crecimiento endógeno, desarrollada por el premio Nobel de Economía Paul Romer, explica de muy buena forma por qué la polarización puede ser una enfermedad social dañina para el crecimiento económico. En términos simples, Romer sostiene que son las ideas y no las cosas las que resuelven la escasez de bienes en la sociedad. Siguiendo sus metáforas: “El crecimiento proviene de mejores recetas, no de cocinar más veces”. Y cuando se trata de ideas, ellas no se suman, se multiplican, pues a medida que más personas usan una buena idea no hay menos de ellas circulando, sino más, dice.
¿Cómo fomentamos, entonces, la generación de más ideas? Para Romer esto depende de cuántas personas trabajan en el desarrollo del conocimiento. Es decir, de cuántos interactúan entre sí en una red y de la calidad de su interconexión. Asimismo, el también premio Nobel de Economía Robert Lucas, ha planteado que el crecimiento sostenido de las últimas décadas se explicaría porque “la revolución industrial involucró una rápida expansión de una clase de gente educada, miles, ahora millones, que se pasan toda su carrera intercambiando ideas, resolviendo problemas del trabajo y generando nuevo conocimiento”. Por ello, al igual que en una red neuronal, habrá más nuevas ideas en la medida de que el tejido social esté más integrado.
Lograr esta mayor integración y armonía en el tejido social, requiere de la incorporación de habilidades blandas, más allá del habitual capital físico y humano. Douglas Murray en su libro “Una Guerra contra Occidente”, destaca la gratitud como un sentimiento esencial. Si todos caminamos por la vida como acreedores de los demás, como seres moralmente superiores a quienes nos antecedieron, por ejemplo, difícilmente se va a producir el acercamiento, diálogo e intercambio generacional necesario para que surjan nuevas recetas para una mayor productividad y prosperidad.
Robert Solow, otro Nobel de Economía y padre de la teoría moderna de crecimiento, también mencionó virtudes como elementos necesarios para el aumento de la productividad. Si bien reconoce la ambición como una cualidad, recuerda que es un terrible error dejar que ella impida que tratemos a los demás con amabilidad y decencia. Algo similar a lo descrito por Romer, que cuestiona el que busquemos separarnos entre “nosotros” y “ellos”. Para que broten las ideas todos debemos ser “nosotros”, con dignidad y respeto entre todos.
No todo es habilidades blandas, por cierto. Los pocos países que han conseguido crecimiento sostenido a través de los años cuentan con instituciones sólidas que garantizan igualdad ante la ley e imperio de ésta, respeto de los derechos de propiedad, un Estado eficiente, entre otras condiciones de base. Sólo con instituciones de calidad y abocadas al bien común podremos construir una red, un tejido social, que no sólo sea sólo de máxima creatividad, sino que además sea sostenible en el tiempo.
El mayor riesgo es que la difusión de la enfermedad de la polarización sobre el cuerpo social toma diversas formas. Una de sus manifestaciones más comunes son el populismo y promesas incumplibles de protección social, las que rara vez cuentan con un financiamiento libre de procesos inflacionarios o que dan pie a reformas mal planteadas que derivan en mayor división y pobreza. Tal vez llegó el momento de buscar aquellas ideas y acciones que nos unen en el “nosotros”, en vez de seguir promoviendo aquellas que dan pie al “ellos” vs. “nosotros”, base de la polarización.
Al fin y al cabo, para conseguir crecimiento sostenido en productividad y calidad de vida se requiere de logros intelectuales y un flujo de nuevas ideas. Volviendo a las conclusiones de Robert Lucas, ¿es esto producto de unos pocos genios o de investigación especializada en invenciones patentables? Ninguna de los dos es primordial, dice. Lo central es que haya armonía y que, entre todos, empujemos el carro del crecimiento, la llave del desarrollo y el bienestar social.