El día que el Apolo 11 tocó la luna por primera vez y sus tripulantes, Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convirtieron en los primeros seres humanos en pisar suelo lunar, Michael Collins visualizaba todo desde 110 kilómetros de altura, igual de emocionado pero lejos de las luces que llevaron a la fama a sus compañeros.

Collins, que a diferencia de Armstrong y Aldrin nunca caminó sobre la luna, piloteaba el módulo de comando mientras volaba en círculos por encima del satélite natural de la Tierra, encontrándose con ellos tras 22 horas. En el intertanto, mientras el mundo estaba paralizado y veía con asombro a los astronautas saltar, tomar fotografías y recolectar muestras lunares, el piloto observaba desde lejos el árido paisaje lunar y a su vez, tenía una vista privilegiada hacia la Tierra.

“Lo que más recuerdo es la vista del planeta Tierra desde una gran distancia”, diría más tarde. “Diminuto. Muy brillante. Azul y blanco. Brillante. Hermoso. Sereno y frágil”.

Y a más de 50 años de aquella hazaña, Collins falleció este miércoles a causa de un cáncer con el que venia batallando hace mucho. Así lo confirmó su familia en su cuenta oficial en Twitter.

“Mike siempre enfrentó los desafíos de la vida con gracia y humildad, y enfrentó este, su desafío final, de la misma manera”, señala el comunicado.

Tras conocerse la noticia, la Nasa declaró que “lamenta la pérdida de este piloto y astronauta consumado, un amigo de todos los que buscan ampliar el potencial humano. Ya sea que su trabajo estuviera detrás de escena o a la vista, su legado siempre será como uno de los líderes que dio los primeros pasos de Estados Unidos en el cosmos. Y su espíritu nos acompañará a medida que nos aventuramos hacia horizontes más lejanos“.

“Hoy, la nación perdió a un verdadero pionero y defensor de toda la vida de la exploración en el astronauta Michael Collins. Como piloto del módulo de comando del Apolo 11, algunos lo llamaron ‘el hombre más solitario de la historia’, mientras sus colegas caminaban sobre la Luna por primera vez, ayudó a nuestra nación a lograr un hito decisivo. También se distinguió en el Programa Gemini y como piloto de la Fuerza Aérea”, agrega.

“Michael siguió siendo un incansable promotor del espacio. ‘La exploración no es una opción, en realidad, es un imperativo’, dijo. Intensamente reflexivo sobre su experiencia en órbita, agregó: ‘Lo que valdría la pena registrar es qué tipo de civilización creamos los terrícolas y si nos aventuramos o no en otras partes de la galaxia’”, finaliza la declaración de la Agencia Espacial Estadounidense.

Su vida tras la luna

Aunque su aventura con el Apolo 11 sería la última, siempre manifestó que nunca había perdido las esperanzas de pisar la luna. Luego de la hazaña, Collins alcanzó el rango de mayor general y dejó la Nasa en 1970, para unirse al Departamento de Estado. Posteriormente se convirtió en director del Museo Nacional del Aire y del Espacio Smithsonian en Washington, supervisando su construcción y apertura en 1976.

Ya en sus últimos años, Collins se mantuvo activo, compitió en triatlones, y se abrió a otras actividades como la pintura o la escritura. De hecho, su libro “Carrying the Fire”, fue un éxito y es considerada la mejor de todas las autobiografías de astronautas. Continuamente llamó a su tiempo con la Nasa “un capítulo de mi vida, el mejor y más brillante capítulo de mi vida, pero no el único”.

Tras el fallecimiento de Collins, de la tripulación que alcanzó la luna en 1969 sólo sobrevive Buzz Aldrin (91), ya que Neil Armstrong murió en 2012 a los 82 años.