A 35 años del desastre nuclear de Chernobyl, las secuelas del accidente aún se dejan sentir en los miles de damnificados por la tragedia. Porque la noche del 26 de abril de 1986, la explosión del reactor número 4 no sólo dejó un rastro de muerte y desolación, sino también la posibilidad de analizar tal como si fuese un laboratorio, los efectos a largo plazo tanto en personas como animales.
Esa noche y durante diez días, el combustible nuclear ardió y liberó a la atmósfera elementos radioactivos que contaminaron, según algunas estimaciones, hasta tres cuartas partes de Europa, sobre todo las entonces repúblicas soviéticas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.
El hermetismo de las autoridades locales agravó la catástrofe al no informar a la población de lo sucedido. Y si bien la cercana ciudad de Pripyat fue evacuada al día siguiente, los 2 millones de residentes de Kiev -a 100 kilómetros de ahí- no corrieron la misma suerte. Más aún, el mundo se enteraría del desastre sólo después que se detectó un aumento de la radiación en Suecia.
Zona muerta
Finalmente, al inicio 116 mil personas fueron evacuadas -luego se sumarían 230 mil- y se estableció una zona de exclusión de 2.600 kilómetros cuadrados. La única actividad autorizada fue para los 600 mil trabajadores, que por cuatro años se desplegaron en el lugar de la catástrofe con escasa o ninguna protección para sofocar el incendio, aislar el reactor con una cubierta de hormigón y limpiar los alrededores.
Aunque en la actualidad Chernobyl está fuera de servicio, queda bastante trabajo por hacer y se espera que los cuatro reactores sean desmantelados para 2064. Autoridades estiman que los humanos no podrán vivir allí de forma segura hasta dentro de 24 mil años, pero el lugar atrae cada vez a más turistas ávidos de emociones. A ellos se suman más de 100 personas que habitan en los 30 kilómetros alrededor de la planta de energía.
Otro aspecto clave es el hecho que los científicos esperaban que el área pudiera ser una zona muerta durante siglos, pero la vida silvestre se abrió paso y es posible ver osos, lobos, caballos, aves y otros habitando en un territorio libre de seres humanos. Es por ello que investigadores ucranianos, japoneses y alemanes están analizando los efectos de la radiación en los animales y su adaptación al nuevo medioambiente.
Sin embargo, el efecto a largo plazo sobre los humanos continúa siendo objeto de un intenso debate, así como el balance total de víctimas. El comité científico de la ONU sólo reconoce oficialmente una treintena de muertos entre operarios y bomberos fallecidos por la radiación después de la explosión. En 2006, Greenpeace estimó en unos 100 mil el número de muertos provocados por los efectos radiactivos de la catástrofe nuclear.
Sin embargo, de entre ellos, muchos lograron tener una vida relativamente normal y hasta tuvieron descendencia.
Los hijos de Chernobyl
Aún con el paso de los años, existen muchas dudas sobre cómo afectó el accidente tanto a los humanos que recibieron la radiación de forma indirecta, como a sus hijos. En ese sentido, un nuevo estudio buscó analizar los posibles cambios genéticos que pudiesen ser traspasados de generación en generación.
La investigación, publicada en Science, se enfocó en la posibilidad que la radiación haya podido cambiar el ADN de las células de las personas que participaron en la limpieza de Chernobyl después del accidente, o fueron evacuados de localidades cercanas.
Aunque la radiación puede dañar el ADN en las células de las personas expuestas, potencialmente con riesgo de cáncer, no estaba aún claro si espermatozoides y óvulos se verían afectados, derivando en trastornos del desarrollo o cáncer en los descendientes de estas personas.
Para averiguarlo, se analizó el genoma de 130 niños concebidos y nacidos luego de la catástrofe (entre 1987 y 2002), cuyos progenitores hayan estado expuestos a algún nivel de radiación. Pero de acuerdo a los científicos, no hubo un aumento en la cantidad de mutaciones, no detectadas en los padres ni en óvulos o espermios.
Según los científicos, el estudio ayuda a entender de mejor forma cómo la radiación afecta al cuerpo humano, además de llevar tranquilidad a quienes hayan estado expuestos a la radiación de la planta de Fukushima, tras el accidente de 2011.