Carlos Saúl Menem dejó tras de sí una intensa y a la vez controversial carrera política. Sin embargo, el peronista también deja para el análisis una gestión económica que tuvo luces y sombras.
En 1989 Menem, un liberal en lo económico, se convirtió en presidente de Argentina con la consigna del desarrollo industrial y la inclusión social como pilares, los cuales también eran en buena medida las ideas fuerza del peronismo.
Eran tiempos difíciles para el vecino país y para la presidencia de Menem, quien tuvo que hacer frente a la dura recesión económica que había dejado el periodo de hiperinflación de la última parte del gobierno de Raúl Alfonsín.
De acuerdo con datos del Banco Mundial, el PIB de Argentina (a precios actuales) en 1988 ascendía a US$ 126.200 millones y al año siguiente, cuando Menem se convirtió en mandatario, se había derrumbado a US$ 76.600 millones. Así de grave era la situación económica.
Pero la gestión económica de Menen no se puede explicar sin su ministro de Economía, Domingo Cavallo, quien lo acompañó hasta 1996.
Esa dupla adoptó medidas drásticas como la venta de un sinnúmero de empresas y bienes estatales, menor regulación económica, pero lejos la más radical de todas se dio en el aspecto monetario con la salida del austral y la convertibilidad de la moneda trasandina: un peso, un dólar.
Menem había logrado estabilizar la economía argentina. En 1992, según el mismo Banco Mundial, el PIB se Argentina ya había llegado a US$ 228.700 millones y en 1994, a US$ 257.400 millones. Fue un periodo de bonanza para los trasandinos, especialmente para su clase media, que empezó a vivir lo mismo que los chilenos años más tarde: muchos viajes, mucho consumo y abundancia de productos importados.
“Recibimos el país con una inflación del 5.000% y tuvimos que trabajar sobre ese tema a punto tal que cuando dejé el Gobierno esa inflación desapareció por completo y pudimos empezar a crecer”, dijo Menem en una entrevista el 2012, recordó Reuters.
Admirado en Wall Street
Menem se convirtió así en uno de los “regalones” sudamericanos de Wall Street, el foro de Davos y también el Fondo Monetario Internacional (FMI). Claro porque, además, en el inicio de su gobierno, en 1990, Argentina había retomado la política del pago de su deuda, aunque de manera parcial. El restablecimiento pleno de sus obligaciones se produjo en 1993, tras la puesta en marcha del Plan Brady.
Ese año, el entonces secretario del Tesoro norteamericano, Nicholas Brady, decía sobre Argentina: “(…) En ninguna otra parte el progreso ha sido tan drástico como en la Argentina, donde el resultado de las reformas económicas ha excedido las previsiones más optimistas. En efecto, los déficits fiscales se convirtieron en excedentes, la inflación cayó de cuatro dígitos a uno, la inversión aumentó y miles de millones de dólares de capital privado llegaron al país (…) El panorama económico de este país ha sido transformado y un futuro próspero ilumina el horizonte”.
“Para Argentina significó algo muy fuerte”, opinó el politólogo Carlos Fara, consignó la agencia AFP. “No sólo porque tuvo un liderazgo excepcional que lo llevó a ser reelecto por el 50% de los votos, sino porque fue el último líder de un peronismo totalmente unificado”, apuntó.
Las bases de una crisis
Pero este aumento furibundo de la riqueza trasandina, la reducción notable de la inflación y la estabilidad macroeconómica tenían los días contados. En una especie de paradoja, las mismas medidas que permitieron al país salir de la crisis estaban sentando al mismo tiempo las bases de una mucho peor. La convertibilidad funcionaba, pero para sostenerla se necesitaban dólares, los que se consiguieron con la intensa política de privatizaciones, incluidos la de los fondos de pensiones. Cuando eso se acabó, y los ingresos del país vía exportaciones no fueron suficientes, obligaron a Argentina a endeudarse. Y mucho.
Los cálculos indican que, durante sus dos mandatos, la deuda de Argentina se elevó más de 120% a más de US$ 140.000 millones. Esto generó un crecimiento en la carga de intereses dentro del gasto público, generando al mismo tiempo un aumento en el déficit fiscal.
El diario Ámbito lo resume así: “El Banco Central se convirtió en una virtual caja de conversión con la obligación de respaldar a cada peso en circulación de manera que cada peso en circulación pudiese ser canjeado por un dólar estadounidense. El plan produjo graves consecuencias en la industria argentina. La industria metalúrgica junto con la textil y la del calzado fueron sectores muy castigados. Los segmentos de mano de obra intensiva son los primeros que sufrieron las consecuencias”.
Menem era un férreo defensor de la convertibilidad. De hecho, en 1999, en el último año de su mandato, expresó su intención de profundizarla y derechamente dolarizar la economía, pero eso no llegó a buen puerto.
En medio de eso, la crisis argentina seguía incubándose, con un trasfondo especialmente adverso debido al estallido de la burbuja de las puntocom, la crisis rusa y la devaluación de Brasil, el principal socio comercial de los argentinos.
El impacto en la economía
Menen ya no era presidente, pero dos años más tarde todo explotaría. En 2000 se aprobó el recordado “blindaje” financiero liderado por el Fondo Monetario Internacional de US$ 40.000 millones, pero las condiciones y metas impuestas en ese acuerdo se veían virtualmente imposibles de cumplir.
En 2001, Argentina pendía de un hilo y los grandes inversionistas empezaban retirar sus depósitos de los bancos, generando el colapso del sistema financiero, a lo que se sumó la negativa del FMI a conceder el rescate de la economía. Argentina tuvo que restringir los retiros de dinero de los bancos de la gente, una medida que se conoció como “Corralito”. Todo esto desató una gravísima crisis social que obligó a renunciar al presidente Fernando de la Rúa. De ahí en más se sucedieron varios presidentes en muy poco tiempo, periodo en el que incluso reapareció como ministro de Economía, Domingo Cavallo.
De acuerdo a Ámbito, en el periodo recesivo y posterior crisis (junio de 1998 a 2002), el PIB de Argentina sufrió una pérdida del 19,5% acumulada, registrándose el mayor descenso en el último año de la crisis de la convertibilidad con un decrecimiento del 10,9%.