La frase es atribuida al teórico marxista Fredric James: “Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Con su habitual astucia y sentido de la provocación, el filósofo esloveno Slavoj Zizek toma la cita y la reelabora con sarcasmo: “Tal parece que el capitalismo sobrevivirá no al fin del mundo sino de la humanidad”.
En una vereda distante, la economista de origen alemán Jeannette von Wolfersdorff (1976) observa las virtudes de la economía global de mercado: “El capitalismo es, probablemente, el mejor sistema económico posible”, afirma. “Ningún modelo económico ha sido capaz de crear tanto bienestar para tantas personas y en tan poco tiempo”, subraya en su libro Capitalismo, un acucioso ensayo en torno a los retos y posibilidades de la economía de mercado.
Cofundadora del Observatorio del Gasto Fiscal, Jeannette von Wolfersdorff fue la primera mujer en integrar el directorio de la Bolsa de Comercio de Santiago. Ahora, luego de su fallido nombramiento en el consejo directivo de Banco Estado, su nombre suena para reemplazar a Jorge Desormeaux en la presidencia del Consejo Fiscal Autónomo.
“Un sistema complejo nunca es perfecto, pero en los últimos años el capitalismo ha ido recibiendo cada vez más cuestionamientos estructurales sobre su funcionamiento”, escribe. “En Chile fue el estallido social de octubre de 2019 lo que hizo debatir más a fondo aspectos no resueltos del capitalismo”.
Desde el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz al filósofo británico John Gray, el capitalismo global ha ganado críticos relevantes. El malestar ha permeado a las nuevas generaciones incluso en países ricos: según un informe del Instituto de Asuntos Económicos británicos, el 80% de los jóvenes del Reino Unido responsabiliza al capitalismo de la crisis de vivienda, mientras que el 75% lo hace responsable directo de la crisis climática.
“Estamos en un punto de inflexión, el capitalismo necesita reformas estructurales”, dice Jeannette von Wolfersdorff.
Publicado por el sello Taurus, el libro analiza las ventajas del capitalismo como un sistema que genera riqueza, promueve la competencia y facilita la innovación. También observa sus efectos indeseables: las negligencias medioambientales y sociales, así como el afán por restarles libertad a los mercados. “La energía innovadora del capitalismo, a la vez, se hunde en las concentraciones de poder”.
Apoyada en la historia, la neurociencia y la biología evolutiva, la autora describe la forma en que el capitalismo ha diseñado la cultura y cómo influye en el comportamiento. Ofrece un recorrido histórico donde transitan Marx, Von Hayek, Friedman y Walter Eucken, uno de los inspiradores de la economía social de mercado alemana. Y desde luego, dedica un capítulo a los desafíos de Chile: una economía dominada por grandes grupos, con poco dinamismo e innovación y grandes brechas.
El libro busca invitar al diálogo sobre “cómo avanzar hacia un capitalismo más equitativo, innovador y sostenible”.
¿Cuán responsables son los empresarios del malestar hacia el capitalismo?
El punto de partida de cuán polarizado es un país en el debate económico depende principalmente de la élite económica y de los grandes empresarios que quieren mantener el statu quo y no son capaces de ceder a las regulaciones. Y finalmente este atraso en las reformas hace que las crisis económicas o sociales sean excesivamente grandes y difíciles de resolver.
La economía chilena tiene un carácter más bien jerárquico. ¿De qué modo este rasgo perjudica el mercado?
Como país pequeño, Chile tiene un desafío especial: una élite económica que se conoce y se cuida entre sí. Los mercados pequeños deberían tener foco en medidas pro competencia. Y para el caso de Chile, uso el ejemplo Israel: basado en un estudio del Banco Central, Israel aprobó una ley que prohibió las estructuras piramidales, porque son una especie de multiplicador de un poder ya concentrado. Y separó el negocio bancario y no bancario, lo que hace mucho sentido en materia de competencia y sería muy importante de evaluar en Chile. Nosotros tenemos estructuras piramidales y grandes grupos económicos no adecuadamente regulados. Y a eso se suman las jerarquías excesivas y brechas salariales demasiado grandes.
¿Cómo se podría disminuir esa jerarquización?
Se podrían pensar incentivos para que las empresas sean menos jerárquicas y hagan más innovación bottom-up. Porque hoy, en la cuarta Revolución Industrial, la innovación jamás va a nacer de la cabeza de un gerente; hoy la innovación nace colectivamente. Pero cuando tenemos empresas donde el mando es excesivamente vertical, donde al gerente no le gusta cuando le critican, donde hay burocracias que llevan finalmente a estilos maquiavélicos para subir, la empresa chilena no va a salir de su falta de complejidad.
Junto a la competencia usted destaca la cooperación. ¿Es posible unir ambas, por ejemplo, en las grandes empresas?
La biología evolutiva ha demostrado que el homo sapiens evolucionó gracias a la competencia con otros grupos. Y al interior del grupo se daba la cooperación, para ganar a los rivales. Lo mismo vale para los mercados: necesitan estos dos conceptos. Hay casos de empresas como Nuk en Estados Unidos que basan su éxito en la competencia y en la colaboración interna. Pero para eso necesitan presión de mercado. Hoy vemos que la competencia está siendo reducida por la concentración en los mercados y que grupos grandes no quieren competencia en realidad, y buscan regulaciones para quedarse en ciertos nichos sin presión competitiva. En los hechos, se asemejan a la ideología comunista de no querer competencia, aunque por motivaciones distintas. Hay pocos que activamente defienden el mercado. Y yo creo que ese es el desafío de la regulación que hoy tenemos.
Si la economía chilena fuera un jardín, tendría un puñado de árboles gigantescos y una multitud de matorrales. ¿Es un ecosistema sostenible?
El economista Luigi Zingales dice que hay que rescatar el capitalismo de los capitalistas. ¿Y qué significa eso? Regular estos grandes intereses porque no hacen bien a la democracia, como ya lo destacó en los años 30 del siglo pasado el expresidente Roosevelt, cuando empleó el New Deal en Estados Unidos, que explícitamente abordó el fenómeno de los grupos económicos. Y eso en Chile, a mi juicio, es algo que tenemos que hacer. Pero antes de pensar en regulaciones de grandes grupos, el paso número uno debería ser pensar cómo abordar estos temas desde lo sistémico, como tener un consejo permanente que haga propuestas y monitoree el funcionamiento del mercado, con mejores datos, pero también con propuestas continuas, no solamente como lo hace hoy la Comisión Nacional de Productividad, sino mucho más amplio y fortalecido en el sentido de hacer propuestas de funcionamiento del mercado o del dinamismo de la innovación. Incluso, pensando en Leonard Miksch, el economista alemán alumno de Walter Eucken, y uno de los autores más importantes para el concepto de la economía social de mercado, creo que hay que crear una política económica en nuestro país.
En este momento los empresarios debieran aportar a la transformación del capitalismo, dice. ¿Qué disposición ve en ellos?
Para mí, aquí entra en juego la neurociencia. Sin querer fijarlo excesivamente en el caso de Chile, el que tiene poder tiende a abusar de él, más aún cuando este poder viene con espacios de decisión discrecional. Y cuando el que tiene poder, además tiene altos niveles de testosterona que se condicionan mutuamente, el afán de querer más y más aumenta. Porque la testosterona tiene una relación positiva con una hormona que se llama dopamina y entonces ningún dividendo es suficientemente grande, ninguna posesión de mercado es suficiente, ningún yate, porque puede haber alguien en el mundo que tiene más. Este es el desafío neurocientífico del capitalismo y la razón por la cual hay que regularlo, con una institucionalidad a cargo de eso. Además, estudios demostraron que la expectativa de ganar dinero activa más o menos las mismas zonas en el cerebro como lo hace la cocaína. El dinero es altamente adictivo. El narcisismo está en el centro del problema del capitalismo. No es racional negar regulaciones de mercado, porque al negarlas finalmente se construye una oposición anticapitalista que es irracional también, pero nace de la negación de querer regular el capitalismo. Y dado que eso no es un fenómeno solamente de los grandes empresarios en Chile, creo que efectivamente hay que pensar en incentivos, reconociendo esta condición. Tal vez las empresas pueden ser premiadas cuando son sostenibles, basadas en datos que se fiscalizan, cuando crean valor para sus partes, para sus empleados, la comunidad, y reducen altamente sus emisiones. Y cuando no son transparentes, deberían recibir sanciones.
Después del estallido social, la élite económica se mostró preocupada por los niveles de desigualdad. ¿Ve la misma preocupación hoy?
En la CPC y en la Sofofa nunca he visto disposición real de hacer reformas estructurales pro mercado. Nunca he visto voluntad de querer acercarse a los promedios OCDE, con visión y objetivos claros. Y a mi juicio es lo que más nos hace falta, no solamente para alinear la voluntad de los inversionistas, sino también para alinear las políticas económicas. Y empezar a debatir sobre herramientas económicas. En Chile hablamos del impuesto a la riqueza, de redistribución, sin tener claro cómo medimos lo que queremos. Si queremos llegar al promedio de la OCDE en tantos años, uno ajusta las herramientas, y si estas no son eficaces, tiene que consensuar otras. Pero al final es un debate mucho menos ideologizado cuando tenemos objetivos claros. Ojalá los grandes empresarios se abran en el futuro, porque hay que hacer reformas con o sin su voluntad, y se hacen mucho mejor con ellos. Y el gobierno siempre ha señalado que de eso se trata, de ir consensuando reformas
¿El debate en Chile está muy ideologizado?
Excesivamente polarizado e ideologizado. Y mi objetivo con el libro era aportar y ojalá desideologizar el debate. La élite económica en Chile, como pasó en el siglo XIX, no es capaz de hacer propuestas mínimas estructurales para el funcionamiento del mercado. Y con eso, de nuevo, crea anticuerpos antimercado. Para algunos chilenos hoy hablar de mercado y competencia es como hablar de algo malo. Y es una tremenda equivocación, porque el ser humano para innovar necesita competencia y cooperación, ambos. La ideologización en Chile hace el debate económico muy anticuado.
¿Qué rol juega la nueva Constitución en este escenario?
Es muy importante el debate sobre el funcionamiento del sistema político. Y cómo se traduce eso después en leyes. Pero difícilmente los cambios sociales se logran a través de constituciones. Considero que urge entender que el malestar que se expresó en el estallido social necesita una respuesta no solamente constitucional, sino reformas concretas, y no solamente en el ámbito de la protección social y la salud; necesita urgentemente repensar el funcionamiento del mercado y del Estado. El gasto público necesita una serie de reformas estructurales. Cuando vemos que los dos actores necesitan cambios, no podemos darnos el lujo de seguir esperando la Constitución. La falta de voluntad de impulsar reformas en ambos ámbitos son la raíz del estallido social, el malestar con el Estado, con la corrupción, con la ineficiencia, pero también el abuso de poder en el sector privado. Me parece peligroso que el foco esté casi exclusivamente en el proceso constituyente y no impulsemos con la misma intensidad reformas al ámbito del Estado y de las empresas. Lo encuentro sensible porque justamente las voluntades se van cuando las crisis se alejan. Las crisis hay que aprovecharlas.
Se le menciona para asumir en la presidencia del Consejo Fiscal Autónomo. ¿Ha recibido la propuesta?
Eso está abierto. Yo estaré feliz de aportar desde el mundo público o privado justamente en los temas que me importan, las falencias del mercado, mayor transparencia e información.