Resulta inoficioso entramparse en la discusión de cuán negativo o alentador es el panorama económico chileno. A veces pareciera que la crítica hacia los que esperan un desempeño más débil se centra en un eventual sesgo de éstos a encontrar todo malo. Al revisar los datos, sin embargo, se puede llegar a una conclusión más objetiva.

Chile, al igual que la mayoría de los países, vive un cuadro inflacionario producto de los desbalances del periodo pospandemia. Mientras en nuestro país la inflación anual se mantiene en 5,1%, en otras partes han logrado acercarse a los objetivos de sus autoridades monetarias más rápido y en Estados Unidos (3,7%), la Zona Euro (4,3%) o Canadá (3,8%), el problema persiste, pero en niveles más acotados.

Sin embargo, el panorama externo parece complicarse para una economía tan expuesta como la nuestra, no solo desde el punto de vista de las presiones inflacionarias. Las dos guerras en curso siguen presionando con fuerza los precios de productos claves en las canastas básicas de los consumidores en todo el mundo, como los alimentos y los combustibles. Por su parte, las tasas de interés de largo plazo –que tienen impactos profundos en la disponibilidad de capitales, con especial efectos sobre las economías emergentes- se encuentran en niveles altos, lo que está teniendo efectos contractivos en el sector inmobiliario a nivel global.

Otro aspecto preocupante, volviendo a Chile, es la inversión. El mercado anticipa una caída de la formación bruta de capital fijo para este año y el próximo, producto de condiciones crediticias más restrictivas, altos niveles de incertidumbre y los obstáculos burocráticos que aún persisten en el proceso de inversión chileno. De hecho, los proyectos ingresados al SEIA cayeron a su nivel más bajo en 26 años y el monto aprobado es el menor desde 2007, de acuerdo a los datos entre enero y agosto de este año. La confianza empresarial, clave para revertir este escenario, acumula 20 meses en terreno negativo a septiembre, con especial pesimismo en el sector construcción, que ya suma dos años completos con señales contractivas, de acuerdo al IMCE.

En materia de empleo, los datos reflejan también una situación preocupante. El desempleo escaló en el trimestre junio-agosto a 9%, el nivel más alto desde mediados de 2021. El empleo está prácticamente estancado y ni siquiera recupera los niveles prepandemia de febrero de 2020. La tasa global de subutilización del INE –que además de los desocupados incluye a los que trabajan a tiempo parcial involuntario y quienes están fuera de la fuerza de trabajo, pero con disposición a entrar- llegó en el trimestre junio-agosto a 21,7%, el mayor nivel en casi dos años.

¿Hay evidencias de una gran crisis económica? No. ¿Da el escenario para celebrar? Tampoco. En el escenario más probable, la economía chilena se contraerá este año. De ahí en adelante veremos tasas de crecimiento que estarán en torno a 2% o menos. De los tres temas más relevantes en materia económica para Chile –inflación, inversión y empleo- solo uno -el control de la inflación- está encaminado a resolverse. No es pesimismo, lo dicen los datos.

* El autor es socio de Mirada Externa