Columna de Óscar Landerretche: No es recesión, es depresión
"Lo que se siente es la pérdida generalizada de entusiasmo con el proyecto de convertir a Chile en un país desarrollado, meritocrático, eficiente, sustentable, avanzado, igualitario y próspero. La acumulación de escándalos y rasquerío; la inoperancia y pequeñez de nuestros liderazgos políticos (de lado y lado) van bajando el ánimo.Es un problema porque si se instala ésta sensación le va a hacer la vida muy difícil a gobiernos que quieran sacar a nuestro país del estancamiento. Incluso alguien que llegue al poder y quiera hacer la reformas y echar a andar la máquina puede que se enfrente con que el problema no es solo técnico y con la paradoja de que un país que, en realidad, no está ni siquiera en 'recesión', pero en verdad está en 'depresión'".
El economista norteamericano Julius Shiskin (1912-1974) es considerado el autor de la definición “oficial” de recesión. El año 1974 propuso que cuando un ciclo económico a la baja acumule dos trimestres consecutivos de declinación del PIB real, le llamemos “recesión”. Originalmente propuso usar el Ingreso Nacional Bruto en vez del PIB y añadir otras condiciones copulativas: caída de a lo menos 1,5%, empleo bajando en a lo menos 15% y tasa de desempleo sobre 6% (que es alto para los gringos); pero esas otras condiciones no pegaron y quedó la primera condición que se usa como regla hasta el día de hoy.
Adaptando esta regla al Imacec chileno (que entrega más granularidad que las cuentas nacionales trimestrales) diríamos que la regla para Chile podría ser: dos secuencias de tres meses seguidos que tuvieron menos actividad económica que los mismos tres meses del año anterior.
Bajo ese criterio tuvimos apenitas una recesión entre enero y abril del 2023 (meses en que se cumplió el criterio sin que se cumplieran en febrero y marzo). Antes de eso entre marzo del 2020 y febrero del 2021 por la Pandemia, antes entre abril y septiembre del 2009 por la Subprime y entre marzo y septiembre de 1999 por la Crisis Asiática. Más atrás hay que llegar a principios de los años ochenta.
No estamos en recesión en Chile. De hecho, la economía está convergiendo a tasas bajas pero positivas de crecimiento económico.
En Estados Unidos se suele distinguir entre una “recesión” y una “depresión” que sería una “recesión” especialmente profunda o duradera. Una regla propuesta por la revista The Economist en un artículo del 2008 es que llamemos “depresión” a una “recesión” que se extiende por dos años (24 meses) o más y que involucre una caída de 10% o más en el PIB. De acuerdo a esa definición, la última “depresión” gringa fue la Gran Depresión (1929-1933) que se extendió por 43 meses y el declive post Subprime (llamado “Gran Recesión”) no alcanza a clasificar (16 meses).
De acuerdo a ésta definición no estamos en depresión en Chile ni hemos pasado por una hace rato.
Sin embargo, yo creo que si estamos en una depresión. Pero no de acuerdo a estas métricas arbitrarias de cuentas nacionales sino al significado psicológico de la palabra. La depresión es un estado mental taciturno acompañado de aversión a la actividad; un estado de ánimo patológico caracterizado por una tristeza abrumadora que inmoviliza e incapacita para enfrentar tareas cotidianas.
Es cierto que la economía y la inversión son sensibles, en gran medida, a incentivos concretos: oportunidades de negocios, condiciones regulatorias, disponibilidad de capital, eficiencias logísticas y escenarios de riesgo de mercados y políticas. En todas estas dimensiones tenemos dificultades que limitan el crecimiento potencial de nuestro país y acotan cualquier oportunidad de una estrategia de desarrollo. Pero sería mecanicista no reconocer que la economía depende, además, de los estados de ánimo de las comunidades humanas involucradas. Empresarios e inversionistas, trabajadores y profesionales, economistas y contadores no son robots, son seres humanos con todas las complejidades psicológicas que ello implica.
Durante los últimos tiempos hemos entrado en un ciclo perpetuo de escándalos e incidentes que tienen un mensaje central: Chile está desfondado ética e institucionalmente. Desde la extraña importancia que ha adquirido el porno para la clase política hasta la desfachatez con el uso abusivo de mecanismos de financiamiento universitario para políticos, desde el abuso de sus atribuciones del jefe del aparato de seguridad a la industria de tráfico de influencias empresariales y judiciales de las que nos hemos enterado, desde los funerales narco al fraude normalizado con licencias médicas, desde la alegre tolerancia de padres de familia, profesores y autoridades con la debacle los colegios emblemáticos a la transformación de mecanismos necesarios de un mercado de capitales moderno, como el factoring, en una pirámide de fraude, lavado de activos y ordinariez.
Lo que se siente es la pérdida generalizada de entusiasmo con el proyecto de convertir a Chile en un país desarrollado, meritocrático, eficiente, sustentable, avanzado, igualitario y próspero. La acumulación de escándalos y rasquerío; la inoperancia y pequeñez de nuestros liderazgos políticos (de lado y lado) van bajando el ánimo.
Es un problema porque si se instala ésta sensación le va a hacer la vida muy difícil a gobiernos que quieran sacar a nuestro país del estancamiento. Incluso alguien que llegue al poder y quiera hacer la reformas y echar a andar la máquina puede que se enfrente con que el problema no es solo técnico y con la paradoja de que un país que, en realidad, no está ni siquiera en “recesión”, pero en verdad está en “depresión”.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.