La sociedad chilena muestra crecientes niveles de violencia y agresividad, una situación que ha aumentado con la pandemia. Si bien no es un fenómeno reciente, los efectos de cuarentenas, ansiedad e incertidumbre generadas por el virus, y ahora una guerra, han acrecentado la situación.
Así lo reconoce Luis Pino, director de la carrera de Psicología de Universidad de Las Américas, quien señala que el virus, la pandemia y el confinamiento, “han generado un cambio conductual, y uno de los elementos en todo ser humano o animal incluso, es que frente a cambios conductuales o nuevas situaciones de adaptación, aumentan las situaciones de ansiedad, estrés y frustración”.
A diario somos testigos de violencia y agresividad. Desde enfrentamientos por personas que buscan ingresar a una playa o lago, a pacientes que golpean a personal de la salud o conserjes atacados, o recientemente la pelea que surgió entre un taxista y un ciclista en Baquedano. El fenómeno también encuentra espacio en las redes sociales (Twitter por ejemplo). El odio y agresividad que existe de manera online, incluso supera al del diario vivir.
Y aunque no hay antecedentes científicos o investigaciones que señalen que las personas se hayan vuelto más agresivas, Pino explica que contextos como una pandemia, suelen exacerbar ciertas características: “Sí las personas tienen una disposición a la desidia, personas con bajo control de impulsos o una historia de agresiones o baja tolerancia a la frustración, expresan más fácilmente su malestar, su rabia o su forma de funcionamiento, que en este caso, es ser violento”.
Casos que avalan lo señalado es lo ocurrido, por ejemplo, en Puerto Montt, cuando una mujer expulsó a unos turistas de una playa pública con una pistola, o una reciente agresión a dos conserjes tras una pelea. La lista es larga y de todos los ámbitos.
Para Diana Aurenque, directora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago, todo ello es manifestación del momento que atraviesa la sociedad, uno de muchas crisis simultáneas, además de la sanitaria, economía, ecológica, entre otras. “Y faltan mayores confianzas en la autoridades clásicas que permitían contentar el descontento social y aglutinar el entramado social (el Estado, la política o las instituciones religiosas, morales, por ejemplo)”, aclara.
La violencia es validada y aceptada
Las bajas expectativas de la no continuidad y el deseo de volver a una supuesta y añorada normalidad, ha generado además la sensación de desesperanza. Ella, muchas veces se canaliza en personas impulsivas, argumenta el director de Psicología de Universidad de Las Américas, por medio de la violencia, agresión u otras formas violentas que se han ido expresando, como violencia callejera, en las playas, intrafamiliar e incluso abuso de sustancias y otras condiciones ansiógenas.
A ello se suma, dice Aurenque, un creciente individualismo. Situación en que revela que los valores colectivos como el respeto o el diálogo, no se han cultivado. La investigadora explica que existe mucha cultura de la sospecha y del “sálvese quien pueda”. Además, en Santiago en particular la vida es muy hostil, “hay mucho estrés, demasiado presión por rendir y en todo esto la salud mental está muy descuidada. Todos estamos muy neuróticos, y de ahí no puede salir nada bueno”, añade.
Pino señala que si revisamos con cautela o miramos con detención la conducta de la mayoría de la población en Chile, incluso a nivel mundial, la violencia como forma de relación es altamente validada y aceptada.
“Está asociada a la cultura del más fuerte o de lo que denomina la ´ley del más fuerte´ como forma de resolver problemas. Por lo tanto, la pandemia solo viene a develar lo que hemos sido todo este tiempo y la poca habilidad que tenemos los seres humanos para resolver problemas de forma pacífica o de otras formas. Hemos recurrido a la violencia para hacerlo”.
Las formas violenta de resolución de conflictos o de estrategia relacional, “lamentablemente no tienen límites”, dice Pino. Parten desde la violencia moral o sicológica, y terminan en violencia física, con la máxima expresión de ella, “que es anular completamente a la persona, que en este caso, sería la muerte”.
Muchas veces cuando encontramos situaciones que podrían parecer impulsivas o poco frecuentes, “una persona ha actuado premeditadamente, por ejemplo en los espacios públicos (la vía pública), una persona que se baja con un objeto contundente de su auto a agredir a otra persona, está esperando la máxima ejecución de la violencia, en este caso la muerte. Esta forma de funcionamiento no posee límites, ni siquiera a nivel judicial, ya es altamente validada”, considera Pino.