En 1962, hace seis décadas, el país registraba 800.000 personas que no sabían leer ni escribir. Es lo que se conoce como analfabetismo, que se define como la población que una vez que superó la edad escolar no adquirió la habilidad para leer o escribir. En aquella época se dio inicio a una campaña de alfabetización a nivel nacional, con especial foco en el sector campesino, lugar donde se ubicaban la mayoría de los chilenos que sufrían de esta condición.
Debido a este esfuerzo, en los años 70 la cifra descendió a 665 mil personas, un 10,2% de la población. Estos números comenzaron a progresar considerablemente a medida que pasaron los años.
Ya en 2016, Chile mostraba una mejoría evidente. Así lo aseguraba un ranking mundial, que incorporaba estos elementos, donde Chile apareció como el país más alfabetizado de Latinoamérica y el número 37° del mundo. La medición fue hecha por la Universidad Central del Estado de Connecticut (EE.UU.), y consideró 60 naciones.
Actualmente el país aún registra 516.000 individuos analfabetos, según la última encuesta Casen, es decir, en casi 60 años, la cifra se redujo en 300 mil personas. ¿Qué factores han permitido que estas cifras desciendan en seis décadas?
Maili Ow, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica, explica que hay factores vinculados a la política y tienen que ver con cómo la lectura se ha ido posicionando como un eje clave del sistema y, por lo tanto, “se ha fortalecido el trabajo del desarrollo de ésta de los niveles iniciales a través de políticas como los textos escolares, las evaluaciones que permiten ir conociendo los avances, y aunque sean bastantes cuestionadas, las evaluaciones estandarizadas, que permiten hacer un seguimiento de los avances a nivel país”.
Además es importante, añade Ow, “la potenciación de las bibliotecas y el esfuerzo que ha hecho el país en los últimos años por crear condiciones similares, aunque no se logren, pero el esfuerzo por crear condiciones similares de acceso a la lectura a través de políticas de fomento de la lectura, de fomento del libro, esto a nivel de política”.
Carmen Sotomayor, directora del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile, señala que efectivamente en Chile ha disminuido de manera significativa el analfabetismo absoluto. “Esto ha ocurrido principalmente por el incremento de la matrícula en la educación básica que ha llegado a alcanzar prácticamente el 100% de la población en ese tramo de escolaridad. La misión de la educación básica es enseñar las competencias básicas a los estudiantes, entre estas, la lectura y escritura, por lo que esto ha influido en la disminución del analfabetismo”.
“La alta cobertura de la educación básica en Chile es un logro de décadas que se inicia con la Ley de Educación Primaria Obligatoria de 1920 y luego con la reforma de Eduardo Frei Montalva de 1965, que extiende la educación primaria a ocho años de escolaridad. Más recientemente, en el año 2000, el gobierno de Ricardo Lagos extiende la enseñanza obligatoria a 12 años, lo cual también fortalece el acceso de la población a la educación, lo que tiene como resultado esta disminución del analfabetismo”, agrega Sotomayor.
Pese a este gran logro, considera esta última, “persiste en Chile lo que se denomina el analfabetismo funcional, esto es, personas que manejan la lectura y escritura en un grado elemental, pero que no son capaces de comprender lo que leen, ni escribir textos breves. Este problema está bastante extendido entre la población adulta mayor de 15 años”.
Pero, también, creo, que hay un factor importante vinculado a la valoración social de la lectura que si bien aún necesita fortalecerse, se ha ido posicionando como un bien deseable para las sociedades, que las personas lean, que los libros estén en las casas. “Se ha potenciado mucho la literatura infantil juvenil, entonces, creo hay un tema de valoración social junto con el de las políticas y, también, creo que ha sido importante el trabajo en la formación inicial docente, cómo los docentes - los profesores de básica, sobre todo - tienen un desafío importante en enseñar a leer”, establece la académica de la UC.
Desde el año 2003, el Ministerio de Educación cuenta con un plan de alfabetización llamado “Contigo aprendo”, el cual se ha implementado con el apoyo de los municipios. Su objetivo es que las personas puedan alfabetizarse y desarrollar la lectura, la escritura y las matemáticas, pudiendo optar, si lo desean, a certificar el primer nivel de educación de personas jóvenes y adultas, equivalente a 4° básico. En estos nueve años, han participado en el plan cerca de 160 mil estudiantes.
Recientemente el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, visitó uno de los centros donde se imparte, en Renca, señalando que “tenemos una deuda con estas personas y por eso estamos trabajando a través de la Política de Reactivación Educativa Integral ´Seamos Comunidad’ para garantizar desde el Estado que las personas puedan concluir sus procesos de alfabetización. Tenemos la responsabilidad de generar desde el Estado más oportunidades para que las personas puedan completar sus trayectorias educativas”.
En los próximos años, el Ministerio de Educación avanzará en una mayor articulación con distintas modalidades de Educación de Personas Jóvenes y Adultas, de manera de apoyar a los estudiantes que deseen continuar su trayectoria educativa, así como incorporar la alfabetización digital dentro del plan.
Sotomayor señala que ser analfabeto absoluto es inimaginable en la sociedad actual y ser analfabeto funcional implica muchas dificultades, porque gran parte de nuestra vida diaria está mediada por textos escritos. “No solo requerimos leer y escribir con fines educacionales; también necesitamos usar estas habilidades lingüísticas en el ámbito laboral, funcional y social, por ejemplo, leer instrucciones, realizar trámites, informarnos o participar en organizaciones que puedan mejorar la calidad”.
Desafíos y procesos ciudadanos: estigmatización social
Desde la perspectiva de la investigación se ha ido avanzando hacia modelos más complejos que valoran más los contextos sociales para enseñar a leer, entonces, ahí la lectura no es solo vista como una habilidad cognitiva si no, también, “como una habilidad que se pone en juego en contextos específicos, en función de ciertos textos y prácticas lectoras propias de cada contexto, como una visión más socio cultural de la lectura y no solo cognitiva”, señala Ow.
Entonces, qué desafío tendría esto para las nuevas generaciones, tanto para personas que no se han alfabetizado e incluso para quienes han dejado de lado la lectura por diversas razones, entre ellas la pandemia, como hubo niños que quedaron rezagados en el desarrollo de estas habilidades. “Una persona que no accede a la lectura es una persona cuyo horizonte cultural se ve afectado porque hay procesos claves de la participación ciudadana en las que no va a poder participar”, plantea la docente de la Facultad de Educación UC.
Ow señala que todos los procesos ciudadanos y de la vida comunitaria están letrados, desde sacar el documento de identificación, ir al supermercado, movilizarse en las calles, tomar transporte público, subirse al metro. “El acceso al mundo hoy día es un acceso letrado y, por lo tanto, una persona que no lee es una persona que va a ver disminuida sus posibilidades de participación y, también, lamentablemente, así como veíamos como avance en la valoración social, una persona que no lee hoy día también puede ser estigmatizada socialmente porque es una habilidad que se requiere para el siglo 21, con mayor razón”.
“Es una persona, por ejemplo, que podría tener dificultades, también para usar las tecnologías y por lo tanto, todos los procesos que estén mediados tecnológicamente va a tener menos posibilidades de uso porque no va a tener acceso a esas lecturas que ahí están, desde tener un contacto en el teléfono hasta buscar información, lo que sea”, agrega Ow.