El país discute ahora los contornos de su modelo de desarrollo. Puede resultar útil entonces dar una mirada a la historia e intentar desprender algunas regularidades que convenga tener presentes. La primera es que el bienestar material de la humanidad es reciente. En efecto, el ingreso per cápita creció solo en los últimos 200 años, al inicio de los cuales el consumo por habitante era similar al que prevalecía en el imperio romano, por ejemplo. Este impresionante despegue se produjo en las hoy democracias desarrolladas, particularmente en Europa Occidental. Allí, al igual que en algunos despoblados territorios de ultramar ocupados por los europeos (EE.UU., Australia, etc.), el nivel de vida por habitante se ha expandido en más de 20 veces en el mismo período.
Segundo, los líderes de la prosperidad comparten rasgos comunes. Población relativamente escasa (por la peste negra en Inglaterra y por lo despoblado de EE.UU. y similares) que impidió la concentración de la tierra en pocas manos. Los granjeros recurrieron a innovaciones productivas para sobrevivir, que se facilitaron en la interacción con las ciudades formadas inicialmente como centros de intercambio. Allí florecieron artesanos, comerciantes y pequeños empresarios dando origen a la conocida “burguesía”. Esta nueva clase desafió a las monarquías absolutas, presionando por formas democráticas de distribución del poder tras las revoluciones burguesas (la gloriosa, la francesa, la independencia de EE.UU.). El fin del absolutismo viabilizó el progreso tecnológico al garantizar los derechos de propiedad de los innovadores, protegiéndolos de la rapacidad de las oligarquías autócratas.
Tercero, otras regiones más pobladas -Europa del Este, Latinoamérica y Asia, por ejemplo- no lograron desprenderse de las autocracias, que se apalancaban en grandes extensiones de tierra explotadas por siervos a su disposición. Allí el progreso fue lento y la tensión culminó en la revolución bolchevique y similares.
Cuarto, no todo fue fluido y fácil en los países líderes. El auge económico llevó a una gran concentración de la riqueza y el poder en la nueva clase, la capitalista, que había desplazado al poder absolutista. Las clases trabajadoras la amenazaron con revoluciones socialistas. En los países líderes donde las fortunas se labraban con trabajo y esfuerzo, la disparidad era más acotada y surgía, junto a la clase capitalista, una clase media que mejoraba y se hacía funcional al sistema . Allí, la revolución obrera tuvo menos fuerza. Pero en Francia y particularmente en Alemania, la tensión fue mayor y viene a resolverse recién en el siglo XX con el surgimiento del estado de bienestar. Estados Unidos había sido pionero unos años antes con el llamado “new deal”. El equilibrio se lograba, precisamente, con una distribución equitativa de las oportunidades garantizada por el Estado y el surgimiento consiguiente de una clase media que legitimaba el capitalismo y la libertad económica. Todo esto asentado en democracias más profundas que habían sido su marca de nacimiento.
América Latina tuvo el sino de la conquista. Los recursos naturales quedaron en pocas manos por acción de las monarquías de origen, concentrando el poder económico y político e inhibiendo así el surgimiento de los grupos medios. La revolución cubana fue el primer signo de crisis. La inestabilidad política, los golpes militares y nuevas autocracias de Estado, como en Venezuela y Nicaragua, se han sucedido. Ninguna de estas fórmulas ha logrado resolver la tensión y traer la prosperidad.
Chile y Uruguay (Argentina requiere columna aparte) son los que han llegado más lejos. Favorecidos según algunos por su agricultura de clima templado, junto a una densidad poblacional media, desarrollaron desde temprano -por la fuerza relativa de las poblaciones no oligarcas- instituciones políticas más inclusivas. En Chile, por ejemplo, el primer partido de izquierda -el Partido Democrático- data de 1887, situación sin paralelo en la región, donde generalmente la izquierda estuvo proscrita. La educación pública -aunque más tardía que en las democracias desarrolladas- y su cobertura fue también de las más destacadas de la región. Lo mismo en salud.
No es casualidad, creemos, que sean precisamente estos dos países los que se encuentran a la cabeza regional en prosperidad y desarrollo democrático. ¿Qué concluimos de esta breve reseña histórica? Que no será ni lo uno ni lo otro -regresar a un Estado ausente, bajos impuestos y derechos sociales exiguos, o aventuras refundacionales que limiten la iniciativa privada y la reemplacen por un Estado omnipresente-, lo que nos traerá la paz y el progreso.