El próximo viernes 26 de julio seremos espectadores de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Paris 2024, una ciudad cuyo nombre está plasmado en uno de los pactos climáticos más importante de la última década: el Acuerdo de París, un tratado internacional que fue adoptado por 196 países en la COP21 realizada en la capital francesa y firmado el 12 de diciembre de 2015. ¿Su objetivo? limitar el calentamiento del planeta por debajo de 2 grados.
Con el peso de este lema sobre los hombros, la tarea de realizar unos Juegos Olímpicos lo menos contaminantes posibles es casi un imperativo. Pero ¿cómo se puede producir un evento deportivo de estas magnitudes en la era del calentamiento global?
La tarea es titánica, pero al parecer se puede. Los organizadores dicen que están sometiendo estos juegos a una dieta climática en la que no generarán más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de los Juegos Olímpicos del 2020. Eso significa apretarse el cinturón en todo lo que produce emisiones: electricidad, alimentos, edificios y transporte, incluido el combustible para aviones que los atletas y fanáticos queman viajando por el mundo para llegar allí.
París ya está haciendo más espacio para las bicicletas y menos para los autos. Está eliminando los enormes generadores que funcionan con diésel y reemplazándolos por energía limpia en la medida de lo posible. Está planificando menús para invitados menos contaminantes. Y veremos también miles de paneles solares flotando temporalmente sobre el Sena.
Pero el acto más significativo de los organizadores puede ser lo que no están haciendo: no están construyendo. Al menos, no tanto. En lugar de construir nuevas edificaciones, los Juegos Olímpicos de París están reutilizando muchas de las atracciones existentes de la ciudad, incluido el Grand Palais, la plaza la Concorde e incluso una piscina construida para los Juegos Olímpicos de París de 1924.