Si en algo parecen concordar nuestros economistas es en que la economía chilena está estancada. Más allá de los ciclos económicos, nuestro ingreso per cápita, medida utilizada para evaluar si progresamos en lo material, no crece. También refleja este problema la Agenda de Productividad del actual gobierno, en la que se afirma que “las mejorías en eficiencia productiva en Chile durante los últimos años han sido escasas y particularmente desde 2012 en adelante se ha producido un gradual deterioro que ha terminado impactando negativamente el crecimiento efectivo y potencial del PIB”.
Recientes opiniones de expertos dan cuenta de la coincidencia pesimista. Veamos:
-”Chile no está pasando por una mala racha económica, estamos viviendo una decadencia”, Jorge Quiroz.
-”Chile necesita un cambio de rumbo urgente. Espero que este gobierno haya sido la última estación de un proceso extremadamente autodestructivo”, Ricardo Caballero.
-”Se inicia un ciclo electoral definido por una certeza: el país está estancado”, Sergio Urzúa.
-”Hay una sensación generalizada de que ya no somos tan buenos como antes”, Óscar Landerretche.
-”No destapemos champaña con el Imacec de julio, porque hay factores puntuales. Con los datos trimestrales la economía se está contrayendo al 1,7% anualizado”, Vittorio Corbo.
La guinda de la torta la puso James Robinson, coautor del libro Por qué fracasan los países, en su visita a Chile: “Si me preguntan si Chile podría transformarse en Corea del Sur y pasar de ser un país subdesarrollado a uno desarrollado, la respuesta sería que no”. Según él, “los chilenos nunca han invertido en capital humano”, desaprovechando las ventajas comparativas de la exportación de recursos naturales.
Entender las causas del estancamiento que comenzó hace 12 años es importante para recuperar la senda que sí nos conducía al desarrollo. Las hipótesis son diversas. El 2014, Niall Ferguson fue de los primeros en aventurar una explicación: “Chile puede estar comenzando a ejercer su derecho a ser estúpido”, dijo, argumentando que no era el momento indicado para tomar un “giro a la izquierda comenzando a preocuparse de la distribución de ingresos”.
El crecimiento del ingreso per cápita proviene de tres fuentes: 1. Del aumento de la productividad global; 2. De la inversión; 3. De variables demográficas que determinan el porcentaje de la población que trabaja y cuánto. Por diversas razones, muchas autoinfligidas, tanto la inversión como los factores demográficos han sufrido fuertes vientos en contra. Además, el cambio tecnológico, que es sembrado sobre el capital humano, no ha logrado contrarrestar esos pulsos desfavorables. El resultado es que nuestro crecimiento potencial ha sido estimado apenas en un 1,8% anual.
Siguiendo la línea de Robinson, una explicación de por qué la innovación tecnológica no ha elevado nuestra productividad puede estar en que no hemos sabido invertir en capital humano, ni en cantidad ni calidad. Dicha inversión requiere de rentabilidad esperada. Por tanto, no se invierte lo suficiente porque no sería rentable hacerlo, básicamente por tres razones: 1. Porque la base sobre la cual se construye es débil y la educación, especialmente preescolar y básica, no está logrando crear buenos hábitos ni enseñar cómo aprender a aprender; 2. Porque el aumento en el número de hogares monoparentales, que cuentan con sólo un adulto que genera ingresos, ha reducido los recursos disponibles para la formación de los hijos a edad temprana; y 3. Por una regulación laboral que, con la intención de proteger a los trabajadores, ha incorporado restricciones que han rigidizado y encarecido su contratación, lo que muchas veces termina perjudicándolos. A esa lista se agregan elementos como la permisología, la carga tributaria y una acelerada cascada de regulaciones que hacen cada vez más caro emprender.
Existe un concepto que puede resumir lo que nos ha ocurrido: falta de coherencia, palabra que también sirve para identificar cómo retomar la tendencia que vivimos hasta 2012. Un sistema coherente en matemáticas es aquel en que no se puede probar como verdadera una afirmación y su contradicción a la vez. Por ejemplo: si A es mayor que B, no puede ser cierto que a la vez B sea mayor que A. El problema con los sistemas incoherentes es que son inútiles.
Durante más de 10 años la actividad legislativa nos ha llenado de incoherencias regulatorias. Algunas normas promueven el crecimiento sustentable, pero otras empujan en dirección contraria, dejando al país inmóvil. Remover esas contradicciones es el punto de partida, uno que puede requerir mejorar nuestro proceso legislativo. Los entendidos en ciencias políticas sostienen que la madre de todas las reformas es una que mejore la calidad de nuestra política. En el intertanto, sería útil partir por hacer la lista de nuestras contradicciones.